jueves, 24 de noviembre de 2011

LA MUERTA (y otros poemas) / Elena Tamargo


LA MUERTA

Teníamos en común algunas cosas: comíamos la sobra de los pájaros;
compartimos el vino y las almohadas;
escogimos el nombre de Nazim y el aire para poner las tumbas;
él no creía en dios porque ya lo había visto;
teníamos amuletos: las palabras;
ahora yo soy la muerta y él escribe estos versos.


EL TIEMPO DE LOS BESOS SE ACABÓ 

No tengo brazos ni caballos ni musgos en las sienes
busco farmacias, ay de mí
yo tenía un hijo, ay de mí
lo vi empinar un papalote y tenía un poeta, dios mío,
y bebíamos vino y hacíamos silencio.
Partimos nueces en Moscú y vimos irse en las cáscaras la dicha.


PRÓXIMOS DÍAS DE UNA CASA

                     Cuando las cimas de nuestro cielo
                     se reúnan
                     mi casa tendrá un techo.
                            Paul Eluard


Soy la casa, un poco de cal y de ternura,
alguien olvidó llevarme
y ahora me sobran las cucharas.
No habrá un sofá para los novios
ni espejo
donde la de ahora se miraba joven.
La casa mía luchaba bravamente,
sólo la tuve a ella para guardarme,
llegó a ser como un invierno
con nieve para asfixiarse,
fue también una no-casa una no-yo
la paz tenía un cuerpo
la casa no se quejaba,
insultaron sus puertas
y ella se estrechaba junto a mí como una loba,
mi casa no fue de vidrio
viví en ella certezas y aventuras
vivieron mis vestidos y mis botas,
era una casa donde encontrar la noche.
Moría miel y tila,
las gavetas un día se abrieron de luto
y en un espejo que todavía se empaña
soñé con un nido
donde los árboles rechazaban a la muerte.

Pertenecientes al libro inédito El año del alma, una selección de estos, sus últimos textos, forma parte de Días ya vacíos, poemas escogidos, que junto a Manny López, seleccionamos y editamos. Este libro, que ella tuvo la amabilidad de consentir, revisar y aprobar, fue uno de los muchos proyectos, a los cuales dedicó atención en sus días finales con alegría y un entusiasmo asombroso.

Esta edición ha sido posible gracias a la colaboración del artista Gustavo Acosta, que generosamente accedió a permitirnos usar la imagen de una de sus obras y el prestigio de su nombre para el diseño de la cubierta.

Elena Tamargo, DÍAS YA VACÍOS, Poemas escogidos, Bluebird Editions, Miami 2011.
Gustavo Acosta, Memory Lane, 2010. Acrylic on linen / 36 x 36 inches.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Elena Tamargo (1957-2011†)


Nadie que yo haya conocido, ha encarnado como Elena Tamargo la devoción por la poesía, la entrega sin reservas a su ejercicio, estudio y reclamo del sitio que le pertenece en la cultura occidental. En medio del desamparo mayor, el dolor, fue su real fuerza conjurar la ausencia de Dios con palabras. Palabras que le ganaron amigos y cómplices. Nos hemos mirado con asombro, le hemos visto mirar a los ojos a la muerte con total convicción de que aún no era el día, y el día no ha sido hasta hoy. Después de ordenar sus papeles, abrazar a sus afectos, y despedirse de su hijo, lo decidió como un poeta, sin el consentimiento de nadie.
E.P.D.

http://www.elmundo.es/america/2011/11/21/cuba/1321830243.html

http://www.elnuevoherald.com/2011/11/20/1069016/muere-en-miami-la-poeta-elena.html

http://www.todopuebla.com/noticias/external/7/5/110/1

http://www.elsiglo.com.ve/modules.php?name=News&file=article&sid=8098

http://www.elcorreo.com/agencias/20111120/mas-actualidad/cultura/muere-miami-poetisa-cubana-elena_201111202325.html

http://www.diariovasco.com/agencias/20111120/mas-actualidad/cultura/muere-miami-poetisa-cubana-elena_201111202325.html

http://www.eldiariomontanes.es/agencias/20111120/mas-actualidad/cultura/muere-miami-poetisa-cubana-elena_201111202325.html

http://www.ideal.es/agencias/20111120/mas-actualidad/cultura/muere-miami-poetisa-cubana-elena_201111202325.html

http://www.diariosur.es/agencias/20111120/mas-actualidad/cultura/muere-miami-poetisa-cubana-elena_201111202325.html

http://www.larioja.com/agencias/20111120/mas-actualidad/cultura/muere-miami-poetisa-cubana-elena_201111202325.html

http://www.elnuevodia.com/fallecelapoetisacubanaelenatamargo-1125477.html

http://www.lavozdigital.es/agencias/20111120/mas-actualidad/cultura/muere-miami-poetisa-cubana-elena_201111202325.html

http://www.elcomercio.es/agencias/20111120/mas-actualidad/cultura/muere-miami-poetisa-cubana-elena_201111202325.html

http://www.hoy.es/agencias/20111120/mas-actualidad/cultura/muere-miami-poetisa-cubana-elena_201111202325.html

http://ar.noticias.yahoo.com/muere-miami-poetisa-cubana-elena-tamargo-222000659.html

http://www.primerahora.com/fallecelapoetisacubanaelenatamargo-582039.html

http://eldespertadoramericano.com/archives/22664

http://prensahoy.com/venezuela/2011/11/20/muere-en-miami-la-poetisa-cubana-elena-tamargo/

http://entretenimiento.terra.com.ar/muere-en-miami-la-poetisa-cubana-elena-tamargo,b1f9025ab03c3310VgnVCM3000009af154d0RCRD.html

http://www.laverdad.es/agencias/20111120/mas-actualidad/cultura/muere-miami-poetisa-cubana-elena_201111202325.html

http://www.lasprovincias.es/agencias/20111120/mas-actualidad/cultura/muere-miami-poetisa-cubana-elena_201111202325.html

http://www.unionradio.net/ActualidadUR/Nota/visornota.aspx?id=93652&tpCont=1&idsec=6&idprog=0

http://www.24-horas.mx/muere-en-miami-la-poetisa-cubana-elena-tamargo/

http://www.zimbio.com/member/sanantonio103/articles/Y6F7YVICvL7/Miami+Elena+Tamargo+ha+fallecido+en+la+madrugada
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Foto: Carlos Betancourt.

viernes, 11 de noviembre de 2011

A RAINIER MARIA RILKE / Marina Tsvietaieva

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Traducción de Elena Tamargo.
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A RAINIER MARIA RILKE
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Rainer, quiero encontrarme contigo,
quiero dormir junto a ti, abrazarte y dormir.
Simplemente dormir. Y nada más.
.No, algo más: hundir la cabeza en tu hombro izquierdo
y dejar mi mano sobre tu hombro izquierdo, y nada más.
.No, algo más: aún en el sueño más profundo, saber que eres tú, poeta.
Y algo más: oír tu corazón. Y besarlo.
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Nota: Nuestra amiga Elena Tamargo está enfrentando, con la nobleza y el valor a que nos tiene acostumbrados, otro momento difícil de los ya demasiados que le hemos visto padecer. Nadie como ella para entender cuanta fuerza puede haber en la poesía y cuanto puede confortar y sostener al poeta en las circunstancias más oscuras. Nuestro respeto y solidaridad, y la de los lectores de este blog.
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EL CABALLO DE LA PALABRA, ¿UN ANTILIBRO?

