Texto leído el 13 de Abril de 2009, en el “Aula Magna “ de la Universidad de La Habana en Acto de Conmemoración del “Día Nacional de la Psicología cubana”
ODA A MI GENERACIÓN: LOS ACTORES DE LOS SETENTA
Por el Prof. Manuel Calviño.
Texto en tres partes:
I. Allegro recordatorio emotivo.
II. Peccata minuta.
III. Exaltaccione laudatoria
I. Allegro recordatorio emotivo:Se supone que haga yo una suerte de panegírico de tres generaciones de psicólogos. Se ha pensado que estoy apto para hacerlo. Yo mismo, hasta que en la tarde de ayer me detuve a pensar en el asunto, creí que sería fácil. Pensé que no me sería complicado recordar las peripecias de Diego González Martín olvidando su “cacharro” en cualquier punto de la geografía ubicado entre San Miguel, Infanta, Valle y la Colina universitaria. Creí que, aunque no fuera de muy buen gusto, me perdonarían el recordar aquel coro de precarias voces, pero excelentes piernas (tan excelentes que estando entre ellas sus voces eran celestiales). Supuse que sería sencillo toda vez que está superada la época en que Rafael Alvisa fue casi estigmatizado como “disidente” no político, sino institucional, a pesar de haber sido, haciendo crecer la “Psicología General” de Miller, un contribuyente de primera línea a la propulsión motivacional de muchos, la mayoría me atrevo a decir, de quienes lo tuvimos como profesor. Como no encontrar hasta placentera la posibilidad de agradecer a profesores y trabajadores de la talla de Aníbal Rodríguez, de Ernesto González Puig, la Dra. María Teresa Sansón. Como no agradecer la oportunidad de hacer que Álvaro volviera a cantar sus tangos, reinstituir la imagen histriónica de Panchita, el trabajo de los dos últimos bibliotecarios “modelo Alejandría”: Martínez y Bertha. Andar de nuevo por los pasillos y encontrarme con Dominga y su dinastía. Volver a sentir el “aire acondicionado” en los Salones y aulas de la Escuela. A Ana Luisa aún la tengo cerca para no dejarme decir Juan Piaget. Hay tantos recuerdos. Hay tanto agradecimiento. Me desbordan emocionalmente. No podría ser difícil referenciar una época en la que como nunca antes ni después la enseñanza universitaria fue un “construcción colectiva de conocimiento”. ¿Cuántos “profesores emergidos” tuvimos? ¿Cuántos fuimos profesores “emergenciados”? Pensé que sería esta una buena oportunidad para darle mi‐nuestro agradecimiento a muchos de los compañeros de trabajo de hoy que asumieron roles esenciales para que pudiéramos graduarnos. Solo algunas: Mayra, Mara, María, Martha”s”, María Elena, Gloria, Irene, y para que no me acusen de sexista entonces Miguel, Armando, Dieguito.
Hasta la mañana de ayer domingo me creí en condiciones de hablar de los que llegamos sin saber muy bien por qué. De los que habíamos vivido la mayor parte los sesenta fuera de la institución universitaria. Podría hablar de Bertha, la gallega, sin tener que hablar de “Elpidio Valdés”. Podría recordar con aliento y sonrisa a Verónica Canfux, que se nos fue antes de tiempo. A Juan Báez que también lo hizo, pero por decisión propia, creo que im‐propia. Al dúo “sapientis” – Román, Mayor. Al irreverentemente eclesiástico Reinerio. Pasan por delante de mi Raulito, Nino. Enfrascados en luchas titánicas para descifrar los folletos manchados en “esténcil”, permutándose un libro para varios. Pero se me olvidan los nombres, o sencillamente se me co‐funden en los años posteriores en los que ya no éramos de uno u otro año. Éramos los psicólogos.
Todavía más cerca me quedarían los que llegaron después, que ya eran más numerosos. Los “adelantados” –Ovidio, Hirám (otro ausente prematuro), Luisa Vidaurreta, Luisito. Los que asumían protagonismos de auténticos líderes políticos y estudiantiles –Fernando. Los del pelo largo– Cento. Maritza que Eligió el puente que enlaza territorios. Aquella “boliviana espectacular” perseguida con los ojos de los que supimos aprovechar el “make love not war” para avanzar en el logro de una mayor libertad sexual, y luego la convertimos en motivo de combate profesional. Alicita lo sigue haciendo hasta hoy y se lo agradecemos todos. Sería fácil acordarme del negro Pozo, de Germán González Chirino, que ingresó antes que yo y, no se cómo, pero un buen día resulte ser su profesor. Almiral, y a su lado Pilar, Miguel Ángel y otros no teniendo el inhumano don de la ubicuidad, pero gozando de las prerrogativas de la época (que como muchas cosas luego de ser sentenciadas a muerte renacen por fuerza propia), empezaron con unos y terminaron con otros.
De los que en desorbitante matricula de ciento ochenta entramos en el setenta pensé que me sería muy sencillo hablar. El trío “los cuestionados”: Beatriz, Pepe, Cepero. Las compañeras y compañeros de la línea fuerte – Patricia, Norma. Las búlgaras que por poco tiempo inundaron con olor “distinto” las últimas filas del aula uno. La “dorogaia” Irina. Pensé que podría hablar del “soldadito verde”, Julio Cesar, que en su siempre impecable uniforme verde olivo las mata(ba) callando. El dúo “los pioneros” – Omar y Yo, llamados así por una cierta predilección por las psicólogas de años superiores o recién graduadas (luego resultó exactamente al revés…. Bueno primero se gana experiencia y luego se revierte en los “nuevos horizontes”). El “yugo Alhama” irrumpe desde ayer, pero hoy con un halo bien ganado de sabio. “El decano”, le dicen muchos. Méndez Acosta que con Jacinto se fue a la “Pesca” y allí sigue creativo y comprometido. Leonelo, a quien el amor llevaba hasta Jaruco. No era tan difícil en la época. Eumelio escandalizó con sus pinturas “eróticas” a más de uno en 12 y malecón. María Elena sigue Leal. Desde Oriente llegó Miriam Musle que con el acento cantado de su tierra natal en una memorable clase de la duda cartesiana le pidió al profesor Agustín: “explíqueme otra vez como es eso del co(g)ito”. “Cogito,querida, cogito ergo sum” le riposto el invidente quien sabe imaginando que cosa.
