.
No quería dejar de escribir esta semana sobre esta mujer. Su modo de estar sin que puedas decir que la has visto o que dijo esto o aquello. Su andar subterráneo por todo un período importante de la segunda mitad del siglo XX cubano, su aporte fundamental en la consolidación de una sensibilidad que diera unidad y coherencia a toda una generación. Ese desvelo suyo por poner la riqueza de nuestra tradición musical en la mesa precaria de cada cubano. Esa pregunta esencial, “qué diría de todos por mi culpa”, que la hizo hacerse enorme, gravitante, sin abandonar su “silla de oficina”, enclavada en el corazón infartado de un país. Pero no puedo decir nada que Sigfredo no haya dicho mejor.
.
..DORMIDA SOBRE LA DICHA .Por Sigfredo Ariel
.
Hace veinte años Albis Torres está sentada en una silla de oficina, mirando al objetivo de la cámara (mirándonos) con su linda cara burlona. Unos datos breves bajo la fotografía la describen de manera somera. En la página de al lado unos poemas: “Mamá está en el balcón”, “Ciencia ficción”, “Cocosí”… hablan acerca de ella más y mejor. Yo la había conocido fugazmente un par de años atrás, en Topes de Collantes; la había leído un poco antes en Breaking the Silences, aquella antología de escritoras cubanas que preparó Margaret Randall en el 76 o en una fecha cercana a ese año. Ahora (1985) coincidíamos en Usted es la culpable, con Reina María, Novás, Soleida, Marylin, Escobar, Osvaldo, Víctor, Bladimir, Lorente, Larrea, Codina… Formamos una especie de familia, me dice, y ya sabes, uno no escoge a sus parientes.
En aquellos años no había muchos refugios para los poetas, músicos y pintores jóvenes, gente errante y enamoradiza de los años 80. El más gregario y democrático se situaba en la casa que tenía Albis Torres en la calle Jovellar. En aquella sala diminuta nos conocimos muchos y estuvimos conversando (o discutiendo) a lo largo de siglos. Nos animaba a veces el nebuloso espíritu de “la venganza de Ceaucescu”, espécimen de vino tinto que cobraba muy alto al amanecer la locuacidad de la alta noche. Oíamos a la Burke y a Génesis, Pink Floyd, Ma Rainey, Afrocuba, Barroso, y a unos grupos alternativos ingleses, finlandeses o nigerianos que albergaban los casetes de Atilio Caballero y de los que nadie, salvo él, se acuerda, pero que conocieron instantes gloriosos en la reproductora aquella, instalada sobre la nevera mínima.
Por Jovellar número 111 pasaban también actores y actrices, productores, locutores de la radio, guionistas y directores de cine. Algunos artistas de mucho nombre iban a parar también, inevitablemente, al gran sofá Gollum sobre el cual dormimos algunos afortunados peregrinos, y se platicó sobre todos los asuntos posibles. Wendy Guerra ha escrito un hermoso poema sobre aquellas noches y una crónica y quién sabe si una novela.
Albis-imán, Albis-comedia-drama-sainete, Albis-poeta finísima, Albis-toda la música. Su amigo predilecto era Lázaro Sarmiento: “el mejor de todos nosotros”, nos decía a los demás, como si nos importara, porque al fin y al cabo nos alcanzaba con la cuota de su atención que nos tocaba, fuera un plato de arroz con almejas o la consulta sentimental o profesional, con su respuesta siempre imaginativa al sucesivo, más bien constante, ¿qué tú crees que haga, Albis?
Cuando necesitaba un abogado en las alturas, le rogaba al fantasma de Machito para que intercediera en un asunto irresoluble, como mejorar los parvos resultados académicos de Wendy. Si añoraba un lugar que visitar en el mundo, dividía su deseo entre Angkor y Florencia, y en su fonógrafo íntimo convivían Moraima Secada y Bob Dylan en apasionado maridaje. Se emocionaba con los versos de Walter de la Mare, Gastón Baquero ¿banense como ella? y Allen Tate, entre otros incontables. Creo que su galán imaginario fue Fayad Jamís, profesor suyo de pintura en los primeros años 60, en Cubanacán, con Rigol y Antonia Eiriz.