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Escribir un libro fundamentado en una interacción dialógica con otro libro pareciera destinarle a una existencia referencial. Lo real es que la búsqueda de un interlocutor no es extraña a la poesía, forma parte de su patrimonio. El poeta aspira a obtener respuestas, asume esa curiosidad decimonónica que es siempre, en última instancia, su conflicto esencial, como un desafío para el cual sólo está armado de palabras. Tal es, como si apuntes hubiesen sido, este libro de Elena Tamargo, en los márgenes o en el reverso de los pliegos en que fuera escribiendo Osvaldo Navarro su Horror al vacío.
Hablando de este libro, la poeta, que no logra separarlo de su autor, reconoce en este “una pertenencia a la tierra, que mantiene a las cosas separadas en conflicto, pero que también las reúne…” En este estado, en que no discrimina la abstracción que se opera en el imaginario de la poesía y el humilde ser en que confluyen las coordenadas del dolor y el placer, de la convicción y las dudas, escribe El caballo de la palabra, un canto en que se reproduce la misma interrogante desde las antípodas del dolor, desde la aceptación del placer.
¿Un antilibro? No. El mismo libro puesto a desdecirse desde una suerte de confinamiento voluntario en sus márgenes, el mismo discurso con las palabra que al poeta ya no le servían para defenderse “del horror al vacío”, pero que conforman la posibilidad de acceder al goce mayor, “el as luminoso de los dioses”, por la aceptación de sucesivos humanos placeres.
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LA PARTE POR EL TODO.Tal vez por el camino del zoológico
llegará el amor,
traerá en las manos una fruta para dar en la boca al animal
y semillas de alpiste en los bolsillos
cundeamor para las pequeñeces.
Vendrá a resucitarme
sabiendo de mis versos
sabiendo que creía en el futuro
que luchaba en contra de lo simple
del amor servil.
Yo no he vivido del todo lo mío
no he acabado de amar
entretengo a los jóvenes
con yambos y sinécdoques
y no acabé de amar.
Yo ofrecí mi ternura siempre que hizo falta
y cuidé nuestras penas.
Amo también a los caballos.
Déjenme cuidarlos, caballitos míos
les daré mi susurro si alguna noche se desvelan.
Quiero vivir mi vida en el zoológico.
Por esa senda llegará el amor, estoy segura.
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BOLERO CON VOZ RONCA.
...................Si yo encontrara un alma como la mía
.........................María Grever

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Ya yo he encontrado un alma como la mía
que copia en un cristal mis propias hojas.
Se sostuvo algún tiempo como un barco
en el agua cerrada.
Mojados, sus vestidos, le pesaban.
Repetía pedazos de antiguas oraciones
y jamás orinaba
en la boca de un río que fuera a dar al mar.
Tal vez sería Tanagra la tierra de ese encuentro.
Vivía sin saber que vivía su fábula
y su sentido estaba dividido
como tallos de rosa.
De su raíz partía la sangre hacia los hombres:
me parecía entonces densa.
Por lo demás, no había nada rojo.
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EL CABALLO DE LA PALABRA, Elena Tamargo. Poesía. Ediciones Dos Aguas, 2010. Portada e ilustraciones de Elvira de las Casas.
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ELENA TAMARGO: La Habana, Cuba. Poeta, académica, ensayista, Germanista y Filóloga, es Doctora en Letras Modernas. Traductora de la obra de F. Hölderlin. Premio Nacional de Poesía “Julián del Casal”, de la UNEAC, 1987. Entre sus libros de encuentran: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, El año del alma, Poesía de la sombra de la memoria y Bolero, clave del corazón. Después de una estancia en Rusia y otra en México, ahora vive en Miami.
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MÉXICO (“capital de asilos”) III


OSVALDO NAVARRO, SU HORROR AL VACÍO O LA SUPREMA SOLEDAD DE SU DESTINO

Por Elena Tamargo.