La Escuela era la casa. El patio, los pasillos, nuestro territorio natural. Circulaban buenos sentimientos. No había indiferencia. Todo era “al rojo vivo”. Y mientras, en la radio de al lado se escuchaba a Nino Bravo cantar “porque te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, y hasta el fin te querré”. Luego en el Habana Libre por poco más de dos pesos nos servían algo de comer y beber. Pello el Afrokan se desvanecía con sus despampanantes tambores y bailarinas. Pero el Festival de Varadero se constituía como “reivindicación de los gustos juveniles”. Ya Silvio se lanzaba contra “los perseguidores de cualquier nacimiento”. Consumíamos el cine cubano de marcado compromiso político, pero nadie se perdía “La Tulipe noire”, “El hombre de Rio” y también “Vivir por vivir” o los “Besos robados” de Truffaut (que nos llegaron todas con unos años de atraso).
Si incluyo a la “diáspora” entonces más allá de reactivar conceptos que prefiero queden en el olvido emotivo, la tarea se me hace más difícil. En todo caso Armengol es hoy columnista del Nuevo Herald. Alberto, que seguramente interpretará a su manera el “acoso” de la época, volvió y vuelve a hacer teatro en este país en el que “no se puede hacer nada”, según me dijo un día. A Prida me lo tropecé en Internet hablando una cantidad de sandeces que me dio vergüenza ajena.
No se puede odiar a quien tiene un espacio en la memoria emocional. Aún cuando se valoren sus decisiones en el discutible espacio de lo errático, aún cuando no se compartan las mismas tesituras ideocosmovisivas, sociopolíticas, aún cuando en momentos de exaltación las desmedidas superen a las racionalidades, no hay razón para el odio, la enemistad. No toda diferencia es un conflicto. No todo conflicto es una contradicción. No toda contradicción es un antagonismo. Escudriñador como era del alma humana, Martí reconoció: “los pueblos se encarnizan en amar, como en odiar; y suelen amar con tanta injusticia como a veces odian”. El amor es un sentimiento intrínseco a la Psicología: Psiqué fue el gran amor de Cupido y desde entonces sin amor es imposible hacer Psicología.
Todo parecía sencillo hasta ayer en la mañana. Luego en la tarde cuando me dispuse a cumplir con el ineluctable procedimiento de “prepararme”, todo comenzó a complicarse.
II. Peccata minuta:Cuando cumplí los cincuenta años hice una opción cercana al estructuralismo lacaniano y la irreverencia ortográfica. Nada personal. Todo conceptual. Decidí escribir cincuenta con “s” (sin‐cuenta), y comencé a vivir la tercera y última parte de mi vida con una afiliación menos de pasado y más de futuro (al fin y al cabo mi futuro es bien menor que mi pasado). De modo que no me gusta mucho este ejercicio de mirar atrás (rectifico, mirar atrás siempre ha estado entre mis favoritos), este ejercicio de mirar al pasado. Se me hace complicado. Usualmente dejo la tarea para los historiados. Me mantengo en el equipo de “los cuenteros”. Tengo más vocación de Onelio Jorge Cardoso que de Benjamín Wolman o de Yarochevsky.
No menos complicado se torna el asunto cuando se trata de lograr que un perfil oratorio de corta duración encuentre el beneplácito de la memoria de cerca de trescientas personas que ingresaron en la Escuela de Psicología entre los años 1968 y 1970, una buena parte de las cuales se graduó en los años 1972, 1973 y 1974. Pero de alguna manera esa es la encomienda que la Junta Directiva de la Sociedad Cubana de Psicología ha puesto en mí y aunque tome un rumbo personal tengo que hacer las veces de representante.
La Presidenta, Patricia, me dijo: “Serán homenajeadas tres generaciones de psicólogos y psicólogas”. Y la noción de generación se me antojó instituyente. Es como un “ejercicio de pie forzado” (y esto no es ni atípico, ni inusual, ni extraño para las personas a quien debo referirme en este texto). Pero ¿qué define a una generación? “Generación: Conjunto de todos los vivientes coetáneos. Conjunto de personas que por haber nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, se comportan de manera afín o comparable en algunos sentidos”. Somos, y esto quizás sea solo un artilugio para la construcción de hipótesis, la generación de “los setenta”.
Somos la generación que nació entre el 47 y el 51 del siglo pasado. Vivimos en el capitalismo y en el Socialismo (en la destrucción del primero y la construcción del segundo, aunque por momentos se interpolaron los procesos). Éramos demasiado niños para entender los desmadres y atrocidades de la dictadura batistiana, demasiado pequeños para alzarnos con los barbudos. Algunos comenzamos nuestra macrosocialización con las Brigadas de Alfabetización (“Cuba: estudio, trabajo, fusil, lápiz, cartilla, manual, alfabetizar. Venceremos!”), otros con las Brigadas Juveniles (“uno, dos, tres, cuatro, comiendo mierda y rompiendo zapatos”). Otros llegamos a ser “pioneros” (“no había más que un coco, y era el Tío Sam. Fidel lo echó de Cuba, y nunca volverá”). Fuimos los niños y los adolescentes del tránsito. Conocimos todo el ingenio de la inventiva de planes: de educación, de reeducación, de formación, vacacionales, vocacionales; y por supuesto los económicos: la pangola, el cordón de la Habana, la agricultura extensiva de Voissan, Niña Bonita, la libreta, los grupos y casillas de la libreta industrial, los juguetes clasificados. Muchos de ellos son apenas espectros etéreos del recuerdo, otros a punto de obtener su “Guiner”. Pero para no extenderme me concentraré en los años de ingreso a la Universidad.