Me resulta extraño contar cosas de Albis en tiempo pasado, también de Fayad o Pepe Rodríguez Feo, que se marcharon de uno para siempre, igual que de otros amigos míos que ahora andan dispersos por el mundo: Damaris, Tosca, María Elena, Emilio, no sé cuántos más. Albis sentía vivamente sus huecos de ausencia particulares. Casi todos los días mencionaba a personas que echaba de menos y de las que apenas recibía noticias. A la vez detestaba lo que llamaba “encuentros con el pasado”, pues su nostalgia no era de un tiempo anterior, la bobería de la anécdota vieja, sino de la cercanía en el hoy y ahora de la gente semejante, del afín, del equivalente, incluso del antagonista o el revés. Ahora es que vengo a comprenderla, igual que a su poesía, que me revela hoy relieves que antes no había logrado advertir.
El número de la revista Matanzas dedicado a Marta Valdés* incluye un poema suyo: “Imagen de mujer desnuda dormida sobre un potro”. Permiso para un leve sobresalto (Lezama dixit) ahora que Albis se nos aparece.
.
Hace veinte años Albis Torres está sentada en una silla de oficina, mirando al objetivo de la cámara (mirándonos) con su linda cara burlona. Unos datos breves bajo la fotografía la describen de manera somera. En la página de al lado unos poemas: “Mamá está en el balcón”, “Ciencia ficción”, “Cocosí”… hablan acerca de ella más y mejor. Yo la había conocido fugazmente un par de años atrás, en Topes de Collantes; la había leído un poco antes en Breaking the Silences, aquella antología de escritoras cubanas que preparó Margaret Randall en el 76 o en una fecha cercana a ese año. Ahora (1985) coincidíamos en Usted es la culpable, con Reina María, Novás, Soleida, Marylin, Escobar, Osvaldo, Víctor, Bladimir, Lorente, Larrea, Codina… Formamos una especie de familia, me dice, y ya sabes, uno no escoge a sus parientes.
En aquellos años no había muchos refugios para los poetas, músicos y pintores jóvenes, gente errante y enamoradiza de los años 80. El más gregario y democrático se situaba en la casa que tenía Albis Torres en la calle Jovellar. En aquella sala diminuta nos conocimos muchos y estuvimos conversando (o discutiendo) a lo largo de siglos. Nos animaba a veces el nebuloso espíritu de “la venganza de Ceaucescu”, espécimen de vino tinto que cobraba muy alto al amanecer la locuacidad de la alta noche. Oíamos a la Burke y a Génesis, Pink Floyd, Ma Rainey, Afrocuba, Barroso, y a unos grupos alternativos ingleses, finlandeses o nigerianos que albergaban los casetes de Atilio Caballero y de los que nadie, salvo él, se acuerda, pero que conocieron instantes gloriosos en la reproductora aquella, instalada sobre la nevera mínima.
Por Jovellar número 111 pasaban también actores y actrices, productores, locutores de la radio, guionistas y directores de cine. Algunos artistas de mucho nombre iban a parar también, inevitablemente, al gran sofá Gollum sobre el cual dormimos algunos afortunados peregrinos, y se platicó sobre todos los asuntos posibles. Wendy Guerra ha escrito un hermoso poema sobre aquellas noches y una crónica y quién sabe si una novela.
Albis-imán, Albis-comedia-drama-sainete, Albis-poeta finísima, Albis-toda la música. Su amigo predilecto era Lázaro Sarmiento: “el mejor de todos nosotros”, nos decía a los demás, como si nos importara, porque al fin y al cabo nos alcanzaba con la cuota de su atención que nos tocaba, fuera un plato de arroz con almejas o la consulta sentimental o profesional, con su respuesta siempre imaginativa al sucesivo, más bien constante, ¿qué tú crees que haga, Albis?
