Cuando, en 1972, Osvaldo Navarro recibiera el Premio David de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba con su poemario De regreso a la Tierra, publicado un año después, cambiaba el panorama de la más reciente poesía cubana. Antes de este libro, habían aparecido otros, también de poetas noveles, de indudable valor, pero De Regreso a la tierra establecía otra mirada tanto desde el punto de vista formal como de contenido. Resaltaba la fuerza descomunal de este libro telúrico, frutal, lleno de los aromas campestres, de los dolores de una niñez sumida en las carencias allá, en la campiña de la provincia de Las Villas, en un sitio rural cercano a la pequeña ciudad de Santo Domingo. A este trozo de tierra, precisamente, regresaba el poeta –adolorido, amador, furioso en ocasiones– en su primer libro de poemas, y éste era precisamente uno de los principales encantos de la obra: no había surgido hasta entonces otro poemario que tratara temas semejantes sin “acampesinar” las formas, he ahí una de las ganancias fundamentales de la obra, como escribiera, hace mucho tiempo, quien ahora les habla. De aquellos campos despegaría Osvaldo Navarro en plena adolescencia para sumarse a la lucha por alcanzar la Utopía, volvería de vez en cuando, sólo de visita, y un día, desechada la Utopía, ya no volvería más.
La obra poética de Osvaldo Navarro es vasta, resulta imposible resumirla en unas pocas cuartillas: Los días y los hombres (1975), Espejo de conciencia (1980), Las manos en el fuego (1981), Nosotros dos (1984), Combustión interna (1985), Clarividencias (1989), Xabaneras (1996) y Catarsis: cien y un sonetos, se cuentan entre sus poemarios más destacados. Si en su primer libro, ya aludido, De regreso a la tierra, el poeta asume sobre todo la temática campesina valiéndose de formas muy actuales, donde el verso libre alcanza una esbeltez paradigmática, Navarro, años después, nos iría sorprendiendo (valga el gerundio, que sí funciona en este caso) con una de las obras más sólidas –lo digo con suficientes elementos de juicio– de la poesía rimada escrita por cubanos. Quien lea Catarsis: cien y un sonetos no creo que se atreviera a negar que Osvaldo Navarro se halla entre los mejores cultivadores de esta modalidad en la historia de la poesía cubana. Como asimismo, lo afirmo sin pensarlo dos veces, sus décimas están en la vanguardia de los poetas cubanos de todos los tiempos dedicados a este molde estrófico. Es decir, una de las excelencias de la poesía de Osvaldo Navarro es que alcanzó, ha alcanzado, un valer descollante tanto en el llamado verso libre como en la poesía de corte tradicional, la cual él supo aderezar con elementos temáticos y formales de suma modernidad. Y esto, damas y caballeros, no es poco; esto ningún otro poeta cubano, que yo sepa, lo ha logrado en los niveles que Navarro lo hiciera. Para reforzar lo antes dicho, tómese en cuenta su último libro publicado hasta ahora: Horror al vacío, en el cual, en buena medida, regresa al molde estrófico, a la rima, y esta vez, en mi opinión, con más sabiduría formal, y nótese que convirtiendo asuntos de lo estrictamente cotidiano en verdadero “arte filosófico”, por decirlo de alguna manera.
Algo que no debemos pasar por alto en una ocasión como ésta es que, cuando Osvaldo Navarro escribía “dentro” de la revolución cubana, su poesía, con no poca constancia, abogaba por la crítica, clamaba por cuidar el Árbol de la revolución, de los elementos oportunistas, de quienes se aprovechaban de determinadas coyunturas para hacerse de prebendas, de quienes anteponían lo material al ideario entonces existente (cito: “y vi cómo subían al árbol las babosas"). De esto da fe principalmente en su libro Las manos en el fuego, que yo, en su momento, reseñara (creo que he reseñado casi toda su obra poética) con el título “Y tan difícil que es poner las manos en el fuego”, hace ya 25 años.Hace un poco menos, 22 años se cumplen este verano, allá, en la pequeñita ciudad de Santo Domingo, tierra natal del poeta, como se ha dicho, nos encontramos una tarde de sábado para presentar su libro Nosotros dos, de temática amorosa, precisamente una de las mejores cuerdas que Navarro dominara, puesto que sus versos de amor tañen con campana suave, parecen arrullar en voz baja cuando en realidad retumban con delicadeza sublime, valga la paradoja, y en ningún momento toman el camino del desenfreno lúbrico, del escarceo emocional. Eso, más o menos, dije aquella tarde al presentar la obra en el mínimo parque de Santo Domingo. “La poesía canta y llora con la vida", me diría Osvaldo en una conversación aparte luego de la presentación. Y creo que esta frase suya, que tanto me impactara, encerraba, encierra, su credo poético. De aquella tarde conservo una foto en donde estamos él, un noble y candoroso poeta de la localidad y yo. Hoy, es una foto triste; hoy, parafraseando, diríamos que es una foto en que “la poesía llora con la vida".