Nuestra formación profesional nació, se extendió, en la primera mitad de los años setenta. Comenzó a realizarse en esta década. Los que nos antecedieron vivieron la efervescencia de “los diez millones van”. Nosotros la del nacimiento de “Los Van Van”, porque los millones no fueron. La Revolución victoriosa sufría una derrota, “una derrota moral incuestionable”, como la calificara su máximo líder. Yo estaba allí, el 19 de Mayo, en el pequeño parque con una fuente cuadricular que ocupaba el espacio en el que hoy se extiende “La tribuna”, cuando Fidel dijo: “Pero si ustedes quieren que les diga con toda claridad la situación, es sencillamente que no haremos los 10 millones… No voy a andar con rodeos para decirlo. Creo que para mí, igual que para cualquier otro cubano en un grado muy alto, significa realmente algo muy duro… tal vez más duro que ninguna otra experiencia en la lucha revolucionaria. ..Y creo que nunca más, ojalá que nunca más me vea en el amargo deber de dar una noticia como esa”. Nos habíamos equivocado. El esfuerzo monumental no había rendido los frutos previstos. El llamado era a convertir el revés en victoria.
A partir de este momento, de la mano de los países socialistas, especialmente de la Unión Soviética, comienza a desarrollarse un modelo de construcción estatal que lejos estaba de la dinámica vivaz y adhesiva de los primeros años. El costo de los errores, en mi apreciación, que se acompaña con muchos especialistas, fue el establecimiento de nexos excesivamente comprometidos con el modelo soviético de desarrollo socialista.
Se inicia un proceso de “institucionalización” que derivó hacia la aparición de una burocracia administrativa y política de dimensiones y poderío difícilmente imaginables. Como señala Martínez Heredia “la creatividad y la capacidad de iniciativa de los seres humanos, lo más preciado que tiene Cuba, se verán frenadas, cuando ellas favorecen que cada uno se sienta realizado dentro de la sociedad. Esta burocratización, y lo que ella supone como rotura y atomización del pensamiento social, impidió toda reflexión sobre nuestros problemas y también sobre nuestro proyecto… provocó que el entusiasmo decayera y que se sustituyera por fórmulas rituales. Que la lengua se vaciara de contenido”. (Fernando Martínez Heredia 2009)
La burocracia se erigió como “traductora” del pensamiento vivo de la revolución, extralimitó el ejercicio del verticalismo democrático, o centralismo mal interpretado. Vivimos la enorme dificultad de las traducciones, de los traductores dogmáticos, esquemáticos y superficiales. Fidel dijo en la clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura (30 de abril de 1971): “A veces se han impreso determinados libros. El número no importa. Por cuestión de principio, hay algunos libros de los cuales no se debe publicar ni un ejemplar, ni un capítulo, ni una página, ¡ni una letra!”, y ahí aparecieron los interpretes que “desaparecieron” el libro de Allport “La Personalidad” porque hablaba de campos de concentración en la Unión Soviética, las “Obras escogidas de Freud” – pensador burgués y perverso (ambos publicados por Ediciones Revolucionarias). Fidel dijo en la Escalinata un 13 de Marzo: “Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos; algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre… Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones. La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones”; y ahí aparecieron los perseguidores de los que hacían Rock, de los pelos largos masculinos, de los pantalones estrechos y sin bajos, de los homosexuales. La exclusión, la satanización, el combate contra los distintos.
Solo en el orden de las evidencias cito un texto de la Revista Mella, órgano oficial de la Juventud Comunista, que “mal traduce” las palabras de Fidel y asienta la política de la organización: “Los elvispreslianos, los aspirantes, los pitusas, los niños bitongos, los «liberados» son los portadores degenerados de la ideología pequeñoburguesa, putrefacta y hedionda… Portadores de las peores enfermedades burguesas: afeminamiento, existencialismo, haraganería aguda, cinismo… Comienzan recitando poemas en cualquier esquina y terminan en algunos cabaret, dando riendas a sus excrecencias y perturbaciones mentales […]. «Liberados», «inadaptados sociales», «rebeldes del sexo […].Las enfermedades están siendo extirpadas todas, y ésta no es una excepción” (Revista Mella. 1963).
Sobre todo en los setenta se extrapolaron aún más, a nivel “conceptual”, estas representaciones con otras venidas de la tradición soviética stalinista: el diversionismo ideológico y su precondición o estado embrionario de manifestación: la conflictividad. El ejercicio de la crítica se sataniza como “diversionismo”. El ejercicio del criterio diferente, como “conflictividad”. Que cosas tiene la vida. En esta sala, en esta colina en esta Sociedad de Psicología, estamos varios que fuimos cuestionados como “conflictivos”. Pero también faltan en esta sala, y en el país muchos de los que nos cuestionaron.
Las palabras de Fidel en el 61 parecían olvidarse. La burocracia las remodelaba en otra dimensión. Allí en la Biblioteca Nacional había dicho “La Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo; la Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. La Revolución tiene que comprender esa realidad y, por lo tanto, debe actuar de manera que todo ese sector de artistas y de intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentre dentro de la Revolución un campo donde trabajar y crear y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tenga oportunidad y libertad para expresarse, dentro de la Revolución”. (1961, p. 11). En los setenta “el pavonato en la educación” (al que aún tenemos que nombrar sin victimizar personas, porque son épocas) escogió en dónde darles la oportunidad: en el olvido, en el ostracismo, en la exclusión, en el silencio. También en la Universidad se implantan las “medidas pertinentes”: la depuración.
