Por Félix Luis Viera.
La flamante editorial miamense Iduna va por buen camino: hasta hoy nos ha entregado nueve libros, todos de buenos autores cubanos, todos de cubanos en el destierro y, por lo tanto, carentes de eso que me he dado en llamar “patria editorial”. Siempre será arriesgado apostar por la permanencia, el ascenso, de algo que surge en medio de la dura brega; a contramarcha diríamos. Mas, si nos atenemos a la pasión que han puesto los directivos de Iduna y el grupo de nobles intelectuales cubanos residentes en Miami que colaboran con la pujante editorial, podríamos poner nuestra apuesta en la casilla del Sí. Algo le faltará por afinar, algo por afianzar, pero, aun con el viento a medias, avanza bien la nave de Iduna, que ojalá recibiera el empuje de vientos mayores: esos que por ahí se hallan y quizás estarían dispuestos a poner más agua bajo la nave. Ya saben de qué hablo.
Por lo pronto, nos queda enaltecer el empeño franco, el avance a remo partido, acaso orar –cada cual desde su perspectiva– para que la apuesta se duplique, para que el barco navegue en alta mar.
Un autor no debe agradecer a una editorial que ésta le publique un libro; porque se humilla, el autor, y se ensoberbece, la editorial. Aquí el asunto va mano a mano; por el bien de los dos, para usar una expresión manida. Creo que en el caso de Iduna y sus autores, cabe de manera recíproca aquella frase martiana: “Honrar, honra”.
Así, se honra Iduna cuando lanza su más reciente libro: “He aquí el cuerpo", del poeta, narrador y periodista cubano Bernardo Marqués Ravelo; se honra Marqués Ravelo cuando da a la luz su libro por medio de una editorial empecinada en que la poesía –aun por el bien de los que la desprecian–, siga viva; albergada en pocos corazones, está bien, pero de estos pocos, sin duda, se expande día a día hacia quienes no sospechan que un verso salva, y tantas veces, sin saberlo, son salvados por él, o más bien por su portador.
“He aquí el cuerpo” es un muy buen poemario, y si me apuran un poco digo que excelente. En un haz cerrado, un puño cerrado, unas venas abiertas, un corazón desollado, un alma que se ofrece tal y como es. Este libro enseña la cicatriz, mas no la herida.
Cuando empecé la lectura me sucedió algo infrecuente: no pude detenerme, como ocurre cuando una trama narrativa nos atrapa. Marqués Ravelo nos va dando más y más en cada poema, va levantando la parada en la medida que nos desgarra, y aun cuando quisiera, como en algunos poemas, hacerse el que ríe y hacernos reír, la sonrisa que arranca en nosotros tiene la misma hiel que ella destila.
En éste uno de esos poemarios en el cual eso que llaman sujeto lírico, el poeta, el hombre, se funden de manera tal que el Yo poético se halla más bien en la entraña humana. Este libro es una confesión en voz alta y a la vez asordinada; un testimonio de la más férrea soledad; un corte de venas; un dedo apuntando hacia donde duele y a la par donde duele a quien lo apunta.
“He aquí el cuerpo”, que según la fecha al pie, es contentivo de poemas escritos entre 1992 (La Habana) y 2007 (Miami), podría dividirse en dos propuestas fundamentales: una, cuando el poeta asume la vida de otros, la obra de otros, cuando se desdobla en las “formas” de otro; dos, cuando se bate de tú a tú con el “objeto” poético (que puede ser él mismo). En mi humilde opinión, en la segunda variante obtiene mucha más ganancia: “Adiós y que te vaya bien”, “Como una oración”, “Cursineto”, “Desde la plena madrugada” (para llorar leyendo) o “Gracias, muchacha”, entre otros textos espléndidos, podrían dar fe de lo dicho.
En cuanto a los poemas en prosa que aparecen en el libro, nótese que aun vale la pena leerlos por el valor per se de la metáfora, algo a mi juicio verdaderamente encomiable. Como encomiable es que tanto los poemas extensos como los breves mantengan un tono alto, lo que creo indica que el poeta trabajó con constancia cada pieza.
Cuando Marqués incursiona en el pasado (el pasado antes del exilio), lo hace de manera más bien tangencial, alusiva, elusiva casi. No hay un grito de guerra contra sí, por su candor de entonces, o contra quienes antaño le dieron “duro con un palo y duro también con una soga”, crueldad de base. Hay mesura tanto en el verso como en la idea expuesta. La reflexión sustituye al resquemor, el estoicismo a la queja, “aunque los parques [y tantas otras cosas] hayan cambiado de lugar”.
