miércoles, 13 de agosto de 2008

DESEO


Demasiada resaca, poco oleaje;
demasiado silencio, mucho ruido
sin calma, sin música, perdido
el norte u otro signo, la salvaje
sed de otras aguas. Que en silencio baje
del cielo a tierra un dardo que le hiera,
o una daga que ascienda, sucia, artera,
desde el infierno ardiente, en sus carbones
templada la hoja, sangre a borbotones
haga brotar y en ella ahogado muera.

viernes, 8 de agosto de 2008

HALLAZGO

Gonzalo Rojas es un asombroso caso de vitalidad y auténtica vocación. Leo una selección de su poesía editada por la Fundación TELMEX, al cuidado de la poeta cubana Elena Tamargo. Encontrar en un poeta contemporáneo la sensibilidad trascendente de los clásicos, una desafiante vocación lirica (en el sentido mas primitivo) y el impulso, siempre latente y muchas veces manifiesto de violentar todo orden (ejercicio de poder si se busca en la esencia), romper todo canon (probar su fragilidad) es algo que nos sucede cada muchos libros, cada muchas horas de lecturas baldías, cada muchos regresos al inicio del agua en la clepsidra. Gonzalo Rojas es uno de esos arqueros que afila las palabras como dardos, que extiende la mirada y su arco describe una parábola en que cada saeta, cada palabra, encuentra su costado indefenso.


LAS HERMOSAS
Eléctricas, desnudas en el mármol ardiente que pasa de la piel a los vestidos,
turgentes, desafiantes, rápida la marca,
pisan el mundo, pisan la estrella de la suerte con sus finos tacones
y germinan, germinan como plantas silvestres en la calle,
y echan su aroma duro verdemente.
Cálidas impalpables del verano que zumba carnicero. Ni rosas
ni arcángeles: muchachas del país, adivinas
del hombre, y algo más que el calor centelleante,
algo más, algo más que estas ramas flexibles
que saben lo que saben como sabe la tierra.
Tan livianas, tan hondas, tan certeras las suaves. Cacería
de ojos azules y otras llamaradas urgentes en el baile
de las calles veloces. Hembras, hembras
en el oleaje ronco donde echamos las redes de los cinco sentidos
para sacar apenas el beso de la espuma.


TOMAD VUESTRO TELÉFONO

Tomad vuestro teléfono
y preguntad por ella cuando estéis desolados,
cuando estéis totalmente perdidos en la calle
con vuestras venas reventadas, sed sinceros,
decidle la verdad muy al oído.
Llamadla al primer número que miréis en el aire
escrito por la mano del sol que os transfigura.,
porque ese sol es ella,
ese sol que no habla,
ese sol que os escucha
a lo largo de un hilo que va de estrella a estrella
descifrando la suerte de la razón, llamadla
hasta que oigáis su risa
que os helará la punta
del ánimo, lo mismo que la primera nieve
que hace temblar de gozo la nariz del suicida.

Esa risa lo es todo:
la puerta que se abre, la alcoba que os deslumbra,
los pezones encima del volcán que os abrasa,
las rodillas que guardan el blanco monumento,
los pelos que amenazan invadir esas cumbres,
su boca deseada, sus orejas
de cítara, sus manos,
el calor de sus ojos, lo perverso
de esta visión palpable del lujo y la lujuria:
esa risa lo es todo.