Confirmo lo de la traducción, sin dejar de reconocer que el ideario podía facilitar algún “exceso traductivo”. Un sistema de dirección centralizado, con una comunicación de retorno que daba sus primeros síntomas de tupición, probablemente no permitía entender en su real dimensión lo que sucedía en “la base”. Todo parecía claro en los discursos e intervenciones de la máxima dirección del país. Todo quedaba enrarecido en el modo de concreción. Como señala Castellanos “Ni en la conferencia que Raúl Castro dictara a dirigentes del gobierno y del Partido, y a jefes y oficiales del Ministerio del Interior el 6 de junio de 1972, pocos meses después del Congreso, titulada «El diversionismo ideológico, arma sutil que esgrimen los enemigos contra la Revolución», ni en las Tesis y Resoluciones del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, celebrado en La Habana entre el 17 y el 22 de diciembre de 1975, donde se le dedicó especial atención al tema del diversionismo ideológico, se mencionó una sola línea en contra del rock, la moda, o los homosexuales” (Castellanos Ernesto Juan 2008).
Para nosotros el postefecto del setenta se tradujo también en una “unilateralidad vincular” con el modelo de Psicología soviético. He hecho referencias a esto en varios escritos. He intentado encontrar un balance de las positividades y las negatividades de este “hermanamiento”. En todo caso, fue en los setenta que los protagonismos relativos de los textos de estudio, los contenidos de los programas, y en general las construcciones teóricas comenzaron a inclinarse a la Psicología soviética. La formación en marxismo leninismo nos vino acompañada de profesores jóvenes cuya lectura no era especialmente ortodoxa ni panfletaria. Pero no eran los signos de los tiempos en el país de los soviets donde dominaba en “manualismo”. De cualquier manera el problema no era el texto, sino su sacralización absoluta.
Vivimos la “rusificación”. Voluntaria, por cierto. Nos enredamos como nunca antes con las lecturas de Rubistein y Leontiev. Después con algunos otros. Los “Principios de Psicología General”, un fragmento traducido de “Problemas del desarrollo de la Psiquis”, “El hombre y la cultura”, “El pensamiento” y también “Pensamiento y lenguaje” de Vygotsky comenzaron a ocupar espacios protagónicos. Pero considero que fue este un asunto más de “la academia” en el decenio al que hago referencia. Los psicólogos en sus espacios profesionales de trabajo continuaron haciendo psicología con el “16 PF”, el “MMPI” y otros sucedáneos.
No puedo dejar de significar que probablemente nuestra situación hubiese sido otra si no hubiéramos “caído” dentro de la Facultad de Ciencias, exhibiéndonos así entre las ciencias duras, de escaso compromiso con un pensar más crítico socialmente.
No se adelanten los paranoicos a pensar que vivíamos en franco acoso. Para nada. Discusiones, reuniones, conversaciones, decisiones arbitrarias de vez en cuando, eso sí. Pero no era para nada, como dicen algunos excedidos. El asunto, en mi visión, era insisto sobre todo conceptual. Se había producido una sustitución de la lucha de ideas, de la complementación, de la búsqueda de unidades en la diferencia, por una suerte de búsqueda de un “pensamiento único” (no en el sentido en que luego lo sentenció Ramonet). Quien sabe si la urgencia por la construcción definitiva de una nueva sociedad promovió el coger por atajos que se pensaban más cortos. No dudo que las exigencias de defensa ante las múltiples agresiones fueron favoreciendo la construcción de un “escudo monolítico”.
¿Era un inevitable de época? No es una discusión ni retórica ni que puede ser descontextualizada. Lo hecho fue hecho. Y lo cierto es que se construía, se ha construido indiscutiblemente, una sociedad “con menos desigualdades, menos ciudadanos sin amparo alguno, menos niños sin escuelas, menos enfermos sin hospitales, más maestros y más médicos por habitantes que cualquier otro país del mundo… un pueblo instruido al que usted puede hablarle con toda la libertad que desee hacerlo, y con la seguridad de que posee talento, elevada cultura política, convicciones profundas, absoluta confianza en sus ideas y toda la conciencia y el respeto del mundo” (1998)
El 24 de Febrero de 1976 es promulgada una nueva constitución, aprobada por el 97,7 de los electores. Las aspiraciones de los cubanos están allí contenidas. Pero hay una distancia crítica entre la teoría y la práctica. No es privativo ni de Cuba, ni de la época. Los hombres y mujeres reales y concretos, en espacios reales y concretos, son los que hacen real una misión. Nada es perfecto. Todo es perfectible. Solo el reconocimiento de la perfectibilidad es poco. Es necesario reconocer que el verdadero poder humano es el que nace del intercambio, del diálogo, de la participación. Nadie, absolutamente nadie, tiene el derecho de instituirse como poder supremo. Poder de ideas. Poder de formas. Poder de decisiones. Y afirmo que en los setenta no fueron pocos los que se creyeron decidores de poder supremo.
Fueron años difíciles que vivimos sin dificultad, porque victimas, victimarios y hasta algunos pocos de los “administradores de la tergiversada política” lo éramos desde el compromiso. Hacíamos lo que creíamos que era necesario, correcto, adecuado hacer. Pero no hay como no reconocer que tanto el compromiso, como la paranoica persecutoria de “la diferencia” nos hicieron “hipocríticos”. Esta es a mi juicio una verdad reivindicatoria. Nos hicieron hipocríticos ante la avalancha invasiva de modelos conceptuales que negaban nuestras bases (buenas o malas, pero nuestras bases), hipocríticos ante la construcción de una ciencia social que debe no solo cuestionarse sus sustentos epistémicos y modelos paradigmáticos (cosa que hicimos sobre todo con todo lo que viniera del norte o de la Europa no socialista), sino que y sobre todo tiene que cuestionarse las perdidas de ruta y las distancias entre el proyecto de sociedad y la sociedad, entre las intensiones y las realizaciones, entre “el guión y la puesta en escena” (como comenzamos a decir en los ochenta), reconocer los impactos del ejercicio indiscriminado de la verticalidad en la búsqueda unidimensional de una “subjetividad nueva”. Nos hicimos cargo de un “reflejo” que construía a lo reflejado desde definiciones preconcebidas y no derivadas de la realidad en toda su complejidad. Coqueteamos con una Psicología al servicio, no de servicio. Una psicología casi “santo tomasina”. Es mi opinión personal lo asumo. Pero fuimos comprometidamente “hipocríticos”. Nunca, nunca, “hipócritas”.
