lunes, 5 de marzo de 2012

MI MADRE ROMPE NUECES (y otros poemas) / Laura Iancu

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Laura Iancu nació en una familia Csángó-Húngaro en Magyarfalu, Rumania. Asistió a las escuelas primarias de Magyarfalu en un programa de lengua rumana. Ella sólo hablaba el dialecto Csángó-húngaro hasta que tenía 12 años. Continuó sus estudios en Csikszereda en una escuela húngara. Es uno de los escritores jóvenes más talentosos de su generación. Ha publicado cuatro libros, dos volúmenes de poesía: Par Csángó SZO y Kihullajt Karmaiból; y dos volúmenes de cuentos populares: Aranyréce y Magyarfalusi emlékek. Estos últimos libros son compilaciones de cuentos tradicionales de la región de Magyarfalu. En la actualidad, ella es estudiante de la Universidad de Pécs, trabajando en su tesis de doctorado en Antropología y editora de la revista Csángó-húngaro Moldvai Magyarság. 
(Traducciones del húngaro de György Ferdinandy y versiones al castellano de Heriberto Hernández Medina.)


MI MADRE ROMPE NUECES
No sé qué uvas comía yo
cuando en casa, abrías tú nueces viejas
y me hablabas –o solo ahora lo imagino−
Las rompiste, y no encontraste ni una buena.
Anochecía, el cielo enrojeció
y los patos chillaban arriba, en el cielo.
Pensé decirte: ¡no tengas miedo, son jóvenes
los arboles, vivirán!
Luego la campana tocó  la víspera
y un extraño se escurrió por la calle.
¡No te vuelvas! −dijo en mi una voz,
y no vi yo quién te llevó de repente. 


NACIMIENTO
¿Cómo fue, madre, cuando me pariste,
temblaba la tierra, o temías que
al bautizo llegáramos tarde.
y Dios se hubiese ido ya? ¿O
me dejabas llorar porque nevaba
y sentabas en tu regazo la nieve
para que los caballos
de Herodes encontrasen al camino
hacia mi? No sospechabas que venían
por ti, que diste tu vida por mi vida
cuando abrí los ojos,
y pude verte.


RELOJES
Espero a pesar de todo, no sé si decírtelo,
que te duermas y abrigarte
para que se calmen alrededor tuyo
todas estas inquietantes sombras.
Te escondo al fin entre negros árboles
para que no se encuentre en ti la aurora.
Los animales deplorarán tu muerte
cuando tu aliento haya cesado.


Lloraré entonces, esa es la costumbre,
y echaré al fuego mi camisa de bautizo
Tu despertador azul ya no dirá nada,
no me despertará nunca.

RETRATO
La vecina tejía un pullover color vino
−el diseño cruzado era la moda−
con dos cazuelas de leche pagaste su trabajo
y mi hombro no tuvo frío en la misa.
Entonces conté todo a Dios
−sus siete íconos me escuchaban sólo a mi−
que somos muy pobres en Moldavia
y que ayer mi hermano otra vez me pegó.
Me jactaba luego de mi ropa nueva
−necia, siento no haberle preguntado−
cuando haya crecido, ¿quién tejerá mi ropa?
¿y dónde le encontraré entre los rostros de la calle?

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