ADIÓS A HÖLDERLIN

Ya no se dice oh rosa, ni
apenas rosa sino con vergüenza; ¿con vergüenza
a qué?, ¿a exagerar
unos pétalos, la
hermosura de unos pétalos?
Serpiente se dice en todas las lenguas, eso
es lo que se dice, serpiente
para traducir mariposa porque también la
frágil está proscrita
del paraíso. Computador
se dice con soltura en las fiestas, computador
por pensamiento.
Lira, ¿qué será
lira?, ¿hubo
alguna vez algo parecido
a una lira?, ¿una muchacha
de cinco cuerdas por ejemplo rubia, alta, ebria, levísima,
posesa de la hermosura cuya
transparencia bailaba?
Qué canto ni canto, ahora se exige otra
belleza: menos alucinación
y más droga, mucho más droga. ¿Qué es eso de
acentuar la E de Érato, o Perséfone? Aquí se trata
de otro cuarzo más coherente sin
farsa fáustica, ni
Coro de las Madres, se acabó
el coro, el ditirambo, el célebre
éxtasis, lo Otro, con
Maldoror y todo, lo sedoso y
voluptuoso del pulpo, no hay más
epifanía que el orgasmo.
Tampoco es posible nombrar más a las estrellas, vaciadas
como han sido de su fulgor, muertas,
errantes, ya sin enigma,
descifradas hasta las vísceras por los
instrumentos que vuelan de galaxia en
galaxia.
Ni es tan fácil leer en el humo lo
Desconocido; no hay Desconocido. Abrieron la
tapa del prodigio del
seso, no hay nada sino un poco
de pestilencia en el coágulo del
Génesis alojado ahí. Voló el esperma
del asombro.
Gonzalo Rojas: Poeta chileno nacido en Lebú, Arauco, en 1917. Estudió Derecho y Literatura en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Fue profesor de Estética Literaria y Jefe del Departamento de Castellano en la Universidad de Concepción. Ejerció la docencia en Utah, EE.UU., Alemania y Venezuela. Organizó a partir de 1958 los famosos Congresos de Escritores en Concepción, reuniendo lo más selecto de la literatura latinoamericana. Fue diplomático en China y Cuba. Perteneció al grupo surrealista reunido en torno a la Revista Mandrágora, 1938-1943. Ha recibido numerosos premios internacionales entre los que se cuentan: Premio Sociedad de Escritores de Chile por «Poesía Inédita» 1946, Premio Reina Sofía de poesía de España, Premio Octavio Paz de México y José Hernández de Argentina, además del Premio Nacional de Literatura de Chile en 1992 y del Premio Cervantes de Literatura 2003.


lunes, 4 de agosto de 2008

NÁUFRAGO

Arístides Vega es un isleño vocacional, y digo isleño y no cubano porque para él, Isla y Cuba son sinónimos. Un espacio limitado por agua, aguas que le compulsan a pararse en el centro. Náufrago, es La primera palabra, y no se me ocurre otra, aunque no sea exacta. No ha navegado o zozobrado en barco u objeto flotante alguno. Nació ya en una isla en medio del mar y ha tenido que propiciarse todo medio de subsistencia (poética).
Corrían los primeros años de la década del ochenta, aún se sentía la sombra negra del Mariel, con su vergonzosa ola de represión, y nuestra generación empezaba a mirar la vida del país con inquietud. Las librerías nos devolvían la sensación de que había que “buscar atrás” o mirar allende el mar. Traducciones del “Anábasis” de Saint-John Perse (de Heberto Padilla) o la traducción (amanerada versión) de Lezama de “Lluvias”, una pequeña edición (con el cuadro “Tierra” de Fayad en la cubierta) de la “Tierra Baldia” de T.S. Eliot, Rilke, Mallarmé, Paul Valéry (en la excelente traducción de Mariano Brull) fueron descubrimientos sucesivos que ayudaron a paliar la coral y laudatoria (a la Revolución) oferta de las librerías. El “salto atrás”, no sólo nos hizo releer, como quien busca una luz al final del túnel, todo el diecinueve cubano. La república, con el emblemático Poveda o el íntimo Ballagas; nos llevó derecho a “Orígenes”, como una balsa flotando en el mismo mar desde los tempranos treinta y aún dando bandazos.
Por esa época conocí a Arístides Vega Chapú. Recién regresaba de La Habana (a Santa Clara) después de un intento fallido (por suerte) de estudiar derecho. Comenzábamos a vernos a menudo un grupo en el que se recuerdan además los poetas Pedro LLanes, Frank Abel Dopico, Joaquín Cabezas de León, y el narrador Evelio Capote (ya fallecido), entre otros. En el departamento de sus padres (en los altos de las oficinas del PCC provincial), sitio de encuentro, escuchábamos música, que no hubiese oído nunca de otro modo, y nos reuníamos para ir a alguna actividad cultural o simplemente para leer o conversar. Su manera de escribir (y de vivir) fue cimentando una amistad que los años y mi admiración sólo han fortalecido.
He recibido, recién, una antología de su poesía que he leído de una manera muy peculiar. Los primeros textos (de los primeros libros) me sonaban tan cercanos que recordaba largos pasajes como si los hubiese escrito. Algunos poemas revivieron los momentos en que fueron escritos o en que los escuché por primera vez, y confirmé la vieja certeza de que Arístides reúne en su obra todos los sueños (muchos truncados) y todas las frustraciones de una generación. La generación (como quieran llamarla) que abrió los ojos con la bofetada del Mariel y dinamitó el monolítico discurso “setentero” y recapituló los anales de la literatura cubana, reclamando un espacio para la individualidad. Ese espacio estaba ya implícito en cada verso.
Después de muchos años, leyendo de un modo fragmentario su obra, poder apreciar reunida una muestra amplia y representativa de cuanto ha escrito, permite constatar como el discurso, lejos de hacerse mas discreto o decantar excesos e improntas de juventud, se mantiene vivaz y minado de desvaríos emocionales, personales referencias y voluntariosos giros que contradicen su actitud reflexiva y ecuánime.
Se habló muchas veces en el pasado, de una vocación en que el tema familiar genera el contexto básico en que se estructura su sensibilidad poética. Hoy tiendo a pensar que el poeta construye nexos para atar (poéticamente) sus temas, sus preocupaciones, sus especulaciones, muchas veces con visos de obsesión existencial, a una referencia cercana, conocida, “familiar” en la otra acepción. La intención de hacerse entender sin dar detalles, sin explicar por qué, no es más que la proyección de su necesidad de entender y su voluntad de ver desde dentro.
Arístides sigue siendo un sobreviviente, enraizado cada vez más en el centro de su isla. Allí ha construido una cabaña con los restos de cada naufragio. No mira hacia el mar, hacia el horizonte, porque no espera nada de las aguas que le rodean como una maldición. Todo lo necesario, lo esencial, esta bajo el árbol más cercano, en la humedad de la sombra y el sabor del fruto.