No quiere decir que un destino personal de expulsión haya buscado, y encontrado, su representación en la palabra. Tampoco significa que por medio de la poesía se haya superado un destino común cubano, que nos destroza, cuyas heridas visibles no pueden curarse. Tengo que pedir disculpas, pero la vigencia política de estos poemas no es del orden de la poesía política, ni siquiera allí donde son visibles las huellas indelebles de los acontecimientos políticos, silencio y exilio, los años amargos y el permanente temor a la libertad. El balance de este destino es mucho más que la suma de las experiencias de pérdida y de incertidumbre, peregrinaje, amor, amistad, y todo lo que una lista soporta acerca de lo que el exilio evoca. Es la poesía que habla de todos nosotros, incluso de aquellos que han intentado el regreso. Porque para todo exiliado un posible regreso es un nuevo exilio: es el exilio visitado. Porque el regreso ya no nos podría traer de vuelta nada más.
Lo que resuena como suerte del que se ha quedado sin patria es, en realidad, un destino universal.
El camino de la invención metafórica, su lugar más íntimo y último, que no es ni el nombre, ni la frase, ni siquiera el discurso, sino la palabra poética, significa a la vez no es y es como; así es el modo en que en la poesía de Osvaldo Navarro se argumenta la rara verdad poética, que pocos poetas o casi ninguno, la practican en un sentido tensional de la palabra verdad. Y para ello en él lo filosófico se instaura como guardián de esas extensiones de sentido, muy reguladas, desde cuyo fondo emergen inéditas del discurso poético.
El último libro, o lo que prefiero llamarle, los últimos poemas que Osvaldo escribió, en México, pertenecen al libro Horror al vacío, publicado por Ediciones Iduna, Miami, FL., veinte días después de su muerte, en un hermoso estudio de un hermoso barrio de la capital mexicana, a donde habíamos llegado 17 años antes, a salvarnos. Es un libro monumental de la poesía cubana del siglo XX, y no porque sea un libro de tono cubano, que no lo es, sino tal vez porque en él Osvaldo realiza la esencia general de su poesía, cargada con la determinación poética de poetizar hasta la propia esencia, en el dominio, y con la materia del lenguaje, que el poeta sabe que es el más peligroso de los bienes. Es un libro en el que se despide, valientemente, honradamente, como fueron sus últimos momentos, como fue su vida.
La noche antes de su muerte dedicó casi cinco horas a llamar a todos los amigos que pudo para anunciarles la salida de este poemario. Creo por eso que este libro fue la última de sus escasas alegrías.
Los textos que conforman este libro tratan temas que generalmente pertenecen al discurso filosófico, como la luz y la sombra, la eternidad y la muerte, el misterio de la verdad o el diálogo instaurado por los propios poetas, y Osvaldo lo hace con un despliegue de extraordinario dominio de las formas, que van desde el soneto más clásico hasta el himno, desde el long poem en verso libre hasta el madrigal.
Pero, ¿qué muestra este hombre, a sus 60 años, con más de 20 libros publicados, y dueño de un sitio en las letras? Una pertenencia a la tierra, que mantiene a las cosas separadas en conflicto, pero que también las reúne, y a eso le llama intimidad. Desde los epígrafes mismos que abren el libro se anuncia la valentía que reclama para los poetas: enfrentarse a las tormentas de dios con la cabeza descubierta y decir la verdad no desde la luz. El testimonio de esa pertenencia acontece igualmente desde la manifestación del ser del hombre, hasta por la libertad de su decisión, que aprehende lo necesario y se mantiene vinculada a una aspiración más alta, porque él sabe que siempre las primicias no son de los mortales.
Osvaldo Navarro en Horror al vacío se sitúa en la actualidad de una permanencia; puede por fin, como le ocurre a los grandes poetas, exponerse a lo mudable, a lo que viene y a lo que va, porque ya sabe que sólo lo persistente es mudable; porque siente que el tiempo que se desgarra irrumpe en presente, pasado y futuro porque existe la posibilidad de unificarse en algo permanente; porque sabe que desde que el tiempo surgió y se hizo estable en la voz de la poesía, los hombres son históricos.
El fuego, dice el otro, es esa herida/ por la que brota la ilusión perdida/ hasta que, al fin, de luz nos desangremos. La luz desangra, para él, que se ha amparado en Paul Celan para defender la sombra. Los últimos, tal vez, diez años de Osvaldo, los dedicó a leer muy bien a los poetas y filósofos alemanes: Hölderlin, Gadamer, Heidegger, Celan, entre otros, y en ellos fijó ciertos puertos que serían sus definitivos: como encontrar, si es que existe, a dios en la sombra y no en la luz. La sombra es la más pérfida agonía/ que se empoza en el alma y no se escurre. Nada sabe la luz de lo que ocurre/ en el alma, que no fotografía. Y como si eso no bastara, dice: Bosteza Dios porque la luz lo aburre/ y la noche lo colma de alegría, para confirmar su definitiva filiación con la sombra como instauración de la verdad y su postración ante el judío Celan, a quien admiró mucho.
Osvaldo busca durante todo el libro a los dioses, con quienes dialoga, con quienes únicamente dialoga, pero éstos no son dioses que hacen milagros ni castigan, son la expresión de la inteligencia que consigue el equilibrio: Muéstrame la verdad, tú que conoces/ el punto de equilibrio en que, en unión,/ dialogan la materia y la razón/ bajo el as luminoso de los dioses.Todavía el poeta sabe que le queda la palabra: palabras me defienden del horror al vacío. Y también le consuela que el alma no le duela: mi alma es una prótesis de oro, porque Osvaldo es un hombre bueno, lo saben todos los que lo conocieron. Es un hombre con honor, un hombre sincero, martiano; Martí, a quien le dedicó los últimos, tal vez, veinte años de su vida, a revisar su obra, estudiarlo, posicionarlo, y de quien dejó un excelente ensayo escrito Las paces con Martí, que muy pronto su lector podrá disfrutar.
La metáfora muerta es una obsesión en el discurso de Osvaldo. Había aprendido de Ricoeur que los efectos de sentido producidos por una metáfora viva y por otra incumben al mismo fenómeno central de innovación semántica. En el poema Metáfora, una suerte de arte poética, dice: No entra la metáfora en razón:/ visualiza la nada y no despierta:/ después de realizada queda muerta: es un orgasmo de la ensoñación. Hasta la puntuación aquí habla, es una estrofa conclusiva, de un poema donde el poeta dialoga con Platón: No es el espíritu, Platón, el alma/ es la que entabla el diálogo y se empalma/ con el gran orden de la eternidad.Hay dos largos poemas, en prosa, dos poemas ejemplares, uno de ellos Instrumentos de tortura, dedicado a Heberto Padilla, a quien Osvaldo admiraba y quería, y habíamos recibido en nuestra casa de México, y otro, El dios de los poetas, que son la novedad del libro, los extraños del discurso, sin serlos, pues ambos privilegian el diálogo del que venimos hablando; consisten en el nombrar los dioses y llegar a ser el mundo en la palabra. La palabra garante de sí misma. Osvaldo Navarro y Heberto Padilla tienen coincidencias de destino, tienen similitudes en sus orígenes, en su historia, en su candor, y hasta en su aparente ausencia de dios en su poética, su desmaterialización. Sin embargo ambos, son poetas que están bajo la invocación de los dioses, y la palabra con que los nombran es una respuesta a tal invocación; esa respuesta brota, cada vez, de la responsabilidad de un destino, porque ellos también saben que lo permanente lo instauran los poetas. Osvaldo le rinde un gran homenaje a Heberto en este largo e intenso poema, y patentiza que eso que permanece está confiado nada más al cuidado y servicio de los poetas.
Son pocos los que saben, como Hölderlin, que es poéticamente que el hombre habita esta tierra, y Osvaldo es uno de ellos, porque sabe que habitar poéticamente significa ser tocado por la esencia cercana de las cosas. Que la existencia es poética porque es una donación. Que la poesía no es un adorno que acompaña la existencia humana sino el fundamento que soporta la historia de un hombre, y por ello no es tampoco una manifestación de la cultura.
Osvaldo Navarro sabe, y en Horror al vacío lo expresa altamente, que esta obra peligrosa no se podría elaborar, y mucho menos conservar, si el poeta no estuviera proyectado fuera de lo cotidiano y protegido por la apariencia de inocuidad de su ocupación, esa, que al decir de Hölderlin es la más inocente de todas las ocupaciones; por eso su libro termina con estos versos: Mi vida, que apareció también por un azar/ tan lejos de Tubinga y tan cerca/ de un arroyo irreflexivo y triste/ seco ya para siempre/ donde lo único bello estaba en los ojos de un niño/ que buscaba a dios en el cielo de noches muy oscuras.¿Reconocerán entonces sus lectores, que este hombre ha penetrado poéticamente el fondo y el corazón del ser con excesivo impulso?

ELENA TAMARGO: La Habana, Cuba. Premio de Poesía de la Universidad de La Habana, 1984; Premio Nacional de Poesía “Julián del Casal”, de la UNEAC, 1987. Germanista y Filóloga; Doctora en Letras Modernas. Académica, ensayista y poeta. Traductora de la obra de F. Hölderlin. Entre sus libros de encuentran: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, El año del alma, Poesía de la sombra de la memoria y Bolero, clave del corazón. Después de una estancia en Rusia y otra en México, ahora vive en Miami.

MÉXICO (“capital de asilos”) II


NO ME BUSCARÍAS SI NO ME HUBIERAS ENCONTRADO
Unas palabras para dejarle esta voz a Luis Cernuda.


Por Elena Tamargo.

Siempre extrañará a alguno la hermosa diversidad de la naturaleza y la horrible vulgaridad del hombre. Y siempre la naturaleza, a pesar de esto, parece reclamar la presencia de un ser hermoso y distinto entre sus perennes gracias inconscientes. De ahí la recóndita eternidad de los mitos paganos que de manera tan perfecta respondieron a ese tácito deseo de la tierra con sus símbolos religiosos, divinos y humanizados a un tiempo mismo. El amor, la poesía, la fuerza, la belleza, todos estos remotos impulsos que mueven al mundo, a pesar de la inmensa fealdad que los hombres arrojan diariamente sobre ellos para deformarlos o destruirlos, no son simples palabras, son algo que aquella religión supo simbolizar externamente a través de criaturas ideales, cuyo recuerdo aún puede estremecer la imaginación humana.NOTA: Texto leído en el Centenario del poeta español Luis Cernuda, Ciudad de México, 2002ELENA TAMARGO: La Habana, Cuba. Premio de Poesía de la Universidad de La Habana, 1984; Premio Nacional de Poesía “Julián del Casal”, de la UNEAC, 1987. Germanista y Filóloga; Doctora en Letras Modernas. Académica, ensayista y poeta. Traductora de la obra de F. Hölderlin. Entre sus libros de encuentran: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, El año del alma, Poesía de la sombra de la memoria y Bolero, clave del corazón. Después de una estancia en Rusia y otra en México, ahora vive en Miami.