Nada cambia mi condición de profesional comprometido con la felicidad y el bienestar de los cubanos. Mis principios, los que me hacen ser cubano por decisión y no por casualidad ni obligación, los que me hacen participar en esta lucha titánica por la independencia, los que me integran al grupo de los militantes, son indiscutibles. Con Martí digo “Yo no mudo el alma, sino que la voy enriqueciendo con cuanto veo de grande y hermoso, y cuanto obliga a mi gratitud”.
III. Exaltaccione laudatoria:
No creo ser “excesivamente habano‐centrista” si digo que el “centro de gravedad” de la Psicología en Cuba se movía en la Universidad habanera. En el cierre de los sesenta y primer año de los setenta la Universidad era hiperquinética. La Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) se separaba de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) para enarbolar perfiles propios y mancomunados. Fueron años de reedificar el sentido protagónico del estudiantado alrededor de su federación propia. La escuela de Psicología era un hervidero de ideas y proyectos de hacer lo propio, de abrazar conscientemente el pensamiento marxista, para la construcción de una Psicología despegada de los moldes “norteamericanicistas”. Desde la militancia política y fuera de ella también, se enarbolaba el rendimiento docente, la participación en las acciones estudiantiles y ciudadanas, el crecimiento de la cultura artística y la práctica del deporte como el perfil integral del “estudiante universitario” indiscutiblemente y únicamente revolucionario. Fueron años con muchos aciertos, pero no sin desaciertos.
El ambiente universitario, vivido con especial intensidad en la entonces Escuela de Psicología de la Facultad de Ciencias, era tan placentero y retador, que no te dejaba cometer el pecado de renunciar a su disfrute. Un pujante movimiento cultural y deportivo movilizaba a ocupar las noches y las madrugadas. Descubríamos el desarrollo científico de la Unión Soviética sin saber ruso. He llegado a creer, al recapitular, que la semana tenía más de siete días y los días, más de 24 horas. No estábamos libres de conflictos y contradicciones. Quizás hoy resulte increíble para muchos que el grupo Moncada estuvo a punto de desaparecer porque algunos dirigentes de la FEU y la UJC consideraban que era un proyecto “elitista” y de “dudosa fortaleza política”; gracias que tuvimos buenos defensores y una certeza total en el valor de nuestro empeño.
En los inicios de la década, en la figura de “Chomy” y su salida del rectorado, la Universidad comenzaba a perder la “autonomía” luchada y defendida por generaciones de lo mejor del estudiantado y el profesorado de la colina. Se instauraba un modelo de integración más afirmativo que crítico, más respondiente que cuestionante, más presencial que participativo. En julio del 74, hice mi último examen de la carrera. Días después, en septiembre, era profesor responsable de una asignatura y, sustituyendo a Reinerio, jefe del departamento de inserción (este título me encantaba). Vinieron los duros años del predominio de un burocratismo metodológico en el que no era inusual que se confundiera programa con clase, retroproyector con comunicación, estructura con contenido, metodología con ciencia.
La Universidad perdió algo de su esplendor como centro de vanguardia en la promoción y desarrollo de la cultura. En ocasiones, parecía un centro de adiestramiento y enseñanza y nada más. El epicentro de ideas que desde su origen fue la bicentenaria casa de estudios fue cediendo terreno a las nuevas instituciones emergentes. No hay queja alguna. La Psicología creció. El resultado fue, a la postre, contundente.
Los de los setenta, fundidos con los que habían construido como actores la “sesentidad” (que no la santidad), quienes emergimos con fuerza arrolladora en el despegue científico de la Psicología en Cuba. Como escribí hace poco, en la Revista que cumple 25 años de existencia, “Hicimos psicología clínica y de la salud con acceso total a todos los ciudadanos del país, sin consultorios privados, superando el solo enfoque asistencialista en el paso a la construcción de un enfoque preventivo y promocional. Hicimos psicología dentro de los procesos educativos nacionales, dentro de sus diversas instituciones y en el peregrinaje de un sistema privado a uno socializado y de acceso gratuito total, de una escuela autocrática a una participativa, de una instrucción ortodoxa a una educación para la vida. Hicimos psicología en fábricas, empresas, ministerios, comunidades, en todo lugar donde la construcción de una nueva subjetividad necesitaba apoyo, orientación, levantamiento de resistencias, ejercicio del pensamiento. Dónde quiera que la búsqueda supusiera tropiezos. Hicimos psicología dónde la autoestima nacional se robustecía por los éxitos internacionales en la arena deportiva, donde el acceso amplificado a la cultura facilitaba el encuentro de poblaciones antes excluidas con la televisión, el cine, el teatro. Hicimos psicología en los espacios de solidaridad dentro y fuera del país. Fuimos beneficiadores beneficiados” (Calviño M. 2008.p.10)
En todo el desarrollo de Cuba estuvimos presente. Pero esto no agota, ni puede agotar el sentido de la Psicología. Estar presente no es suficiente. Construir las afirmaciones que sustentan la legitimidad de un proyecto de crecimiento social y humano no es suficiente. Ya tenemos una presencia social importante. Ahora necesitamos expandirla, multiplicarla, y no solo sobre la base de las demandas: lo que la sociedad pide a la Psicología. Sino sobre la base de las potencialidades: lo que la Psicología puede dar a la sociedad y aún no es una demanda.