Cuando necesitaba un abogado en las alturas, le rogaba al fantasma de Machito para que intercediera en un asunto irresoluble, como mejorar los parvos resultados académicos de Wendy. Si añoraba un lugar que visitar en el mundo, dividía su deseo entre Angkor y Florencia, y en su fonógrafo íntimo convivían Moraima Secada y Bob Dylan en apasionado maridaje. Se emocionaba con los versos de Walter de la Mare, Gastón Baquero ¿banense como ella? y Allen Tate, entre otros incontables. Creo que su galán imaginario fue Fayad Jamís, profesor suyo de pintura en los primeros años 60, en Cubanacán, con Rigol y Antonia Eiriz.
Me resulta extraño contar cosas de Albis en tiempo pasado, también de Fayad o Pepe Rodríguez Feo, que se marcharon de uno para siempre, igual que de otros amigos míos que ahora andan dispersos por el mundo: Damaris, Tosca, María Elena, Emilio, no sé cuántos más. Albis sentía vivamente sus huecos de ausencia particulares. Casi todos los días mencionaba a personas que echaba de menos y de las que apenas recibía noticias. A la vez detestaba lo que llamaba “encuentros con el pasado”, pues su nostalgia no era de un tiempo anterior, la bobería de la anécdota vieja, sino de la cercanía en el hoy y ahora de la gente semejante, del afín, del equivalente, incluso del antagonista o el revés. Ahora es que vengo a comprenderla, igual que a su poesía, que me revela hoy relieves que antes no había logrado advertir.
El número de la revista Matanzas dedicado a Marta Valdés* incluye un poema suyo: “Imagen de mujer desnuda dormida sobre un potro”. Permiso para un leve sobresalto (Lezama dixit) ahora que Albis se nos aparece.
Dócil bajo su carga
el potro ni ladea los costados
no sea que se caiga
y de repente rompa
como el cristal del agua con su hocico
este encantamiento.
Busco los poemas que me dio una tarde “porque si los dejas conmigo los voy a cambiar y cambiar hasta desgraciarlos”. Reconozco los tipos de la misma máquina de escribir: tanque de guerra alemán con que escribía libretos para la radiodifusión ingrata con la que siempre o casi siempre estaba en deuda, pues, aunque concibiera y realizara programas y programas espléndidos ¿Palabras contra el olvido?, los agentes del aire siempre quieren, exigen más y, a cambio, dan un mínimo que apenas da para el sustento cotidiano, la electricidad, el agua, el gas, la latica de almejas.
Me han contado a Europa.
Una y otra vez los buenos peregrinos
la sustraen de la noche nevada.
mis queridos indianos
entre cenas
frugales y tazas de café amargo
la deslizan ante mí
dibujada en una servilleta
allá en París o Rótterdam
o en la Praga antigua.
Ellos vieron al Giotto de mi alma
y al enorme joyán de Brunelleschi
contra el cielo de la sin par Florencia.
Europa ya me sabe a café amargo
y a comidas frugales.
Confieso tener un mapa de Pompeya
y una foto autografiada de Harold Lloyd
que me parece fiable.
Muchas veces, durante muchos años
me contaron a Europa
mientras las cariátides perdían mansamente
las narices.
Toda su obra ocuparía un volumen de modesta extensión. Rompió mucho, desechó, destruyó sus originales. Publicó pocos poemas, siempre movida por un encargo, el pedido de un antologador o alguien de una revista. Procuraba estar atenta a las noticias de la radio y la televisión, que interpretaba luego muy a su manera. Su mirada no estaba centrada en lo temporal, sino en los espacios y la historia de la gente, el tiempo pasaba sin que lo advirtiera. Siempre dejó para luego el reunir su poesía; en realidad, creo que no dio una sola página suya por terminada. Se sentía contemporánea de todo el mundo, por eso lograba entenderse con caracteres disímiles de todas las generaciones. Sus poemas están mezclados con la historia de Cuba, con su familia, real o fantasmagórica, la actualidad de sus amigos y con algunos puntos de su particular mapa del planeta, que era francamente albiscentrista.
Hay mitos que nadie ha fabulado,
mitos como universos que habitan
en los seres humildes.
