viernes, 2 de octubre de 2009

CINTIO VITIER (1921-2009) E.P.D. II

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Yo conocí a Cintio, una tarde de los años sesenta, cuando él y Fina trabajaban en la Biblioteca Nacional. Fui con Emilio de Armas. Estábamos en los primeros años de la carrera de Letras, escribíamos poesía, y hablar con Cintio y Fina era una de las mejores cosas que podían pasarnos. Fuimos muchas veces. En esas tardes conocimos también a Eliseo Diego, a Octavio Smith, a Roberto Friol, a Paco Chavarri, todos amigos de ellos. El atrevimiento estudiantil, y la generosidad de Cintio y Fina, nos movían a mostrarles unos poemas que, salvo alguna excepción, ya no mostraremos a nadie. En uno de mis poemas estaba la poesía, creyó Cintio, e hizo que Samuel Feijóo lo publicara en su revista Signos. Fue mi primera publicación. El elogio de alguien como Cintio me halagaba, pero también me aplastaba, y quizás por ello Fina me vio “rostro de muerto”, como dice en un poema de Visitaciones. Todavía conservo —es una de mis pocas reliquias— un ejemplar de 50 años de poesía cubana dedicado por Cintio a Emilio y a mí (no recuerdo cómo hice para que fuese yo y no Emilio quien se quedara con el libro).
Estar en los inicios de un camino con el que nos hacíamos ilusiones, y encontrar acogida en quienes eran grandes figuras de la cultura del país —y con las que ya reconocíamos en nosotros afinidad—, era una gloria. Esas tardes en la Biblioteca eran una gloria. También los visitamos una noche, Emilio, Raúl Hernández y yo, en su casa de La Víbora. Fue una noche especialmente oscura, porque en esos días Cintio y Fina habían sido absurdamente separados de su puesto al frente de la Sala Martí de la Biblioteca. Al despedirnos Cintio, con una sonrisa, nos dijo: “Animo, muchachos, que yo estoy hecho polvo”.
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Aramís Quintero.
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Desde la terraza de la Casa del Escritor de Matanzas observábamos como Cintio, Fina y Carilda, aprovechando un intermedio de no recuerdo que evento, conversaban animadamente a orillas del rio San Juan, a la vista del puente de Tirry, mientras daban un lento paseo que los hizo detenerse en lo que se conocía como “parque de los chivos”, en la confluencia de las calles Rio y Narváez.
Nos divertíamos simulando adivinar o leer en sus labios la sublime conversación. El poeta Roberto Méndez, ingenioso y con esa especial admiración que lo hace hoy uno de los más serios y conocedores estudiosos de la poesía de Cintio, pone en su boca y en la de Fina estos versos, aprovechando que ambos hablan y Carilda les escucha en silencio.
Todo en Matanzas era igual a París… -dice Cintio.
…por los menos a escala de crepúsculo. –le interrumpe aclaratoria Fina– no hay que exagerar.
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Heriberto Hernández.
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Hablé con Cintio y Fina dos o tres veces. Los recuerdo de visita en Sancti Spiritus, en un homenaje que les hicieron, y cómo resistieron una lectura de poetas jóvenes, entre ellos mi amigo Héctor Miranda y yo. Luego de la lectura se nos acercaron en la calle, y nos hicieron unas cuantas preguntas. Cintio era muy generoso, y quería saber un poco más sobre nuestras personas. Aparentemente, detectaron mucho desaliento en lo que escucharon de aquel par de tipos desgarbados y con facha de trashumantes. Y precisamente quería darnos aliento. Pese a que yo no compartía sus afanes teleológicos, fue muy gratificante comprobar su sencillez y bondad personal y poder compartir con ellos aquella vez. Creo que Fina me dijo que habían pasado parte de su luna de miel en Sancti Spiritus y que siempre les alegraba regresar. No recuerdo con exactitud ahora. Es cierto que me sentí defraudado muchas veces con las posiciones políticas de Cintio, pero su obra crítica sigue siendo referencial para entender la poesía cubana. Que descanse en paz.
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Manuel Sosa.
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Creo que es una suerte para los cubanos. Cintio y Fina, una suerte, desde la sabiduría y la belleza de su obra. Recuerdo cuanto me alumbró, en mis primeros pasos intentando escribir, su libro Lo Cubano en la Poesía. Descanse en paz.