Si en este libro se notan reminiscencias del llamado coloquialismo, valdría aclarar que una de sus principales virtudes es que aquél se mezcla –creo que más por voluntad de alma que de estilo–, de eficaz manera, con raptos de un lirismo realmente sugestivo y, así, nos llega en ocasiones una especie de plomazo embalado en pétalos.
Treinta y dos poemas, 68 páginas y, más que el cuerpo de Marqués Ravelo, mucha alma, mucho rocío, y aun esperanzas. Difícil resulta escribir sobre la obra de un amigo: sospechoso resulta quien lo hace y más cuando lo dicho acerca de la obra, como en esta ocasión, es casi todo positivo. Mas, convoco a los “sospechadores” a que adquieran el libro, y a ver.
No resulta muy habitual que en un poemario (la narrativa es otra cosa) coincidan las enjundias del autor con lo que ha dejado escrito. Ejemplos sobran de buenos poetas que carecen de una u otra condición humana fundamental. Quien haya tratado a Bernardo Marqués Ravelo debe coincidir en que es un hombre noble, transparente, lejano de las envidias (el plural es muy a propósito), de los celos profesionales, de la arrogancia, de esas prisas por sobresalir a toda costa… ¿me atreveré a agregar: “un ser candoroso"? Por esto, porque en el poemario que nos ocupa está Él, tal como es, y Él es como es, pues simplemente –manejo de los oficios aparte– los versos nos estremecen, nos hacen, por momentos, bajar la cabeza ante lo prístino de un alma que siempre sonríe, aun con dolor.
En 1991, Marqués Ravelo firmó la llamada Carta de los Diez, que solicitaba al Gobierno cubano ciertas mejoras para la población a la vez que exponía algunos puntos de vista que, en opinión de los firmantes, debían ser atendidos para encauzar los años por venir. En 1994 el poeta se exilió en Miami –un destierro que, azar de por medio, le ha resultado particularmente inclemente– y 14 años después nos entrega su tercer libro de poesía. Un hermoso libro de poesía. Debemos quedarle agradecidos.
Por lo pronto, nos queda enaltecer el empeño franco, el avance a remo partido, acaso orar –cada cual desde su perspectiva– para que la apuesta se duplique, para que el barco navegue en alta mar.
Un autor no debe agradecer a una editorial que ésta le publique un libro; porque se humilla, el autor, y se ensoberbece, la editorial. Aquí el asunto va mano a mano; por el bien de los dos, para usar una expresión manida. Creo que en el caso de Iduna y sus autores, cabe de manera recíproca aquella frase martiana: “Honrar, honra”.
Así, se honra Iduna cuando lanza su más reciente libro: “He aquí el cuerpo", del poeta, narrador y periodista cubano Bernardo Marqués Ravelo; se honra Marqués Ravelo cuando da a la luz su libro por medio de una editorial empecinada en que la poesía –aun por el bien de los que la desprecian–, siga viva; albergada en pocos corazones, está bien, pero de estos pocos, sin duda, se expande día a día hacia quienes no sospechan que un verso salva, y tantas veces, sin saberlo, son salvados por él, o más bien por su portador.
“He aquí el cuerpo” es un muy buen poemario, y si me apuran un poco digo que excelente. En un haz cerrado, un puño cerrado, unas venas abiertas, un corazón desollado, un alma que se ofrece tal y como es. Este libro enseña la cicatriz, mas no la herida.
Cuando empecé la lectura me sucedió algo infrecuente: no pude detenerme, como ocurre cuando una trama narrativa nos atrapa. Marqués Ravelo nos va dando más y más en cada poema, va levantando la parada en la medida que nos desgarra, y aun cuando quisiera, como en algunos poemas, hacerse el que ríe y hacernos reír, la sonrisa que arranca en nosotros tiene la misma hiel que ella destila.
En éste uno de esos poemarios en el cual eso que llaman sujeto lírico, el poeta, el hombre, se funden de manera tal que el Yo poético se halla más bien en la entraña humana. Este libro es una confesión en voz alta y a la vez asordinada; un testimonio de la más férrea soledad; un corte de venas; un dedo apuntando hacia donde duele y a la par donde duele a quien lo apunta.
“He aquí el cuerpo”, que según la fecha al pie, es contentivo de poemas escritos entre 1992 (La Habana) y 2007 (Miami), podría dividirse en dos propuestas fundamentales: una, cuando el poeta asume la vida de otros, la obra de otros, cuando se desdobla en las “formas” de otro; dos, cuando se bate de tú a tú con el “objeto” poético (que puede ser él mismo). En mi humilde opinión, en la segunda variante obtiene mucha más ganancia: “Adiós y que te vaya bien”, “Como una oración”, “Cursineto”, “Desde la plena madrugada” (para llorar leyendo) o “Gracias, muchacha”, entre otros textos espléndidos, podrían dar fe de lo dicho.