El mío son las olas y un hombre
que las vio diligentes hacer y deshacer,
el paisaje lunar de las Galápagos
y un hombre que no cruzó el océano
e imaginó, mil veces veinte, un viaje
sin riberas.
Mi país es ese instante único
que ahora mismo sucede en todas partes,
orillas de la tierra,
lugares a los que no sé ir
ni puedo, y llego sin embargo.
Amo esa alquimia de olas y pacientes orillas.
No hay mejor patria
ni asta en que poner
bandera alguna.
Amaba la novela gótica, a Bela Lugosi, al libro de Ezequiel, la gran poesía y la gran novela norteamericana del siglo veinte. Le gustaba compartir y leer en voz alta sus hallazgos. Sin embargo, creo que el nexo de comunicación que nos articuló de manera más honda fue la música, lengua común que se enriquecía de continuo. A veces aquel dialecto nuestro lleno de alusiones era ininteligible para quienes nos rodeaban. Adorábamos un tango de Gardel, titulado “Senda florida”, porque parecía encerrar nuestra particular ontología, basada en “las armonías de una dicha singular”. A los boleros que cantaba Vicentico Valdés en nuestra retentiva ¿cientos de ellos? se sumaban un buen día letras de Charly García, un guaguancó de Santos Ramírez (“perdió su barco Colón víctima de un terremoto”), la fase encantada de algún lied, la manera en que alguien (Sarah Vaugham) interpretaba a Lennon-McCartney. Descubrimos juntos muchos mediterráneos y mucho navegamos en ellos. Por no lograr penetrar en nuestra jerga hubo quien llegó a odiar el dueto que formamos.
Albis rendía culto a la memoria viva de todas las cosas, canción o película remotas, una tarde junto a Eliseo Diego que con el tiempo ganaba cada vez nuevos matices e interpretaciones, el Banes de su infancia en el colegio cuáquero, el sabor verdadero de una fruta “que ya no sabe igual” y que en su delicadeza refugiaba su única, indefectible calidad. Por eso resultó tan absurdo que sus recuerdos se confundieran hasta disolverse en un limbo de mutismo en sus últimos años. No sé si porque barruntó su final, creía firmemente en la existencia de una dimensión que acompaña la nuestra, un espacio sin espacio donde no hay pérdidas, melancolía ni evocación, sólo lucidez en medio de las armonías de aquella dicha singular a la que aspiró siempre.
Albis rendía culto a la memoria viva de todas las cosas, canción o película remotas, una tarde junto a Eliseo Diego que con el tiempo ganaba cada vez nuevos matices e interpretaciones, el Banes de su infancia en el colegio cuáquero, el sabor verdadero de una fruta “que ya no sabe igual” y que en su delicadeza refugiaba su única, indefectible calidad. Por eso resultó tan absurdo que sus recuerdos se confundieran hasta disolverse en un limbo de mutismo en sus últimos años. No sé si porque barruntó su final, creía firmemente en la existencia de una dimensión que acompaña la nuestra, un espacio sin espacio donde no hay pérdidas, melancolía ni evocación, sólo lucidez en medio de las armonías de aquella dicha singular a la que aspiró siempre.
Por ahora
Dejémosla
no sea que la blanda dejadez de sus espaldas
nos diga que está muerta
o que de pronto
sepamos el color de su mirada
y ya no sea más
una mujer dormida sobre un potro.
*Revista Matanzas. Año VI, Números 2 y 3, mayo-diciembre, 2005.
.
Nota: Continuamos poniendo todos los domingos textos que por alguna razón tuvieron una significación especial en la década de los ochenta y en algunos de los turbios años posteriores. Para ver los post anteriores, picar en la etiqueta 80 X OCHENTA.
.
.