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Juan Carlos Recio.……………………………………………………….
Creo sinceramente que la pérdida de Cintio es verdaderamente sensible para la cultura cubana, aunque los años justifiquen tal desaparición. Cintio es acreedor de una obra de dimensiones inconmensurables, como poeta y como investigador. Solamente su acercamiento a la obra de Martí lo haría grande.
Pero al intelectual que de alguna manera simboliza la fuerza creadora de una generación, se une la personalidad de un hombre bueno. Fue una de esas personas que pasó por la vida para dejar recuerdos gratos y de respeto a quienes tuvimos el privilegio de conocerle. Lamentable pérdida, porque era lindo contar con su presencia física, pero a no dudar, seguirá siendo una luz en la cultura cubana.
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Rafael Carralero.……………………………………………………….
Camino de la oficina quedé atrapado en la encerrona de la hora pico. Como era obvio que no nos moveríamos en un buen rato, le eché mano al BlackBerry para ir leyendo los correos. En el Gmail tenía el aviso de que Sigfredo Ariel me había enviado un mensaje al Facebook. Era algo muy escueto: “Cami: Me acaban de decir que hace unas horas murió Cintio. Un abrazo, Sigfre”.
La enorme fila de carros permaneció inmóvil por mucho más tiempo, el suficiente como para poder repasar algunos momentos de aquella época en que descubrí que Cintio Vitier y Fina García Marruz eran nuestros vecinos. A esa cercanía le debo muchas tardes de larguísimas conversaciones y la publicación de mi primer libro de poemas.
No puedo decir que sostuve una relación intelectual con Cintio y con Fina, hablábamos de literatura cuando ya todos los temas de la vida cotidiana estaban zanjados. Llegamos a tener una complicidad muy familiar y creo que mi hija Ana Rosario fue la que más provecho le sacó a eso, porque descubrió a José Martí con ellos de intermediarios.
Recuerdo que una vez hicimos una cola de más de tres horas en la pescadería. Fue unos días después de la muerte de Gastón Baquero y aprovechamos aquella larga espera para que Cintio reconstruyera los momentos que él recordaba con más cariño de su amistad con el poeta de Banes. Pero aquel ejercicio de la memoria no le impedía estar atento a otras conversaciones que sucedía a nuestro alrededor. Poco después, escribió un poema muy lúdico sobre eso.
Junto a Cintio y Fina, también, crucé por primera vez la raya roja del aeropuerto de Rancho Boyeros. Descubrir Madrid con ellos, fue casi avasallador para un guajirito que nunca había viajado. Pero si tuviera que elegir un sitio donde volverme a reunir con ellos, escogería cualquier lugar de la vida cotidiana. Ahí los poetas suelen ser más reveladores que en la mayoría de sus versos, aun cuando ellos sean parte de una obra insustituible.
Así recordaré a Cintio, en la cola de la pescadería, rodeados por una Habana que él disfrutaba como un niño que está a punto de hacer una nueva trastada.
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Camilo Venegas.……………………………………………………….
Estamos muy conmovidos por la desaparición del maestro Vitier y dudo que de ninguna manera su ausencia vaya a pasar desapercibida. Su obra comprende una de las grandes voces poéticas de nuestra lengua, una mirada de alcance continental, especialmente importante en relación a sus estudios sobre José Martí. Esos fueron justamente los méritos por los que se le dio el Premio Juan Rulfo de Literatura Latinoamericana y del Caribe en 2002. Durante su visita a Guadalajara el maestro Vitier demostró una calidez extraordinaria hacia los mexicanos, y en su discurso de recepción recordó una anécdota de su niñez que me parece muy linda y creo que justamente resume ese tono de cercanía que marcó su estancia. La anécdota la contó así:
"A mis siete u ocho años tuvo lugar en el patio provinciano de mi casa en Matanzas un insólito acontecimiento. Horas antes mi madre me había dado un lienzo blanco para que lo llevara a mi maestro de pintura y allí él estampara la bandera mexicana. Dada la urgencia del encargo, mi maestro utilizó los relieves de un sillón de mimbre para simular las plumas del águila. Muy contento volví corriendo por las calles de Matanzas, agitando al aire la preciosa bandera. Ya de noche, entraban los últimos invitados. En un extremo de la mesa, bajo las estrellas, mi padre, pálido de emoción, se preparaba para dedicar aquella cena al señor que en el otro extremo guardaba un grave silencio. Oí el nombre de José Vasconcelos, símbolo entonces de la Revolución Mexicana. Años después devoré todos sus libros a mi alcance. Hoy les traigo también a ustedes, no por ser invisible menos real, aquella bandera infantil".
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Myriam Vidriales.
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