Mas, a la par –y enfatizo: a la par– de su extraordinaria obra poética, Osvaldo llevó a cabo una labor igualmente magnífica en el campo de la ensayística, la narrativa, el artículo de fondo; de estos últimos recuerdo el que dedicara a la condición de “ser” caribeño, donde exponía con suma certeza los elementos que a lo largo de la historia dieron pie para que surgiera un área tan sui géneris en América Latina, un texto que en mi opinión representa una verdadera joya en esta temática. Amén de su inteligencia innata, su cultura humanística –que enriqueciera constantemente– era sólida, abarcadora, lo cual le permitía teorizar con agudeza no sólo en el terreno de la literatura, sino asimismo en el de la política y la filosofía.A principios de la década de 1980, en los jardines de la sede de la Unión de Escritores y Artistas en La Habana, presente el buen amigo y colega Gustavo Eguren, Osvaldo nos confesaría que estaba escribiendo un relato “extraño” que lo traía completamente “amarrado". Este relato extraño sería El caballo de Mayaguara, publicado tres o cuatro años después y considerado por muchos entre las mejores obras del género testimonial que hayan visto la luz en la Isla. El personaje, o la persona “real", protagonista de este testimonio, sería el prototipo inspirador de la novela Hijos de Saturno, editada en 2002, cuyo eje temático es el desencanto de un luchador revolucionario y me atrevo a asegurar que la desilusión del propio autor.
Como todo ser humano, Osvaldo Navarro tendría defectos y carencias, pero quiero hacer hincapié esta noche en lo que sobrepasa a lo antes dicho: fue un poeta, un hombre valiente, optimista, estoico cuando la situación lo requería, agresivo cuando las circunstancias lo ameritaban. Durante sus veinte años de exilio en México, con un breve período en Miami, vio (y este vio tómenlo, claro, en su más plena acepción metafórica) morir a sus seres más queridos allá en la Isla, “acabo de encender una vela por mi madre, ha muerto allá en Cuba", me diría por teléfono aquella noche de la mala noticia. A pie firme soportó las buenas y las malas lejos de la tierra que lo viera nacer, y al menos yo nunca le escuché un quejido, y cuando algo de lo que me dijera se pareciera a un lamento, inmediatamente agregaba la idea emprendedora que lo borraba.
Amigas y amigos, hay hombres que cambian de ideario, de conducta social y política por conveniencia propia, o por falta de coraje, o por veleidades de temperamento. Quiero dar fe esta noche, porque conozco el caso de Osvaldo a fondo y a toda plenitud, y porque lo conocía a él a fondo y a toda plenitud, de que su dimisión de la causa revolucionaria que una vez con tanto ahínco y sacrificios defendiera, fue limpia, desinteresada, venida de su corazón, de su cerebro, del desencanto que tantos otros, con mucha razón, hemos experimentado. Y pienso, por otra parte, que resulta irracional juzgar negativamente a un hombre porque cambie de credo muy temprano o muy tarde en su vida, cuando ese cambio, como en el caso que nos ocupa, es raigal, absolutamente sustentado y, por demás, acarreará sobre todo amarguras, nostalgias, y la renuncia a ciertas preponderancias. Eso es loable. Algunos de los presentes podrían preguntarse a qué vienen estas palabras; otros, pueden inferir con toda claridad a quienes van dirigidas; ellos, los destinatarios de estas palabras, afortunadamente no se encuentran en esta sala.