9 comentarios:
no conocí a albis, le leí a veces, pero hoy lo he hecho otra vez desde una perspectiva diferente.
permiso para llorar.
sonia diaz
Gracias Heriberto, yo tambien linkee el articulo de Sifredo en la cronica que escribi, es muy bello
Te invito a que pases por el mio
http://codelamarga.blogspot.com/2010/03/albis-torres-el-hada-de-las-personas.html
Heriberto, gracias por publicar esta crónica tremenda de Sigfredito, escrita con el talento y el alma. Tuve la suerte de departir con Albis algunas veces, allá por la década de 1970 y es claramente como la refleja aquí el cronista, si bien con lo escrito por éste se tiene una idea casi absoluta de esta poeta limpia tanto en sus versos como en vida. Ademas de estos que incluye Sigfredito, leí por aquellas fechas referidas otros qeu hablaban, con un lenguaje como de remanso, de su estoiscimo.
Muy merecida esta publicación. Gracias.
Félix Luis Viera
Sin dudas una crónica del corazón y muy mericida para Albis. Gracias por este regalo.
Paso a saludar y encuentro tan linda entrada.
Albis era no sòlo un gran poeta y mejor periodista, buceaba y tenìa un olfato increìble para encontrar lo que valìa artìsticamente; si tuviera que definirla dirìa que era una de las mejores promotoras culturales que ha tenido la isla y una gran persona. Su mirada zumbona y su fina ironìa nos acompañarà por siempre para luchar contra los sinsabores insulares y sus melodramas polìticos. un saludo juan carlos rivera quintana, desde buenos aires.
Conocí a Albis, creo, si mi memoria no me falla, en el año 1967 Bella, pequeñita, y con un talento que sobrepasaba con mucho su estatura. Fuimos fundadores del Teatro Guiñol de Santiago de Cuba, donde nos iniciamos profesionalmente en el campo de las artes. Su talento era tan grande que creaba cualquier cosa sobre cualquier género, literario o manual. La perdí de vista cuando pasé, dos años despues a trabajar como actor en la recién fundada TV de Santiago. Sólo supe de nuevo sobre ella por una amiga que me dió la infausta noticia de su temprana muerte. Siento no haber compartido más con ella, pues sé que me perdí así de muchas cosas que debí conocer. Siento remordimientos porque pude haberla hecho feliz, y no lo hice. No tuve esa capacidad de valorar lo grande de sus sentimientos. No le dí importancia a algo que la tenía. Albis, donde quiera que estés, hoy te amo.
Norberto Soler
Conocí a Albis, creo, si mi memoria no me falla, en el año 1967 Bella, pequeñita, y con un talento que sobrepasaba con mucho su estatura. Fuimos fundadores del Teatro Guiñol de Santiago de Cuba, donde nos iniciamos profesionalmente en el campo de las artes. Su talento era tan grande que creaba cualquier cosa sobre cualquier género, literario o manual. La perdí de vista cuando pasé, dos años despues a trabajar como actor en la recién fundada TV de Santiago. Sólo supe de nuevo sobre ella por una amiga que me dió la infausta noticia de su temprana muerte. Siento no haber compartido más con ella, pues sé que me perdí así de muchas cosas que debí conocer. Siento remordimientos porque pude haberla hecho feliz, y no lo hice. No tuve esa capacidad de valorar lo grande de sus sentimientos. No le dí importancia a algo que la tenía. Albis, donde quiera que estés, hoy te amo.
Norberto Soler
Conocí a Albis, creo, si mi memoria no me falla, en el año 1967 Bella, pequeñita, y con un talento que sobrepasaba con mucho su estatura. Fuimos fundadores del Teatro Guiñol de Santiago de Cuba, donde nos iniciamos profesionalmente en el campo de las artes. Su talento era tan grande que creaba cualquier cosa sobre cualquier género, literario o manual. La perdí de vista cuando pasé, dos años despues a trabajar como actor en la recién fundada TV de Santiago. Sólo supe de nuevo sobre ella por una amiga que me dió la infausta noticia de su temprana muerte. Siento no haber compartido más con ella, pues sé que me perdí así de muchas cosas que debí conocer. Siento remordimientos porque pude haberla hecho feliz, y no lo hice. No tuve esa capacidad de valorar lo grande de sus sentimientos. No le dí importancia a algo que la tenía. Albis, donde quiera que estés, hoy te amo.
Norberto Soler
Publicar un comentario