NO SOSPECHAMOS LO IGUALES QUE SOMOS SENTADOS A LA MESA
Soy el anfitrión de esta mesa familiar,
del pez que duerme con ojos abiertos
semejantes al sol
desdeñado por el batir furioso de las nubes.
Dejando abiertas las ventanas, las luces ardiendo
en las vasijas que cobran el color de las monedas,
agradezco la estación en que se marchan las aves.
No parece que vaya a morir
con mi casa a medio hacer,
con la madera áspera de la mesa humeando.
Pero viene a salvarme.
Veladas están las entradas de la casa
y afuera la tormenta intenta apoderarse de los ojos
con que el pez puso fin a su tristeza.
Como un soldado llegado de la guerra
deseo una mujer que agriete mi pecho,
se sumerja con la certeza de estar a salvo.
Deseo una conversación al oído.
Abrir los ojos y escuchar la música de las ferias
sobrevolando la ciudad sin orientarme.
Pero soy el anfitrión de esta mesa
en que el asado conserva las huellas del dolor
y tu no asomas las manos por miedo al pez.
Esta mesa ajedrezada que nada sostiene
como si nos dispusiéramos a jugar con el peligro
de volvernos a ver en sus falsos bordes,
maldiciendo el país
que la noche convierte en triste mesa
donde estamos uno frente al otro
atentos a la humeante sopa que nos iguala el rostro.

SI FUERA POSIBLE OLVIDARA ESTE TIEMPO
Siembro un árbol como si abrazara a mi hija
con el temor de desconocer hasta dónde crecerán sus hojas.
Para aliviar mis ganas de morir
me he dejado llevar por sus sombras.
tendría un buen corazón si atravesado no estuviera.
Pero un árbol quebrado puede mover el cielo
hasta dejarlo caer suavemente
como un pájaro desorientado.
Tendría que maldecir su sabiduría
para no dibujarle un corazón en el pecho.
Mi padre me posee desde lejos.
Como aun desconocido, lo veo ofrecer naranjas
que los árboles más altos han endulzado.
Quise su miel, pero no es tiempo de escucharnos.
Ninguna ciudad me pertenece
porque no podré alcanzar jamás fruta en árbol tan crecido.