No se podrá hablar del desarrollo de la Psicología cubana, de una producción autóctona de alto nivel en diferentes temáticas, sin hacer referencia a “los de los setenta”. Por solo recordar algunos, seguro que no todos: Jorge Grau Ávalos, Jorge Román, Fernando González, Francisco García Ucha, Ovidio D’Angelo, Miguel Ángel Álvarez, Pedro Almirall, Maritza Eligio de la Puente, María Elena Segura, Julio Cesar Casales, Rafael Alhama, Israel Núñez, (Manuel Calviño – pero no lo diré por falsa modestia).
Todos, en diferentes roles, hemos sido activos constructores de una Psicología sincrética, de perfil heterodoxo, productivamente ecléctica. Una Psicología que es unidad en la diferencia. Que vive su época por decisión y no solo por influencia, que no solo se parece a su proyecto de profesión construido, sino también a sus escenarios reales de existencia. Una Psicología dialécticamente contradictoria, en la que lo absurdo convive con lo genuino, el libre albedrío, con la obligación normativa.
Una Psicología con circulación de ideas, con afirmación y contradicción. Fuimos, hemos sido, capaces de ser más allá de lo que hicieron de nosotros. Trascender las determinaciones para la construcción de una autonomía interdependiente.
Por eso va esta Oda a mi generación, porque me hizo y la hice. A la que me antecedió, porque me dio el sustento espiritual y una alternativa para comenzar. A la que me sigue, porque me exige mirar al futuro. Y a la que vendrá después, porque arde en mí la necesidad, no como individuo, sino como época, de un epitafio razonablemente fecundo: «Valió la pena».
Documentos referidos en el texto:1. Fidel Castro Ruz. “Discurso pronunciado en el acto de recibimiento a los once pescadores secuestrados, efectuado frente al edificio de la exembajada de los estados unidos de Norteamérica en Cuba” 19 de mayo de 1970.
2. Fidel Castro Ruz. “Discurso pronunciado en la clausura del primer congreso nacional de educación y cultura, efectuado en el teatro de la CTC”. 30 de abril de 1971.
3. Fidel Castro Ruz. “Discurso pronunciado en la clausura del acto para conmemorar el vi aniversario del asalto al palacio presidencial, celebrado en la escalinata de la Universidad de La Habana” 13 de marzo de 1963.
4. Fidel Castro Ruz. “Palabras a los intelectuales” Ediciones del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1961.
5. Fidel Castro Ruz. Discurso pronunciado en la ceremonia de bienvenida a su Santidad Juan Pablo II, efectuada en el aeropuerto internacional "José Martí". Ciudad de la Habana. 1 enero de 1998.
6. Ernesto Juan Castellanos. “El diversionismo ideológico del rock, la moda y los enfermitos”. Centro Teórico cultural Criterios. Octubre 2008.
7. Fernando Martínez Heredia. Entrevista “Cuba, cincuenta años de revolución” en L’Humanité. Jeudi 26 février 2009, par Vivian Olivera)
8. Revista Mella, nº 219, 11 de mayo de 1963.
9. Manuel Calviño “Breve ensayo sobre la Psicología en Cuba”. Revista Cubana de Psicología. Número especial conmemorativo. 2008.
II. Peccata minuta.
III. Exaltaccione laudatoria
I. Allegro recordatorio emotivo:Se supone que haga yo una suerte de panegírico de tres generaciones de psicólogos. Se ha pensado que estoy apto para hacerlo. Yo mismo, hasta que en la tarde de ayer me detuve a pensar en el asunto, creí que sería fácil. Pensé que no me sería complicado recordar las peripecias de Diego González Martín olvidando su “cacharro” en cualquier punto de la geografía ubicado entre San Miguel, Infanta, Valle y la Colina universitaria. Creí que, aunque no fuera de muy buen gusto, me perdonarían el recordar aquel coro de precarias voces, pero excelentes piernas (tan excelentes que estando entre ellas sus voces eran celestiales). Supuse que sería sencillo toda vez que está superada la época en que Rafael Alvisa fue casi estigmatizado como “disidente” no político, sino institucional, a pesar de haber sido, haciendo crecer la “Psicología General” de Miller, un contribuyente de primera línea a la propulsión motivacional de muchos, la mayoría me atrevo a decir, de quienes lo tuvimos como profesor. Como no encontrar hasta placentera la posibilidad de agradecer a profesores y trabajadores de la talla de Aníbal Rodríguez, de Ernesto González Puig, la Dra. María Teresa Sansón. Como no agradecer la oportunidad de hacer que Álvaro volviera a cantar sus tangos, reinstituir la imagen histriónica de Panchita, el trabajo de los dos últimos bibliotecarios “modelo Alejandría”: Martínez y Bertha. Andar de nuevo por los pasillos y encontrarme con Dominga y su dinastía. Volver a sentir el “aire acondicionado” en los Salones y aulas de la Escuela. A Ana Luisa aún la tengo cerca para no dejarme decir Juan Piaget. Hay tantos recuerdos. Hay tanto agradecimiento. Me desbordan emocionalmente. No podría ser difícil referenciar una época en la que como nunca antes ni después la enseñanza universitaria fue un “construcción colectiva de conocimiento”. ¿Cuántos “profesores emergidos” tuvimos? ¿Cuántos fuimos profesores “emergenciados”? Pensé que sería esta una buena oportunidad para darle mi‐nuestro agradecimiento a muchos de los compañeros de trabajo de hoy que asumieron roles esenciales para que pudiéramos graduarnos. Solo algunas: Mayra, Mara, María, Martha”s”, María Elena, Gloria, Irene, y para que no me acusen de sexista entonces Miguel, Armando, Dieguito.