Algunos hombres, en diferentes siglos, parecen guardar una pálida nostalgia por la desaparición de aquellos dioses, blancos seres inmateriales impulsados por deseos no ajenos a la tierra, pero dotados de vida inmortal. Son tales hombres imborrable eco vivo de las fuerzas paganas hoy hundidas, como si en ellos ardiese todavía una chispa de tan armoniosa hoguera religiosa; eco sin fuerza ya, pero que tampoco puede perderse por completo. Y la misma dramática actitud para participar, aún débilmente, en una divinidad caída y en un culto olvidado, convierte a esos seres mortales en seres semidivinos perdidos entre la confusa masa de los humanos.
Palabras como éstas, con que Cernuda, poco antes de morir, identificara a Hölderlin, bien podrían ser dichas para él mismo. Al leerlo nos sobrecoge aquella radiante percepción que se abre paso aquí y allá, entre las misteriosas sombras que lo cercaron siempre y de las que tuvo que huir. Tal vez le moviera un miedo confuso, de semidios que ha conocido la humillación y guardó tal horror a ella, que se anticipa a las que pudieran sobrevenirle con su extremo sometimiento. Quién ignora que lo mejor, lo más noble que la humanidad puede ofrecer, ha sido realizado por genios aislados, y a pesar de los otros hombres. Una demoníaca fuerza aniquila a esos seres por el fuego, fuego que al propio tiempo los salva. Así se lee hoy esa dramática sombra humana a quien debemos una obra lírica inmortal y superior a los que en su propia generación parecieron ser los mayores. Luis Cernuda es un poeta del dolor, del sufrimiento, de la humillación y del silencio. De una incomprensión doble y de un destino también doblemente trágico.
Marcado por una preferencia sexual no aceptada aún hoy por los poderes de la sociedad y marcado también por el desgarrador drama del exilio, Cernuda vive sus más importantes años de creación y de madurez. Mas el exiliado lo va tomando todo para sí y eso hizo Cernuda para su poesía, y esta experiencia se excede porque es terror y temor y amor entrelazados, porque la experiencia poética es un lleno y un vacío de insuficiencia.
Luis Cernuda había nacido en Sevilla en 1902 y vino a morir en México en 1963. Académico, republicano con ilusión de hacer de España una nación más tolerante, liberal y culta, traductor de criaturas eternas como Hölderlin o Keats, desde 1938 se fue de su patria para no regresar ya nunca más. Su generación, una generación extraña, que no se alza contra nada, ni está motivada por una catástrofe nacional como la del 98; una generación que no tiene un vínculo político, pero que tampoco literariamente quería romper con nada, se protestaba a sí misma. Un simbólico viaje de noche por el Guadalquivir y una pasión de justicia por Góngora, unía a aquellos enormes poetas que padecieron, todos, los estragos de una dictadura, el dolor del destierro o la muerte y el amor por unos cuantos símbolos fundamentales en la historia de nuestra lengua poética. En materia de poesía la huella gongorina reforzaba la nitidez de frías perfecciones técnicas que señalan su destino. Góngora venía a favorecer el culto por la imagen, la ambición universal de los más puros anhelos de arte y el enorme intervalo que querían poner entre poesía y realidad.
El culto a Góngora es el instante central de esa generación y su poética es la relativa homogeneización del concepto de poesía. Pero a esa generación la historia le jugó una mala pasada y le hizo aparecer el demonio de la política a sus vidas, ese destino involuntario, y por tantos odiado, del hombre moderno.
Cuando Freud afirmó que el artista es un hombre que no puede aceptar la renuncia a las gratificaciones del instinto en la forma en que se le exige primero, y que ese negarse a la renuncia es una fuente permanente y segura de imaginación, y que finalmente, con sus aptitudes especiales sabe cómo encontrar el camino de retorno a la realidad, moldeando su imaginación de manera tal que obliga al mundo a conceder a su arte el mérito de ser válido y dar origen a un goce,
El artista es, originariamente, un hombre que se aparta de la realidad, porque no se resigna a aceptar la renuncia a la satisfacción de los instintos por ella exigida en primer término, y deja libres en su fantasía sus deseos eróticos y ambiciosos. Pero encuentra el camino de retorno desde este mundo imaginario a la realidad, constituyendo con sus fantasías, merced a dotes especiales, una nueva especie de realidades, admitidas por los demás hombres como valiosas imágenes de la realidad. (Freud. S. Los dos principios del suceder psíquico, Obras Completas. Vol II, pp.405)
lo que hizo fue describir, con pocas palabras, un amplio tema, pues cada uno de estos factores o rangos: rehusar la renuncia, imaginación, aptitudes especiales, encontrar el retorno a la “realidad” y transformación válida, guarda una relación integral tanto con el contenido como con la forma artística. Un ejemplo de grandeza en la representación de estos aspectos es el Faust, de Goethe, especialmente cuando el noble y estudioso Fausto (el transformador) desciende del alto andamio de trabajo intelectual para cerrar el pacto con Mefistófeles. La fuerza del Faust está en su exploración de las consecuencias de cuando se deja de renunciar. La Margarita de Faust no es la Lotte de Werther; se halla más cerca de la Friederike real que amó Goethe o la Diotima que perdió a Hölderlin en esa bruma eterna, "esa confesión incesante", al decir del propio Goethe, cuando se refiere a su obra. Pero como los confesos voluntarios no lo dicen todo, he ahí que el lector de Cernuda ha vivido buscando aquello que el poeta no confesó.
Clínicamente, es decir, aparte de toda consideración estética, el arte se ha visto como un método utilizado para restaurar un objeto destruido, para controlar un objeto temido o para amar un objeto odiado. Todas estas formulaciones tienen que ver con el contenido, y su índole particular de transformación al reducirse a restauración, control y amor empieza a formar parte de lo universal y perenne, para evocar, identificar, ser obra de arte, tener público, despertar emoción, reencuentro. Esta madurez constituye precisamente, la esencia y el desafío de la forma artística. Pero esta esencia psicológica del arte es la manera y el método de la renuncia, no sólo el hecho de la renuncia. Y es pues lo que permite la transposición de esa esencia desde una simple reacción a una sólida creación de objeto bello.