A veces me parece imposible salir del mar y respirar
flotar como el cadáver de un pez
sin tocar nunca más la tierra,
pero quien sabe ciertamente lo que quiere
si no podemos imaginar un astro en nuestras heridas.

Tiempo en que todos sentimos los estruendo de la muerte
que nos sepulta en su soledad.
A los milagros tememos
a la luna tememos
a la luna que semeja un cazador viajando hacia nosotros.
Debo lanzarle flechas, proteger la tierra que oscurece
pero mi historia es demasiado antigua para recordarla.
Convertido en sombra estoy entre dos muertos;
pasado y presente son nuestra angustia.
Ellos tendrán mañana mi rostro, la tierra
a la que descenderán antes del invierno.
Es una larga historia que nos protege
con el poder de la fruta que madura en la fronda.

Quise amar a la que descubrió su pudor
en el espejo de mi pecho.
Pero mi corazón ya no dirá la verdad,
no es el refugio de los que temen quedar solos,
Olvidados por la luna que nos pertenece y alivia.
Siembro el árbol para que penetre su cuerpo de serpiente
por esas puertas nunca abiertas.
Han crecido las murallas de la ciudad
y ni siquiera la magia de la alfombra
podrá sobrevolarla.

A solas converso con alguien a quien no revelo mi nombre.
Sin decirme si es creíble la conversación
he de imaginarla como tantas otras frases que me agradan
y no he pronunciado nunca.
Se marcha entre la memoria y el camino
por el que se vuelve a uno mismo.
Quien le escucha en los días en que el aire tiende su túnica
como una última mirada,
inexistente tiempo en que es difícil descubrirnos
por muy cerca que estemos.
Es un aviso, levántate y cobíjame,
pero hoy no basta el arraigo por la tierra
porque un día desaparecerá mi temor
y habré muerto en calma.

LA SOLEDAD INNECESARIA
Yo amé a un país a tientas del que nada sabía.
Apenas se me dijo: es tu tierra
y como pájaros mortalmente heridos
vi hombres caer donde antes hubo cielo.
Ojos vendados, por los mismos caminos
en que parece imposible oscurezca.
Aquí murieron olvidando el regreso.
Era inútil hablarles. Llamarles por sus nombres.
País que los viste morir, tus puertas no existen
son relámpagos caídos al borde de la ciudad.
Muchos hollaron el suelo prohibido
con la sensación del heroísmo
y el rumor que ocultan los pacíficos pueblos.
Si acaso comprendiéramos que detrás de esta moneda dorada,
de su figura de luz,
están los cuerpos que prefieren la demencia
como lo único conservado.
No escuchen a las muchachas que desenterraban sus despojos
del campo de batalla.
Al cazador que dentro de mí elige
su sombra herida por un dardo.
No conozco otra ciudad, sólo esta
en la que estoy sepultado.
Aún no sé que decir que no estuviera escrito,
fui peregrino y bajo el cielo
no recuerdo haber descubierto un silencioso sitio
que me cubra como un ángel.


CONCIENCIA DE LA PÉRDIDA

Estoy a oscuras,
en el vacío espacio de lo que fue mi casa,
sobre las estáticas flores
de una loza tan antigua
como mi pasado.
Justo en el sitio
donde un caudaloso río se deshizo
de todos los peces
que con su ambición traspasaron los límites
fijados por el movedizo dibujo del agua.
Sucedió antes de que inundara mi casa,
la dividiera en dos
como un libro que se deja momentáneamente.
Bien sé que no he sido inocente,
ni siquiera me lo propuse
y ahora no espero perdón.
Estoy a oscuras,
sin pensar ni esperar de este tiempo
que fluye hacia un pasado inexistente.
La oscuridad desciende
desde una áspera franja de cielo
sin luna ni sol.
Bajo ella aguardo la señal
de los que alguna vez perdieron
el miedo a las pasiones
y fueron condenados sin piedad alguna,
no obstante su sentido común
sólo les permitió anhelar
lo que la luz de sus ojos convirtió
en predios posibles.


