“La Desolación”, una nube, negra en que confluyen vientos de una furia que enuncia todas la formas de la maldad. “La Desolación", violácea en una ancha franja, espiral innombrable, en que se confunden plagas ha tiempo olvidadas, insectos de otra edad y otro signo. “La Desolación”, roja, cortante, en las zonas mas alejadas, esas que han podido ver los que han sobrevivido para contarlo. Recorre el reino desde el oriente, destruye todo a su paso.
“La Desolación”, dicen, sólo puede apreciarse a distancia. Sus ráfagas de un calor infernal, como llamas que sólo incineran la razón y la fe, avanzan lentamente y todos los seres vivos, almas de dios y bestias, quedan paralizados de terror. Apenas pueden abrir los ojos, nubes de insectos y vahos de toda naturaleza cubren a toda criatura viva, les envuelven en sus vapores y depositan en sus carnes, miasmas y fluidos. Es la noche más larga, en el más breve instante. Luego se ilumina el cielo y los hombres, modelos en hielo, fardos insensibles de recuerdos húmedos, presencian, como en la opera, la representación de todas sus fobias, sus atavismos ancestrales, sus miserias.
Un hombre muerto, o un perro, todos saben que hacer con un hombre muerto. Los vientos de la nada, empujan el dolor hacia la nada. Los vientos que soplan de una esquina del miedo hasta el sitio más vacio del alma no pueden dañar algo que ha sido vaciado ya de todo. “La Desolación”, quedan esas casuchas de maderas antiguas, olorosas aún a resina y a bosque. En ellas se han horneado panes de especias y se han ilustrado libros. “Si ha de llevárselas el viento, no queremos verlo". No queremos vivir para verlo, pensarán todos, pero estarán allí, petrificados testigos, y cuando nada quede sobre la tierra, más que ausencias, más que sitios donde un día estuvo algo, se completará el círculo de la negación.
En algún sitio, un músico esta dibujando con sonidos, que supone lóbregos, la esencia de la desesperanza. El poeta escribirá sobre una piel de becerro un elogio en hexámetros del dolor y la pérdida. El artista, harto de muros y retablos, pintará en un pequeño panel de madera el martirio del cordero, y la sangre será tan real que dolerá mirarla. Trabajan sosegados. Hay frutas frescas, trigo y carne seca. Vino en la noche, en los salones iluminados de palacio, y conversación, y feriantes traídos de las plazas antes de cerrar las puertas. “Son altos los muros y acá se está conservando la posibilidad de la existencia.”
“La Desolación”, dicen, sólo puede apreciarse a distancia. Sus ráfagas de un calor infernal, como llamas que sólo incineran la razón y la fe, avanzan lentamente y todos los seres vivos, almas de dios y bestias, quedan paralizados de terror. Apenas pueden abrir los ojos, nubes de insectos y vahos de toda naturaleza cubren a toda criatura viva, les envuelven en sus vapores y depositan en sus carnes, miasmas y fluidos. Es la noche más larga, en el más breve instante. Luego se ilumina el cielo y los hombres, modelos en hielo, fardos insensibles de recuerdos húmedos, presencian, como en la opera, la representación de todas sus fobias, sus atavismos ancestrales, sus miserias.
Un hombre muerto, o un perro, todos saben que hacer con un hombre muerto. Los vientos de la nada, empujan el dolor hacia la nada. Los vientos que soplan de una esquina del miedo hasta el sitio más vacio del alma no pueden dañar algo que ha sido vaciado ya de todo. “La Desolación”, quedan esas casuchas de maderas antiguas, olorosas aún a resina y a bosque. En ellas se han horneado panes de especias y se han ilustrado libros. “Si ha de llevárselas el viento, no queremos verlo". No queremos vivir para verlo, pensarán todos, pero estarán allí, petrificados testigos, y cuando nada quede sobre la tierra, más que ausencias, más que sitios donde un día estuvo algo, se completará el círculo de la negación.
En algún sitio, un músico esta dibujando con sonidos, que supone lóbregos, la esencia de la desesperanza. El poeta escribirá sobre una piel de becerro un elogio en hexámetros del dolor y la pérdida. El artista, harto de muros y retablos, pintará en un pequeño panel de madera el martirio del cordero, y la sangre será tan real que dolerá mirarla. Trabajan sosegados. Hay frutas frescas, trigo y carne seca. Vino en la noche, en los salones iluminados de palacio, y conversación, y feriantes traídos de las plazas antes de cerrar las puertas. “Son altos los muros y acá se está conservando la posibilidad de la existencia.”
2 comentarios:
Nombrar la Isla es quedar desolados, la intemperie y la desnudez del náufrago queda así anunciada. No hay imagen que nombre mejor el desamparo que la exposición al sueño en la espera salvadora. Talar los árboles y cubrir la ausencia con el espejismo de la luz, en la hoguera, es negar la estancia. Todo muere y la memoria niega aquello que le duele.
Elizabeth
Felicidades para HH., y para la primera comentarista, Elizabeth.
Saludos.
Ch.
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