Mas cuando Freud habla del camino de retorno a la realidad que encuentra el artista, describe un proceso de transformación diferente, pues, entre otras cosas, ese artista, al que estamos llegando, sabe qué transformar y cómo hacerlo, porque es grande y porque hay sufrimiento, hay dolor, es decir, hay sentido; es renuncia, sobre todo porque la obra del artista trata de sí mismo. Un gran artista no tiene más remedio que hablar consigo mismo, cuando ha decidido esa renuncia, jugar con fuego, quemarse, recibir heridas en el proceso, cruzar las trampas de ilusión, interpretarse a sí mismo, vencer la fuerza del “ego”. Esto hizo el poeta español, lo que antes había hecho su Hölderlin amado lo que al mismo tiempo estaban haciendo Paul Celan y Marina Tsvetaieva, almas de la misma filigrana, almas de la misma comunión.
En el lenguaje poético, o sea la palabra de lo sagrado, encontramos una comunidad o correspondencia entre el pensar y el poetizar, un recíproco abismo y una recíproca proximidad, y ambos vienen de un silencio largamente custodiado, de un cuidado de la palabra, de un nombrar lo sagrado como espacio de la divinidad. Es curioso e interesante que estos poetas comparten una y más aventuras, nunca o casi nunca dicen dios sino divinidad. Otra razón, y serán muchas, que nos lleva a pensar en el sentido de las palabras cernudianas desde una interpretación filológica, como una especie de trabajo de diccionario. El poetizar, en tanto que nombrar lo sagrado, no está ni subordinado ni supraordinado al discurso en que se nombra a dios, en el caso de Cernuda, pues él es en un sentido poeta de lo sagrado no porque los nombres de los dioses figuren en su poesía sino porque él vive dolorosamente la ausencia de dios. Pero los poetas que asumen el riesgo de la experiencia de la ausencia de dios están en el camino de lo sagrado porque a la vez experimentan lo sin gracia (das Heillose), palabra que emplea Heidegger para hablar de Rilke en 1946.
Ese espacio que queda, visto o no, entre los dioses y los hombres, entre Cernuda y sus interlocutores es la consagración, desde mi punto de vista, en que sostiene el poeta triste a su palabra poética, es el fundamento de su ámbito poético, es al mismo tiempo lo que lo hace retornar al deseo una y otra vez, como única esencia, durante tanto premeditada por él. Y siempre que un poeta poetice expresamente la esencia de la poesía como lo hizo Cernuda, llevando el lenguaje a los más sombríos espacios, pertenecerá de alguna manera a la historia del ser mismo, pues precisamente ha puesto, para ello, en juego a lo sagrado y a la palabra de nombrar.
¿Cómo unas cámaras secretas, cámaras desaparecidas, se constituyen en casas para un pasado inolvidable? ¿Dónde y cómo encuentran el reposo situaciones privilegiadas? No solamente nuestros recuerdos, sino también nuestros olvidos están alojados, nuestro inconsciente está alojado, nuestra alma es una morada. La memoria es una criatura privilegiada, en su unidad y en su complejidad. A ella van a parar un cuerpo de imágenes así como imágenes dispersas; con ambos el hombre aumenta los valores de la realidad. En ella están nuestras percepciones protegidas; los recuerdos que nos han albergado, todas las casas que soñamos habitar, el orden que guardan en nuestro pensamiento, porque exilio es ausencia de casa.
Dice G. Bachelard que "las verdaderas salidas de imágenes, si las estudiamos fenomenológicamente, nos dirán de un modo concreto los valores del espacio habitado, el no yo que protege al yo". Esta recíproca, que podríamos explorar, lleva la idea de que todo espacio realmente habitado lleva como esencia la noción de casa. La imaginación, la percepción, la ensoñación, todos los bienestares que tienen un pasado, vienen a vivir en una casa, construyen muros con sombras impalpables, con ilusiones de protección o ven temblar los muros y dudan de las más sólidas atalayas. La casa no se vive solamente al día, al hilo de una historia, en el relato de nuestra historia. Por los sueños de las diversas moradas se guardan y ordenan los tesoros de los días antiguos. Los recuerdos del mundo interior no tendrán nunca la misma tonalidad que los recuerdos de la casa; sin quebrar la solidaridad de la memoria y la imaginación podemos esperar hacer sentir toda la elasticidad psicológica de una imagen que nos conmueve. En la poesía, tal vez, llegamos al fondo de ese espacio que alberga, preserva, resguarda, protege el ensueño, permite al tesoro vivir sin miedo. La casa es uno de los mayores poderes de integración para los pensamientos, las percepciones y los recuerdos del hombre. La casa en la vida del hombre multiplica sus consejos de continuidad. La vida empieza tibia, al abrigo de una casa. Gracias a la casa un gran número de nuestros recuerdos tienen albergue. La casa es un cuerpo de imágenes que dan al hombre razones o ilusiones de estabilidad y orden, de narración, de relato.
Y el poeta de Sevilla hizo, (no tuvo otro remedio) de la poesía, la única casa de su existencia.
"Oh luz en la casa dormida", dice Rilke; "Cuando las cimas de nuestro cielo/se reúnan/ mi casa tendrá un techo, Paul Eluard"; "Yo digo madre mía, y pienso en ti, oh Casa", dice Milosz en La tierra y los ensueños de reposo; "Todo respira nuevamente/ el mantel es blanco", recuerda Rene Cazelles; Jean Bourdeillette en un verso de infinito, dice, "La estancia muere miel y tila/Donde los cajones se abrieron de luto/ La casa se mezcla a la muerte/ Es un espejo que se empaña". "Dónde os he perdido imágenes mías pisoteadas", pregunta André de Richaud.
"Donde habite el olvido, en los vastos jardines sin aurora; Donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada entre ortigas, sobre la cual el viento escapa a sus insomnios", dice Luis Cernuda en uno de sus poemas. Una infinita lista de referencias como éstas podríamos agregar, que reclaman la casa como origen, protección, orgullo, valor invencible, inflexión de las voces queridas que se han callado y resonancia, extrema tenuidad, documentos de refinada poesía. La casa donde vive el pasado es una geometría de ecos, es templo de las musas, conservatorio, gabinete, galería, memoria organizada, reminiscencias, reputación.
En el caso del artista, éste toma su destino en las manos, es responsable de su historia mediante el ejercicio de la reflexión, pero sobre todo, a través de la decisión en la que está empeñada su vida.
Cuando el hombre, por ejemplo en el exilio o en el destierro, el hombre desplazado, trata de ordenar esa sucesión tan esencial en un proceso de remembranza, como ha de serlo en la música o en la narratividad -ya que es imprescindible que en estos casos cada momento esté ligado al siguiente-, encuentra su identidad afectada pues esa sucesión fue antes fracturada, no tiene casa, esa memoria vive a la intemperie. El beneficio de sus experiencias está en poner en claro sus recuerdos como significaciones de permanencia en el tiempo, haciendo así variar la relación que media entre su memoria y su invocación. En la cotidianidad, estas experiencias tienden a imbricarse y hasta pueden confundirse; en esta confrontación culminará el conflicto entre la versión narrativista de la identidad personal y la que su memoria quiere trascender.