Hasta la mañana de ayer domingo me creí en condiciones de hablar de los que llegamos sin saber muy bien por qué. De los que habíamos vivido la mayor parte los sesenta fuera de la institución universitaria. Podría hablar de Bertha, la gallega, sin tener que hablar de “Elpidio Valdés”. Podría recordar con aliento y sonrisa a Verónica Canfux, que se nos fue antes de tiempo. A Juan Báez que también lo hizo, pero por decisión propia, creo que im‐propia. Al dúo “sapientis” – Román, Mayor. Al irreverentemente eclesiástico Reinerio. Pasan por delante de mi Raulito, Nino. Enfrascados en luchas titánicas para descifrar los folletos manchados en “esténcil”, permutándose un libro para varios. Pero se me olvidan los nombres, o sencillamente se me co‐funden en los años posteriores en los que ya no éramos de uno u otro año. Éramos los psicólogos.
Todavía más cerca me quedarían los que llegaron después, que ya eran más numerosos. Los “adelantados” –Ovidio, Hirám (otro ausente prematuro), Luisa Vidaurreta, Luisito. Los que asumían protagonismos de auténticos líderes políticos y estudiantiles –Fernando. Los del pelo largo– Cento. Maritza que Eligió el puente que enlaza territorios. Aquella “boliviana espectacular” perseguida con los ojos de los que supimos aprovechar el “make love not war” para avanzar en el logro de una mayor libertad sexual, y luego la convertimos en motivo de combate profesional. Alicita lo sigue haciendo hasta hoy y se lo agradecemos todos. Sería fácil acordarme del negro Pozo, de Germán González Chirino, que ingresó antes que yo y, no se cómo, pero un buen día resulte ser su profesor. Almiral, y a su lado Pilar, Miguel Ángel y otros no teniendo el inhumano don de la ubicuidad, pero gozando de las prerrogativas de la época (que como muchas cosas luego de ser sentenciadas a muerte renacen por fuerza propia), empezaron con unos y terminaron con otros.
De los que en desorbitante matricula de ciento ochenta entramos en el setenta pensé que me sería muy sencillo hablar. El trío “los cuestionados”: Beatriz, Pepe, Cepero. Las compañeras y compañeros de la línea fuerte – Patricia, Norma. Las búlgaras que por poco tiempo inundaron con olor “distinto” las últimas filas del aula uno. La “dorogaia” Irina. Pensé que podría hablar del “soldadito verde”, Julio Cesar, que en su siempre impecable uniforme verde olivo las mata(ba) callando. El dúo “los pioneros” – Omar y Yo, llamados así por una cierta predilección por las psicólogas de años superiores o recién graduadas (luego resultó exactamente al revés…. Bueno primero se gana experiencia y luego se revierte en los “nuevos horizontes”). El “yugo Alhama” irrumpe desde ayer, pero hoy con un halo bien ganado de sabio. “El decano”, le dicen muchos. Méndez Acosta que con Jacinto se fue a la “Pesca” y allí sigue creativo y comprometido. Leonelo, a quien el amor llevaba hasta Jaruco. No era tan difícil en la época. Eumelio escandalizó con sus pinturas “eróticas” a más de uno en 12 y malecón. María Elena sigue Leal. Desde Oriente llegó Miriam Musle que con el acento cantado de su tierra natal en una memorable clase de la duda cartesiana le pidió al profesor Agustín: “explíqueme otra vez como es eso del co(g)ito”. “Cogito,querida, cogito ergo sum” le riposto el invidente quien sabe imaginando que cosa.
La Escuela era la casa. El patio, los pasillos, nuestro territorio natural. Circulaban buenos sentimientos. No había indiferencia. Todo era “al rojo vivo”. Y mientras, en la radio de al lado se escuchaba a Nino Bravo cantar “porque te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, y hasta el fin te querré”. Luego en el Habana Libre por poco más de dos pesos nos servían algo de comer y beber. Pello el Afrokan se desvanecía con sus despampanantes tambores y bailarinas. Pero el Festival de Varadero se constituía como “reivindicación de los gustos juveniles”. Ya Silvio se lanzaba contra “los perseguidores de cualquier nacimiento”. Consumíamos el cine cubano de marcado compromiso político, pero nadie se perdía “La Tulipe noire”, “El hombre de Rio” y también “Vivir por vivir” o los “Besos robados” de Truffaut (que nos llegaron todas con unos años de atraso).
Si incluyo a la “diáspora” entonces más allá de reactivar conceptos que prefiero queden en el olvido emotivo, la tarea se me hace más difícil. En todo caso Armengol es hoy columnista del Nuevo Herald. Alberto, que seguramente interpretará a su manera el “acoso” de la época, volvió y vuelve a hacer teatro en este país en el que “no se puede hacer nada”, según me dijo un día. A Prida me lo tropecé en Internet hablando una cantidad de sandeces que me dio vergüenza ajena.
No se puede odiar a quien tiene un espacio en la memoria emocional. Aún cuando se valoren sus decisiones en el discutible espacio de lo errático, aún cuando no se compartan las mismas tesituras ideocosmovisivas, sociopolíticas, aún cuando en momentos de exaltación las desmedidas superen a las racionalidades, no hay razón para el odio, la enemistad. No toda diferencia es un conflicto. No todo conflicto es una contradicción. No toda contradicción es un antagonismo. Escudriñador como era del alma humana, Martí reconoció: “los pueblos se encarnizan en amar, como en odiar; y suelen amar con tanta injusticia como a veces odian”. El amor es un sentimiento intrínseco a la Psicología: Psiqué fue el gran amor de Cupido y desde entonces sin amor es imposible hacer Psicología.