Me resta decir que la Muerte ha quedado en deuda con nosotros; Osvaldo Navarro no: él nos legó todo lo que aquélla le permitiera antes de llegarle a destiempo. Sin embargo, aún hoy, cuando no tenemos físicamente al poeta entre nosotros, por qué no hacer válido uno de los versos de su más reciente poemario: “Me queda la primavera por delante”.
Muchas gracias.
La obra poética de Osvaldo Navarro es vasta, resulta imposible resumirla en unas pocas cuartillas: Los días y los hombres (1975), Espejo de conciencia (1980), Las manos en el fuego (1981), Nosotros dos (1984), Combustión interna (1985), Clarividencias (1989), Xabaneras (1996) y Catarsis: cien y un sonetos, se cuentan entre sus poemarios más destacados. Si en su primer libro, ya aludido, De regreso a la tierra, el poeta asume sobre todo la temática campesina valiéndose de formas muy actuales, donde el verso libre alcanza una esbeltez paradigmática, Navarro, años después, nos iría sorprendiendo (valga el gerundio, que sí funciona en este caso) con una de las obras más sólidas –lo digo con suficientes elementos de juicio– de la poesía rimada escrita por cubanos. Quien lea Catarsis: cien y un sonetos no creo que se atreviera a negar que Osvaldo Navarro se halla entre los mejores cultivadores de esta modalidad en la historia de la poesía cubana. Como asimismo, lo afirmo sin pensarlo dos veces, sus décimas están en la vanguardia de los poetas cubanos de todos los tiempos dedicados a este molde estrófico. Es decir, una de las excelencias de la poesía de Osvaldo Navarro es que alcanzó, ha alcanzado, un valer descollante tanto en el llamado verso libre como en la poesía de corte tradicional, la cual él supo aderezar con elementos temáticos y formales de suma modernidad. Y esto, damas y caballeros, no es poco; esto ningún otro poeta cubano, que yo sepa, lo ha logrado en los niveles que Navarro lo hiciera. Para reforzar lo antes dicho, tómese en cuenta su último libro publicado hasta ahora: Horror al vacío, en el cual, en buena medida, regresa al molde estrófico, a la rima, y esta vez, en mi opinión, con más sabiduría formal, y nótese que convirtiendo asuntos de lo estrictamente cotidiano en verdadero “arte filosófico”, por decirlo de alguna manera.
Algo que no debemos pasar por alto en una ocasión como ésta es que, cuando Osvaldo Navarro escribía “dentro” de la revolución cubana, su poesía, con no poca constancia, abogaba por la crítica, clamaba por cuidar el Árbol de la revolución, de los elementos oportunistas, de quienes se aprovechaban de determinadas coyunturas para hacerse de prebendas, de quienes anteponían lo material al ideario entonces existente (cito: “y vi cómo subían al árbol las babosas"). De esto da fe principalmente en su libro Las manos en el fuego, que yo, en su momento, reseñara (creo que he reseñado casi toda su obra poética) con el título “Y tan difícil que es poner las manos en el fuego”, hace ya 25 años.Hace un poco menos, 22 años se cumplen este verano, allá, en la pequeñita ciudad de Santo Domingo, tierra natal del poeta, como se ha dicho, nos encontramos una tarde de sábado para presentar su libro Nosotros dos, de temática amorosa, precisamente una de las mejores cuerdas que Navarro dominara, puesto que sus versos de amor tañen con campana suave, parecen arrullar en voz baja cuando en realidad retumban con delicadeza sublime, valga la paradoja, y en ningún momento toman el camino del desenfreno lúbrico, del escarceo emocional. Eso, más o menos, dije aquella tarde al presentar la obra en el mínimo parque de Santo Domingo. “La poesía canta y llora con la vida", me diría Osvaldo en una conversación aparte luego de la presentación. Y creo que esta frase suya, que tanto me impactara, encerraba, encierra, su credo poético. De aquella tarde conservo una foto en donde estamos él, un noble y candoroso poeta de la localidad y yo. Hoy, es una foto triste; hoy, parafraseando, diríamos que es una foto en que “la poesía llora con la vida".