En el lenguaje del exiliado el silencio será un susurro de discurso y la memoria será un lenguaje interior; la evocación, provocar una modulación sincrónica de las existencias del individuo, provocar una transformación. Hay una gran contingencia en la comunicación, tanto en el niño que empieza a hablar, como en el escritor que asume la responsabilidad de la escritura, porque la hay en todos los que transforman en palabra algún silencio. Hablar es buscar la palabra. Encontrarla es siempre una limitación. Entre ese balbucir y ese enmudecer está la infinitud de lo que no se consigue decir, diría Hans Gadamer.
Un análisis del tiempo confirma que es por él que pensamos el ser, que futuro, presente y pasado están vinculados en el movimiento de temporalización; que la existencia personal y abierta del individuo se apoya en una base de existencia adquirida, se llame pasado o memoria. Y ello tiene un habitad, un techo, un resguardo seguro. El tiempo y la memoria para Cernuda fueron su realidad, su sufrimiento, su espera.
La narración de un pasado, donde interviene además del tiempo, el espacio, la conmemoración épica, la manifestación de la tradición, las expresiones artísticas, la recolección de los selectos recuerdos, puede adquirir modalidades diversas. Pero siempre ese argumento percibido y ordenado aparece enclaustrado, en vitrinas, en bibliotecas, en museos, en la memoria. De manera que ese sujeto histórico que recolecciona y contempla los objetos y la historia tiene su énfasis en la significación semántica de un territorio de la memoria, pues ha sido considerado digno de ser conservado, son representativos, por la misma razón y probablemente expuestos al uso y al consumo, dado que se debe producir una interacción entre observadores y fuente; es un territorio que acoge ese conglomerado, y de paso, permite distinguirlo. La memoria es también un poder. Incluso en el caso de Cernuda, quien lucha permanentemente con ella, "soy español sin ganas/que vive como puede bien lejos de su tierra/sin pesar ni nostalgia..."
Para Cernuda, como para otros poetas del exilio tan grandes como él, la patria más importante es la vida, su realidad y su deseo son apostar por esa vida trunca, esa biografía que no le fue dado cumplir. Creo que para este trágico poeta el paisaje más importante fue el humano, vivió aferrado a unos cuantos escritores, vivió con la expresión de su ser contradictorio "que se exalta por sentirse inhumano/que se humilla por sentirse imposible". No se dejó impactar por modas ni corrientes; como los grandes poetas, posee la originalidad de lo permanente, del destino aceptado, de la fidelidad insobornable, y con sus versos se acerca cada vez más a ese silencio sin aliento que es el enmudecer de la palabra convertida en críptica.
La realidad y el deseo es un ciclo completado, es una estructura de una precisión inequívoca. Su vida y su obra, como la de los románticos, coincidieron. Siempre resultan embarazosas las indicaciones particulares dadas por un poeta o de un poeta con respecto a sus creaciones más cifradas. Cernuda nos liberó de este mal paso como lectores, pues cuando él comunica sus motivos privados y ocasionales, en esos grandes himnos como es “Donde habite el olvido” o “El joven marino”, desplaza en el fondo aquello que ya ha logrado el equilibrio como estructura poética hacia el lado de lo privado y contingente que, desde luego, ahí no está.
Sin duda uno se encuentra a menudo en un gran aprieto cuando se impone la tarea de interpretar poemas hermenéuticamente difíciles y cifrados. Pero incluso aunque el lector se equivoque tomará conciencia una y otra vez de su propio fracaso mientras permanece en compañía de un poema, y cuando la comprensión se queda en lo incierto y aproximado, seguirá siendo siempre el poema que nos habla desde lo incierto y aproximado, y no un individuo desde la intimidad de sus vivencias o sentimientos. Toda comprensión presupone una respuesta a la pregunta del yo y el tú en el poeta. Quien lee un poema lírico siempre comprende, en cierto sentido, quién es yo en ese caso. El yo cernudiano es claro, no porque su dificultad sea menor sino porque él es de esa escuela de poetas que son conscientes de que la poesía es siempre regreso al lenguaje, y eso le aporta la doble fuerza simbólica a su testimonio poético. En él lo efímero se vuelve duradero y el vuelo de su palabra llega a su destino. Y su obra es una prueba infalible. En la poética de Cernuda se distingue el tono de la designación, de la llamada a aquello que es y no ya el simple ornato retórico alegórico del discurso poético. Su tono es el del que siempre nombra lo que conoce con certeza y está vivo en el culto. El lenguaje y lo que Cernuda logra en su lenguaje dan testimonio de una realidad común que no necesita de otra legitimación.
Nosotros, los lectores y amantes de Cernuda y todos aquellos espíritus afines del poeta de Sevilla, gozamos de lo proferido, porque Cernuda es un poeta que profiere. Es importante reconocer la legitimidad artística de esta opción y no permitir que sean los hábitos recitativos o el gusto de la época correspondiente los que juzguen sobre ella. Su fidelidad al tono de sus versos la garantiza una voz amarga, seca, desgarrada. Lo que el poeta se dice a sí mismo como un oráculo de la tierra es que nadie tiene el poder de comunicar su propia esencia a través de la palabra. Parece, en efecto, que es el poeta quien dice yo de sí mismo y quien vive plenamente en la palabra. La tarea del poeta consiste precisamente en aspirar, como si fuera a su verdadera patria, a la palabra verdadera que no es el tejado protector corriente de cada día, sino que proviene del más allá, y en desmontar por tanto, sílaba a sílaba, la estructura de las palabras cotidianas. Debe luchar contra la función desgastada, corriente, encubridora y niveladora de la lengua para permitir una mirada al brillo de allá en lo alto. Eso parece ser para Cernuda la poesía.
Querría terminar diciendo que en cuanto principio hermenéutico, una interpretación sólo es correcta cuando al final es capaz de desaparecer porque ha penetrado del todo en la nueva experiencia del poema. En el caso de Luis Cernuda, sólo en raras ocasiones hemos llegado a este final.