PERMANENCIA

Yo que tantas veces he espiado los gestos del celador
me había conformado
con que el árbol naciera a mis espaldas.
A veces hasta me creo a salvo y me volteo
para seguir el rastro verdecido de las ramas,
inmensas como si estuviesen destinadas a un vestuario
y cuyo único anhelo es sentir el frágil peso de un ave
recién salida de un cielo milenario y desconocido,
que va y viene sin revelar nada
que no sea capaz de ascender hasta el.
A pesar de que no existe algo para enterrar
bajo la irrealidad de su sombra,
permanezco aquí, simulando ser parte
de esta oscura tierra extraña para mis antepasados.
Es lo que tengo en común con el árbol
aunque esté a mis espaldas,
ambos estamos predestinados a permanecer.


ESCAPAR CON VIDA

Podría como tantas otras veces creerme hijo de Dios
ante la inmensidad de un horizonte
que se apropia de todo lo existente más allá
de lo que no puedo vaticinar.
Aparentemente descreído, con una dudosa memoria
en la que vagan recuerdos
sin ocupar un pasado o un presente,
he tenido ante mis ojos el esplendor de todo el paisaje
como si tuviese el mundo sobre mí y pudiera soportarlo.
Me he preguntado quién soy, temeroso de vagar
por estas tierras sin límites, ni noche
de una luna menguante o simple luz golpeada por el viento
desprovisto de una dirección.
Como cuando pequeño
me siento sobre el vaivén de las hojas de un árbol
estático como la noche
que la lluvia de estos meses ha incitado a crecer
para que nada sea divisado a su alrededor.
Nada con lo que sea posible orientarme,
creer que uno de esos vientos aparejados a la lluvia
tomará por mi camino
sin obligar a mi cuerpo a sostener la hidalguía
del soldado que no quise ser.
Una llovizna que se desliza con la sutileza de una lágrima
y que sólo está dispuesta a caer en noches tan inciertas
como esta noche,
tiene el destino de borrar el dolor.


¿ACASO NO ESCUCHAS MI VERDAD?
Advierto que me he quedado solo
repitiendo mi verdad a nadie.
La memoria no servirá para reconocer
a quién intento convencer con estos gestos.
Ubico la tempestad en un horizonte límite de nada.
Estas lágrimas provocadas por ningún dolor real
me pertenecen.
Ciegan mis ojos con su penitente ácido
para no ser testigo de cuanto sucede
sobre la sombra irrepetible
de un tiempo en que olvido cómo reconocerme,
cómo describir mi rostro,
es decir el que dispone las circunstancias.
Soy tantos otros,
tantos seres desconocidos
y hasta inexistentes.
Estoy fuera de la imagen
con la que reconstruyo el pasado
en el que no será reconocido nadie
después de sumergir sus cabezas en la penumbra.
Sobre la solitaria tierra que aguarda tras el mar
se configura la noche.
Es algo que presiento
y mis ojos extremadamente agotados
de preferir la luz
me hacen creer que todo cuanto es posible imaginar
sobre la tierra me pertenece.
Poeta, narrador y promotor cultural. Ha publicado trece libros de poesía: "Breve estancia de Cristo en la ciudad de Matanzas" (1989), "Finales de los años" (1993), "Últimas revelaciones en las postales del viajero" (1994), "La casa en el monte de los olivos" (1996), "Retorno de Selim" (1999). “El riesgo de la sabiduría” (2000). “El signo del azar” (2002), “De lo que se supone” (2002), “Días a la deriva” (2002), “Mensajes del pan” (2003), “Sagradas Pasiones” (2005), “Después del puente sobre las aguas” (2007) y la antología personal “Que el gesto de mis manos no alcance” (2008). Su novela “Un día más allá”, inédita desde 1999, será publicada por Bluebird Editions a finales de este año. Reside en Cuba.


ARÍSTIDES VEGA CHAPÚ: (Villa Clara, 1962)


La foto en blanco y negro es un detalle de una foto de grupo tomada en los años ochenta, cortesia del artista plástico y músico Adrián Morales.