Mas, a la par –y enfatizo: a la par– de su extraordinaria obra poética, Osvaldo llevó a cabo una labor igualmente magnífica en el campo de la ensayística, la narrativa, el artículo de fondo; de estos últimos recuerdo el que dedicara a la condición de “ser” caribeño, donde exponía con suma certeza los elementos que a lo largo de la historia dieron pie para que surgiera un área tan sui géneris en América Latina, un texto que en mi opinión representa una verdadera joya en esta temática. Amén de su inteligencia innata, su cultura humanística –que enriqueciera constantemente– era sólida, abarcadora, lo cual le permitía teorizar con agudeza no sólo en el terreno de la literatura, sino asimismo en el de la política y la filosofía.A principios de la década de 1980, en los jardines de la sede de la Unión de Escritores y Artistas en La Habana, presente el buen amigo y colega Gustavo Eguren, Osvaldo nos confesaría que estaba escribiendo un relato “extraño” que lo traía completamente “amarrado". Este relato extraño sería El caballo de Mayaguara, publicado tres o cuatro años después y considerado por muchos entre las mejores obras del género testimonial que hayan visto la luz en la Isla. El personaje, o la persona “real", protagonista de este testimonio, sería el prototipo inspirador de la novela Hijos de Saturno, editada en 2002, cuyo eje temático es el desencanto de un luchador revolucionario y me atrevo a asegurar que la desilusión del propio autor.
Como todo ser humano, Osvaldo Navarro tendría defectos y carencias, pero quiero hacer hincapié esta noche en lo que sobrepasa a lo antes dicho: fue un poeta, un hombre valiente, optimista, estoico cuando la situación lo requería, agresivo cuando las circunstancias lo ameritaban. Durante sus veinte años de exilio en México, con un breve período en Miami, vio (y este vio tómenlo, claro, en su más plena acepción metafórica) morir a sus seres más queridos allá en la Isla, “acabo de encender una vela por mi madre, ha muerto allá en Cuba", me diría por teléfono aquella noche de la mala noticia. A pie firme soportó las buenas y las malas lejos de la tierra que lo viera nacer, y al menos yo nunca le escuché un quejido, y cuando algo de lo que me dijera se pareciera a un lamento, inmediatamente agregaba la idea emprendedora que lo borraba.
Amigas y amigos, hay hombres que cambian de ideario, de conducta social y política por conveniencia propia, o por falta de coraje, o por veleidades de temperamento. Quiero dar fe esta noche, porque conozco el caso de Osvaldo a fondo y a toda plenitud, y porque lo conocía a él a fondo y a toda plenitud, de que su dimisión de la causa revolucionaria que una vez con tanto ahínco y sacrificios defendiera, fue limpia, desinteresada, venida de su corazón, de su cerebro, del desencanto que tantos otros, con mucha razón, hemos experimentado. Y pienso, por otra parte, que resulta irracional juzgar negativamente a un hombre porque cambie de credo muy temprano o muy tarde en su vida, cuando ese cambio, como en el caso que nos ocupa, es raigal, absolutamente sustentado y, por demás, acarreará sobre todo amarguras, nostalgias, y la renuncia a ciertas preponderancias. Eso es loable. Algunos de los presentes podrían preguntarse a qué vienen estas palabras; otros, pueden inferir con toda claridad a quienes van dirigidas; ellos, los destinatarios de estas palabras, afortunadamente no se encuentran en esta sala.
Me resta decir que la Muerte ha quedado en deuda con nosotros; Osvaldo Navarro no: él nos legó todo lo que aquélla le permitiera antes de llegarle a destiempo. Sin embargo, aún hoy, cuando no tenemos físicamente al poeta entre nosotros, por qué no hacer válido uno de los versos de su más reciente poemario: “Me queda la primavera por delante”.
Muchas gracias.
Nota: Discurso pronunciado por el poeta Félix Luis Viera, en el Salón Tarkovsky de El Centro de Cultura Casa Lamm, el día 4 de agosto, en homenaje al poeta, novelista y periodista cubano, Osvaldo Navarro, fallecido el 7 de febrero de este año en su casa de México. Este día se presentó su libro “Melodías de Amor” editado por la dirección de publicaciones de El Instituto Politécnico Nacional.
Foto # 1: (Cortesía del autor) Foto mencionada en el discurso, hecha en Santo Domingo, tierra natal del poeta, el sábado 10 de marzo de 1986, durante la presentación de su libro “Nosotros dos". De izquierda a derecha, los poetas Eduardo Franco, Osvaldo Navarro y Félix Luís Viera.