MÉXICO (“capital de asilos”) I


Cuenta la tradición que la Virgen Santísima se apareció en el Tepeyac, México, a san Juan Diego el martes 12 de diciembre de 1531, apenas diez años después de la conquista de México. Coincidiendo con la celebración de los festejos en honor de La Virgen De Guadalupe, Patrona de México y Emperatriz de las Américas se ha inaugurado en Madrid una exposicion que reivindica a Ciudad de México como "ciudad solidaria" y "capital de asilos", tanto para exiliados de la Guerra Civil española y perseguidos de las dictaduras militares latinoamericanas, como para libaneses y judíos que huían de otras violencias.
Comenzando hoy, y durante los próximos días publicaremos textos relacionados con este tema, en agradecimiento a esta ciudad y a este país que históricamente han dado asilo a tantos cubanos que han tenido que exiliarse por ser perseguidos en nuestra patria.

NOTA: Palabras pronunciadas por la Dra. Elena Tamargo al recibir la Nacionalidad Mexicana de manos del Presidente de la República, por “Servicios Prestados a la Nación”, en el Palacio de Gobierno, Ciudad de México, año 2000.
Doctor Ernesto Zedillo, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos:
Mexicanos:

Ante todo, quisiera agradecer la oportunidad que se me brinda de expresar estas palabras en nombre de todos los que hoy adquirimos la naturalización mexicana. Ese gesto generoso lo aprecio en su doble significado y lo recibo, con toda humildad, no como un homenaje personal sino como un reconocimiento a mi condición de educadora, profesión que sí me enorgullece y que debo a México. Aquí me hice maestra, que es, como diría José Martí, haberme hecho creadora.
En lo estrictamente personal, me siento muy emocionada, ya que es ésta la primera vez que voy a hablar como mexicana, y eso tiene para mí un significado muy especial, porque, aunque comparto el mismo idioma, nunca como hasta hoy había sentido la experiencia de compartir la misma palabra, que es decir la misma naturaleza, la misma alma o, expresado de un modo más sublime, la misma poesía.
Digo esto porque estoy convencida de que para todo exiliado, pero especialmente para un escritor, nada resulta tan difícil y doloroso como adquirir no un nuevo idioma (eso resulta relativamente fácil) sino un nuevo lenguaje, que no es, en ninguna circunstancia y en ningún lugar, el mismo que nos sirvió de leche materna para que se nos formaran el espíritu y los dientes.
Nunca, de no haber pasado por esta experiencia, habría tenido el placer de saborear, en todo su esplendor, la enorme variedad y riqueza de la palabra mexicana, que, como su misma culinaria, va del sabor indefinido pero cierto de un pan de muerto a la opulencia barroca de un chile en nogada, del dulce apapacho de una tuna madura al excitante y abrazador picante de un chile chipotle, de ese albur indescifrable que es el huitlacoche al más directo de los circunloquios que es una quesadilla de queso.
Entrar en esa alucinación de las palabras es adentrarse en la lúcida locura de un José Juan Tablada cuando afirma: “...y corre el plomo derretido / de la neurosis en mis venas”, o en la universalidad de un Octavio Paz cuando sus ojos, acostumbrados a la infinitud, ven que “Allá, donde se terminan las fronteras, los caminos se borran”, o en el alma amorosa de un José Alfredo Jiménez, con una expresión, que hoy hago más mía que nunca pensando en México: “cuánto me debía el destino / que contigo me pagó”.
Las naciones se conocen y se reconocen, en mucho, en y por sus poetas, porque son ellos quienes las imaginan y, por lo mismo, quienes configuran sus símbolos, que son siempre palabras. México es tierra de inconmensurables poetas. Por eso sus emblemas son tan universales, y por eso, también, su presencia en el mundo crecerá, cada día más, hasta ocupar el lugar que está llamado a ocupar entre los grandes.
Pero México es, además, casa-refugio, lugar de enunciación de poetas que han sido obligados, siempre por razones ajenas a la poesía, a dejar, algunos para siempre, su palabra natal. Hoy, me gustaría recordar a cuatro de ellos: los cubanos José María Heredia y José Martí y los españoles Luis Cernuda y León Felipe, que aquí encontraron una pirámide a la cual subirse para recibir los efluvios del Sol y de la Luna y para dialogar con las estrellas.
Menciono a estos hombres porque me parecen simbólicos, representativos de tantos y tantos seres humanos de todas partes del orbe que en esta tierra prodigiosa encontraron un paliacate para secar sus lágrimas, una tortilla de maíz para saciar su hambre y una región transparente para vivir y soñar en libertad y poder expresar su verdad.
Como antes los demás, todos los que hoy adquirimos la ciudadanía mexicana –estoy segura de que ese es su sentir– viviremos orgullosos de poder presentarnos en cualquier aduana del mundo con un pasaporte que nos acredite como hijos de este país, pero también estoy convencida de que todos dejamos atrás un mundo que nos reclamará toda la vida y al que siempre seremos fieles con la memoria, que es la patria más segura.
Yo, por mi parte, he incorporado al escudo de mi corazón un águila que devora a una serpiente sobre un nopal, pero, con total honradez, en ese mismo escudo no dejará de haber nunca una palma real, una estrella solitaria y unas hojitas de laurel que sirven de corona a una isla, un largo lagarto verde, que navega en su mapa, triste como la más triste.
Señor Presidente, vivimos, inexorablemente, en un mundo que es, cada vez más, lo que siempre debió ser: el mundo, en el que existimos las más diversas y bellas criaturas, puestas a convivir en equilibrio por la más grande de las imaginaciones. Como seres humanos, las únicas de esas criaturas dotadas con el privilegio de pensar, estamos obligados a entender que la libertad de pensamiento debe merecer el más sentido de los respetos. Quizá sea esa la principal lección que he recibido en México, donde he aprendido mucho más de lo que habría podido enseñar.
Cierro mis brazos humildemente mientras mi corazón palpita apresurado; pido la bendición para este gran país y le expreso, en nombre de los que aquí hoy estamos, las gracias por recibirnos con los brazos abiertos y la palabra hermano en la boca.
No hay responsabilidad mayor que la gratitud ni irresponsabilidad más necesaria que la poesía. Por eso el diálogo con México será siempre tan franco y tan sencillo. Por eso, ser mexicano, más que una condición, es un don. Gracias por habérnoslo otorgado.

Elena Tamargo.

ELENA TAMARGO: La Habana, Cuba. Premio de Poesía de la Universidad de La Habana, 1984; Premio Nacional de Poesía “Julián del Casal”, de la UNEAC, 1987. Germanista y Filóloga; Doctora en Letras Modernas. Académica, ensayista y poeta. Traductora de la obra de F. Hölderlin. Entre sus libros de encuentran: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, El año del alma, Poesía de la sombra de la memoria y Bolero, clave del corazón. Después de una estancia en Rusia y otra en México, ahora vive en Miami.

LAMENTACIONES DE UNA LECTORA

Por Elena Tamargo


Tzvetan Todorov / H. G. Gadamer / Paul Ricoeur / Sigmund Freud / M. Heidegger / Franz Rosenzweig

Stéphane Moses / Gershom Scholem / Walter Benjamin / Michail Bulgakov / Marina Tsvietaieva /Boris Pasternak

Alexander Solchenitzin / Sarah Kirsch / Heinrich Mann / Erich Kastner / Erich Marie Remarque / Kurt Tucholsky