En cuanto a los poemas en prosa que aparecen en el libro, nótese que aun vale la pena leerlos por el valor per se de la metáfora, algo a mi juicio verdaderamente encomiable. Como encomiable es que tanto los poemas extensos como los breves mantengan un tono alto, lo que creo indica que el poeta trabajó con constancia cada pieza.
Cuando Marqués incursiona en el pasado (el pasado antes del exilio), lo hace de manera más bien tangencial, alusiva, elusiva casi. No hay un grito de guerra contra sí, por su candor de entonces, o contra quienes antaño le dieron “duro con un palo y duro también con una soga”, crueldad de base. Hay mesura tanto en el verso como en la idea expuesta. La reflexión sustituye al resquemor, el estoicismo a la queja, “aunque los parques [y tantas otras cosas] hayan cambiado de lugar”.
Si en este libro se notan reminiscencias del llamado coloquialismo, valdría aclarar que una de sus principales virtudes es que aquél se mezcla –creo que más por voluntad de alma que de estilo–, de eficaz manera, con raptos de un lirismo realmente sugestivo y, así, nos llega en ocasiones una especie de plomazo embalado en pétalos.
Treinta y dos poemas, 68 páginas y, más que el cuerpo de Marqués Ravelo, mucha alma, mucho rocío, y aun esperanzas. Difícil resulta escribir sobre la obra de un amigo: sospechoso resulta quien lo hace y más cuando lo dicho acerca de la obra, como en esta ocasión, es casi todo positivo. Mas, convoco a los “sospechadores” a que adquieran el libro, y a ver.
No resulta muy habitual que en un poemario (la narrativa es otra cosa) coincidan las enjundias del autor con lo que ha dejado escrito. Ejemplos sobran de buenos poetas que carecen de una u otra condición humana fundamental. Quien haya tratado a Bernardo Marqués Ravelo debe coincidir en que es un hombre noble, transparente, lejano de las envidias (el plural es muy a propósito), de los celos profesionales, de la arrogancia, de esas prisas por sobresalir a toda costa… ¿me atreveré a agregar: “un ser candoroso"? Por esto, porque en el poemario que nos ocupa está Él, tal como es, y Él es como es, pues simplemente –manejo de los oficios aparte– los versos nos estremecen, nos hacen, por momentos, bajar la cabeza ante lo prístino de un alma que siempre sonríe, aun con dolor.
En 1991, Marqués Ravelo firmó la llamada Carta de los Diez, que solicitaba al Gobierno cubano ciertas mejoras para la población a la vez que exponía algunos puntos de vista que, en opinión de los firmantes, debían ser atendidos para encauzar los años por venir. En 1994 el poeta se exilió en Miami –un destierro que, azar de por medio, le ha resultado particularmente inclemente– y 14 años después nos entrega su tercer libro de poesía. Un hermoso libro de poesía. Debemos quedarle agradecidos.
Bernardo Marqués Ravelo: (La Habana, 1947) Se inicia en la revista Bohemia en 1970, y en 1976 se gradúa de periodismo en la Universidad de La Habana. En 1979 trabaja en el mensuario cultural El Caimán barbudo. En 1986 presenta su renuncia por desavenencias con la política editorial de la publicación. En 1991, junto a un grupo de intelectuales cubanos firma una carta dirigida a las autoridades de la isla, conocida después como La declaración de los intelectuales. Marqués Ravelo ha publicado dos poemarios, “Donde habito” (1978) y “Sin margen y sin fecha” (1981) y una novela, “Balada del barrio” (1983). Su novela “Los naufragios” permanece inédita. Tuvo que asilarse y vive en Miami, Estados Unidos, desde junio de 1994.
4 comentarios:
Gracias a este blog y al articulista por conmovernos de esta manera y enseñarnos nuevas cosas a proposito de la batalla de los poetas de Miami y de la poesia.Felicito al autor y quiero saber si en la librería Universal puedo comprar este libro y cual es su precio.
Karin
Si haces un click sobre la palabra "adquieran" en el artículo, podrás entrar a la pagina web de "Iduna Ediciones" y comprar el libro on line. Te agradezco tus palabras en nombre mío, del autor del artículo y, sobre todo, del autor del libro. Gracias.
Gracias, muy bueno.
Felicitacioens Bernardo, un buenpoemario por lo que veo, y que tratare de conseguir. Seguimos palante. Lastima que solo se comprar en linea, ya vere.
Maria Luisa
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