Foto # 2: (Cortesía de Elena Tamargo, viuda del poeta) De izquierda a derecha, el narrador Rafael Carralero y los poetas Osvaldo Navarro y Félix Luís Viera, en su cumpleaños 50, celebrado en su casa de México, en 1996.
Foto # 3: (Cortesía de Elena Tamargo, viuda del poeta) El poeta Osvaldo Navarro, junto a su esposa, la poeta y profesora Elena Tamargo, durante la celebración del centenario de Nicolás Guillen, en el puerto de Veracruz, México, en el año 2002.
Félix Luis Viera: Poeta, cuentista y novelista, nació en Santa Clara, Cuba. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la UNEAC, 1976), Prefiero los que cantan (1988), Cada día muero 24 horas (1990), Y me han dolido los cuchillos (1991) y Poemas de amor y de olvido (1994); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983) y Precio del amor (1990); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988), Serás comunista, pero te quiero (1995) y la noveleta Inglaterra Hernández (Universidad Veracruzana, 1997) con una segunda edición a cargo de la Editorial Capiro en el 2003, Un ciervo herido, Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2003. Fue director de la revista cultural cubana Signos. Desde 1995 radica en México.
Foto # 2: (Cortesía de Elena Tamargo, viuda del poeta) De izquierda a derecha, el narrador Rafael Carralero y los poetas Osvaldo Navarro y Félix Luís Viera, en su cumpleaños 50, celebrado en su casa de México, en 1996.
Foto # 3: (Cortesía de Elena Tamargo, viuda del poeta) El poeta Osvaldo Navarro, junto a su esposa, la poeta y profesora Elena Tamargo, durante la celebración del centenario de Nicolás Guillen, en el puerto de Veracruz, México, en el año 2002.
Félix Luis Viera: Poeta, cuentista y novelista, nació en Santa Clara, Cuba. Ha publicado los poemarios: Una melodía sin ton ni son bajo la lluvia (Premio David de Poesía de la UNEAC, 1976), Prefiero los que cantan (1988), Cada día muero 24 horas (1990), Y me han dolido los cuchillos (1991) y Poemas de amor y de olvido (1994); los libros de cuento: Las llamas en el cielo (1983), En el nombre del hijo (Premio de la Crítica 1983) y Precio del amor (1990); las novelas Con tu vestido blanco (Premio Nacional de Novela de la UNEAC 1987 y Premio de la Crítica 1988), Serás comunista, pero te quiero (1995) y la noveleta Inglaterra Hernández (Universidad Veracruzana, 1997) con una segunda edición a cargo de la Editorial Capiro en el 2003, Un ciervo herido, Editorial Plaza Mayor, Puerto Rico, 2003. Fue director de la revista cultural cubana Signos. Desde 1995 radica en México.
3 comentarios:
El discurso de Félix Luis Viera sobre Osvaldo Navarro es, en conjunto, un acercamiento bello e inteligente a Osvaldo Navarro. En pocas palabras retrata el significado de su obra y, muy importante, su ética. Lo define como un modelo de honestidad que, cuando estuvo "dentro" de la revolución, la defendió de los oportunistas, y cuando dejó de creer en ella no se rebajó a la hipocresía o doble moral que tantos utilizan para medrar en el barrizal del régimen. Esta observación de Viera es un ataque directo al mito "castrista" de los "principios indestructibles" que sólo sirve para adormecer (o corromper) la inteligencia, y afianzar las barrabasadas de la dictadura. De las dictaduras. Una hermosa lección que debería enseñarse en las escuelas.
Abel German
Por suerte, siempre hay un Abel entre tanto Caín. Gracias.
Me indicaron que entrara en este blog pues podría hallar el discurso de Felix Luis Viera en el homenaje a Osvaldo Navarro, confieso que el discurso me estremeció al escucharlo porque como comente con las personas que me acompañaban esa noche, Felix Luis no solo ponia en su justo sitio a Navarro como escritor y como ser humano,como disidente de la causa comunista, sino que sus palabras también eran válidas para otros artistas cubanos que hemos sido medidos con la misma vara de maldad por ser exilados tardíos o algo así. Me da gusto leer ahora esas palabras y me alegra el comentario de Abel German, gracias al responsable del blog.
Mayra, DF
Publicar un comentario