Tal vez, nadie como el búlgaro-francés Tzvetan Todorov, en su libro El hombre desplazado, haya establecido con tanta claridad los contrastes existentes entre los sistemas socialista y capitalista: “la sociedad occidental –nunca me alegraré lo bastante– está libre de los peores defectos que caracterizaban al país totalitario donde crecí". Aquel sistema, en el que también crecí, aunque en otro país bastante diferente al suyo, hoy se me presenta como un mundo poblado por una multitud de seres solitarios, y la vida allí me parece una simple y alternada sucesión de sueños y llantos.
Hace ya bastante tiempo, sin duda, se puede sostener con rigor filosófico, que no hay hecho histórico que no haya sido adecuado y que por ello no comporte selección e interpretación. En la práctica, las distinciones –hechos versus interpretaciones– guardan su importancia. Todos los estados totalitarios llevan hasta los límites del absurdo la solidaridad entre el hecho y la interpretación. Esta razón es suficiente para negarse a admitirla, aun más en el terreno de la cultura literaria. ¿De qué podrían reclamarse herederos quienes siguen creyendo que las obras literarias están en relación con las ideologías y que unos valores son superiores a otros y merecerían ser impuestos? Curiosamente, la única corriente que reclama esta posición, dentro del pensamiento crítico, parece ser la marxista.
Esa comunidad interpretativa que controlaba el sentido y la reflexión fue el procedimiento retórico más comúnmente utilizado durante todos estos años, en ese país donde crecí, para designar la pertinencia de valores universales e interclasistas que no fueran los intereses de un grupo. El marxismo se negaba en estas sociedades a reconocer la autonomía de la moral con respecto a la política, advirtiendo siempre que la política era la única moral responsable y colmada de seriedad, decretando así como lo mejor todo aquello que contribuyera a la transformación socialista de la sociedad; imponiendo siempre las fuerzas de la historia por encima de la justicia o del derecho (de elegir). Por lo tanto, nuestro pensamiento cubano oponía las determinaciones sociales a las tendencias universales de la filosofía, dejando fuera, siempre, o en la mayor parte de los casos, todo lo demás que ocurría en el pensamiento occidental. De manera que fundar una ética y un conocimiento en la universalidad se tornó difícil para las generaciones que crecimos por esos años. Así, tuvimos que prescindir de la hermenéutica; de la escuela de Franckfurt; de la inteligencia de H. G. Gadamer y de su voluntad de entender lo que hay en el fondo de la palabra del otro como modelo de convivencia universal. Prescindimos también de la lucidez teológica de Paul Ricoeur y su crítica del sentido y de la interpretación que pesan sobre toda hermenéutica, el psicoanálisis, la historia y la lingüística. También nos impidieron, desde luego, a Freud. La luz de Paul De Mann era imposible, pues fue acusado de haber escrito en la prensa flamenca de su país de origen, allá por 1941, artículos sobre literatura de tendencia pronazi. A M. Heidegger y a sus discípulos tampoco los leímos, pues ellos, entre guerras, se habían sentado en el bando de la extrema derecha. Pero tampoco leímos La estrella de la redención de Franz Rosenzweig ni El ángel de la historia de Stéphane Moses ni El libro de las preguntas de Edmond Javés ni Fidelidad y utopía o Las grandes tendencias de la mística judía de Gershom Scholem ni a ninguno de ese movimiento judío de la Europa Oriental, que, al decir de este último, “tenía como objetivo principal preparar el corazón de los hombres para ese renacimiento cuyo escenario es el alma humana y poner la regeneración de la vida interior muy por encima de la regeneración de la nación como entidad política". ¿Por qué no leímos a Walter Benjamin? ¿Por qué sí a Bertold Brecht? ¿Acaso existen la verdad y la justicia absolutas o nos movemos siempre dentro de la ilusión del lenguaje? Pero, porque somos finitos, el lenguaje siempre nos abandona.
El fundamento de nuestra razón, de nuestro pensar y sentir tiene, para hablar con palabras de Shelling, algo inmemorial. Se esconde detrás de nuestra razón en dos sentidos, por una parte, como lo que ella nunca puede alcanzar y, al mismo tiempo, como lo que la hace posible. En la hermenéutica moderna el entender ya no parece más un aplicar o una apropiación del otro, sino un reconocer que el otro puede seguir teniendo la razón en contra de uno. Pero de esto parecía no haberse enterado el mundo dominante de nuestra experiencia generacional. Y como ningún discurso se haya exento de contradicciones, no hay ninguna razón que nos obligue a escoger uno en detrimento de los demás y mucho menos a dejarnos imponer la elección de tales o cuales valores.
Aunque, si bien es verdad que esta problemática de los libros es la que más evidencia que Cuba se separó de occidente, cuya cultura es su base, no fue sólo a través de las traducciones que se permitieron o no, pues también dentro de la lengua nos fueron impuestas prohibiciones de lectura. Pudimos disfrutar a Gabriel García Márquez, pero nos perdimos a Jorge Luis Borges, de quien Cuba publicó, apenas en los ochenta, una incompleta y débil antología; de un autor como Félix Grande, que había ganado el Premio Casa de las Américas a finales de los sesenta por su libro Blanco spirituals, nunca más supimos, pues había firmado la carta de los intelectuales que apoyaron a Heberto Padilla, como ocurrió también con Mario Vargas Llosa.
Por otra parte, de la ex Unión Soviética pudimos leer a excelentes escritores como Eugenio Evtuchenko, muy a pesar de su entrañable amistad con H. Padilla y su conocida enemistad con Nicolás Guillén, pero no fue hasta los noventa que los cubanos pudimos ver puesta en el teatro El maestro y Margarita de Bulgakov; nunca leímos libremente a Blook ni a Marina Tsvietaieva ni a Zukovsky ni a Mandelstan ni a Pasternak ni al Ribakov de Los hijos de Arbat, a pesar de la Perestroika; y al Solchenitzin que conocimos fue al de Un día en la vida de Iván Denisovich no al de Archipiélago Gulag. La literatura que se tradujo y se distribuyó en esas décadas, venida de la Unión Soviética, era, sobre todo, una muestra de la guerra, de muy poca atracción, salvo la narrativa de extraordinario humanismo de Chinguiz Aitmatov.
¿Qué tendrían que ver con nuestra sensibilidad, sin embargo, aquellas bibliotecas llenas de ejemplares de las obras completas de Mao Tse Tung y Kim Il Sung? Y por qué no, en su lugar, la inmensidad de Heidegger y de Nietzche; por qué sí a Eva Strittmatter y no a Sarah Kirsch; por qué sí a Heinz Kalhau y no a Gunter Grass. ¿Por qué no sabíamos qué pasaba en Austria o en Irlanda? ¿Había alguna justificación para que aquellos autores de “espíritu no-alemán” (Heinrich Mann, Erich Kastner, Erich Marie Remarque, Kurt Tucholsky y Carl von Ossietsky) no fueran siquiera incluidos en los programas de Germanística de la Universidad de La Habana?
El acto de leer es el acto de libertad por antonomasia.
Lo que vengo describiendo no es más que una situación típica. En la práctica las cosas fueron mucho más complejas. Pues en un momento dado, el discurso oficial se extiende a la interpretación de las películas, de los libros, de los hechos históricos, pero no más allá; en otro momento cubre también las relaciones personales. Y todos sabíamos hacer malabares con esos registros diferentes de la palabra y conectar con uno o con otro circuito. Por eso leímos a los que no podíamos leer, muchas veces, los que nacimos tras el advenimiento del comunismo. Sin embargo, a pesar de que pareciera que habíamos aprendido esa competencia con la leche materna, no estábamos libres de la culpa, y en soledad, uno se daba cuenta, en medio de aquella oscuridad, de los estragos causados por aquel binomio contrastante que era la verdad de adecuación y la verdad de conformidad.
Prohibir o acotar la libertad de la lectura, debería ser considerado como una de las peores violaciones a los derechos humanos que puedan existir. Ningún escritor, y menos un poeta, es lo suficientemente peligroso, como para que no pueda ser leído. Pero descansemos en la seguridad de que quienes prohíben la lectura de los poetas, a quienes temen en realidad no es a ellos, sino a sus lectores. En aquel país donde nací y crecí, hace mucho tiempo que no valen las palabras de Goethe, en el sentido de que “los poetas nunca pecan demasiado gravemente".

ELENA TAMARGO: La Habana, Cuba. Premio de Poesía de la Universidad de La Habana, 1984; Premio Nacional de Poesía “Julián del Casal”, de la UNEAC, 1987. Germanista y Filóloga; Doctora en Letras Modernas. Académica, ensayista y poeta. Traductora de la obra de F. Hölderlin. Entre sus libros de encuentran: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, El año del alma, Poesía de la sombra de la memoria y Bolero, clave del corazón. Después de una estancia en Rusia y otra en México, ahora vive en Miami.

jueves, 10 de noviembre de 2011

EXTREMA SOLUTIO

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......................................La vida empieza a olvidarme,
......................................la muerte a reconocerme.
................................................Edmond Javès.

En el extremo en que la vida insiste
....en ser un juego, un tiempo sin retorno,
....en el sitio en que el diezmo de un adorno
....cobra del muro el viento, y aún resiste

....volver a tierra limpia, a prado; el horno
....dejará de quemar, porque elegiste
....maderos de otro bosque. Si la triste
....resina, que las llamas del soborno

....arder hicieron por la vida darte,
....a reclamar de la ceniza el fuero
....en que obviando palabras y dinero

....y verdad y mentira, han de juzgarte,
....para el portón del veredicto artero
....enviará la muerte un cerrajero.
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RIO VISTA / FOR SALE