Todo parecía sencillo hasta ayer en la mañana. Luego en la tarde cuando me dispuse a cumplir con el ineluctable procedimiento de “prepararme”, todo comenzó a complicarse.
II. Peccata minuta:Cuando cumplí los cincuenta años hice una opción cercana al estructuralismo lacaniano y la irreverencia ortográfica. Nada personal. Todo conceptual. Decidí escribir cincuenta con “s” (sin‐cuenta), y comencé a vivir la tercera y última parte de mi vida con una afiliación menos de pasado y más de futuro (al fin y al cabo mi futuro es bien menor que mi pasado). De modo que no me gusta mucho este ejercicio de mirar atrás (rectifico, mirar atrás siempre ha estado entre mis favoritos), este ejercicio de mirar al pasado. Se me hace complicado. Usualmente dejo la tarea para los historiados. Me mantengo en el equipo de “los cuenteros”. Tengo más vocación de Onelio Jorge Cardoso que de Benjamín Wolman o de Yarochevsky.
No menos complicado se torna el asunto cuando se trata de lograr que un perfil oratorio de corta duración encuentre el beneplácito de la memoria de cerca de trescientas personas que ingresaron en la Escuela de Psicología entre los años 1968 y 1970, una buena parte de las cuales se graduó en los años 1972, 1973 y 1974. Pero de alguna manera esa es la encomienda que la Junta Directiva de la Sociedad Cubana de Psicología ha puesto en mí y aunque tome un rumbo personal tengo que hacer las veces de representante.
La Presidenta, Patricia, me dijo: “Serán homenajeadas tres generaciones de psicólogos y psicólogas”. Y la noción de generación se me antojó instituyente. Es como un “ejercicio de pie forzado” (y esto no es ni atípico, ni inusual, ni extraño para las personas a quien debo referirme en este texto). Pero ¿qué define a una generación? “Generación: Conjunto de todos los vivientes coetáneos. Conjunto de personas que por haber nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, se comportan de manera afín o comparable en algunos sentidos”. Somos, y esto quizás sea solo un artilugio para la construcción de hipótesis, la generación de “los setenta”.
Somos la generación que nació entre el 47 y el 51 del siglo pasado. Vivimos en el capitalismo y en el Socialismo (en la destrucción del primero y la construcción del segundo, aunque por momentos se interpolaron los procesos). Éramos demasiado niños para entender los desmadres y atrocidades de la dictadura batistiana, demasiado pequeños para alzarnos con los barbudos. Algunos comenzamos nuestra macrosocialización con las Brigadas de Alfabetización (“Cuba: estudio, trabajo, fusil, lápiz, cartilla, manual, alfabetizar. Venceremos!”), otros con las Brigadas Juveniles (“uno, dos, tres, cuatro, comiendo mierda y rompiendo zapatos”). Otros llegamos a ser “pioneros” (“no había más que un coco, y era el Tío Sam. Fidel lo echó de Cuba, y nunca volverá”). Fuimos los niños y los adolescentes del tránsito. Conocimos todo el ingenio de la inventiva de planes: de educación, de reeducación, de formación, vacacionales, vocacionales; y por supuesto los económicos: la pangola, el cordón de la Habana, la agricultura extensiva de Voissan, Niña Bonita, la libreta, los grupos y casillas de la libreta industrial, los juguetes clasificados. Muchos de ellos son apenas espectros etéreos del recuerdo, otros a punto de obtener su “Guiner”. Pero para no extenderme me concentraré en los años de ingreso a la Universidad.
Nuestra formación profesional nació, se extendió, en la primera mitad de los años setenta. Comenzó a realizarse en esta década. Los que nos antecedieron vivieron la efervescencia de “los diez millones van”. Nosotros la del nacimiento de “Los Van Van”, porque los millones no fueron. La Revolución victoriosa sufría una derrota, “una derrota moral incuestionable”, como la calificara su máximo líder. Yo estaba allí, el 19 de Mayo, en el pequeño parque con una fuente cuadricular que ocupaba el espacio en el que hoy se extiende “La tribuna”, cuando Fidel dijo: “Pero si ustedes quieren que les diga con toda claridad la situación, es sencillamente que no haremos los 10 millones… No voy a andar con rodeos para decirlo. Creo que para mí, igual que para cualquier otro cubano en un grado muy alto, significa realmente algo muy duro… tal vez más duro que ninguna otra experiencia en la lucha revolucionaria. ..Y creo que nunca más, ojalá que nunca más me vea en el amargo deber de dar una noticia como esa”. Nos habíamos equivocado. El esfuerzo monumental no había rendido los frutos previstos. El llamado era a convertir el revés en victoria.
A partir de este momento, de la mano de los países socialistas, especialmente de la Unión Soviética, comienza a desarrollarse un modelo de construcción estatal que lejos estaba de la dinámica vivaz y adhesiva de los primeros años. El costo de los errores, en mi apreciación, que se acompaña con muchos especialistas, fue el establecimiento de nexos excesivamente comprometidos con el modelo soviético de desarrollo socialista.
Se inicia un proceso de “institucionalización” que derivó hacia la aparición de una burocracia administrativa y política de dimensiones y poderío difícilmente imaginables. Como señala Martínez Heredia “la creatividad y la capacidad de iniciativa de los seres humanos, lo más preciado que tiene Cuba, se verán frenadas, cuando ellas favorecen que cada uno se sienta realizado dentro de la sociedad. Esta burocratización, y lo que ella supone como rotura y atomización del pensamiento social, impidió toda reflexión sobre nuestros problemas y también sobre nuestro proyecto… provocó que el entusiasmo decayera y que se sustituyera por fórmulas rituales. Que la lengua se vaciara de contenido”. (Fernando Martínez Heredia 2009)
La burocracia se erigió como “traductora” del pensamiento vivo de la revolución, extralimitó el ejercicio del verticalismo democrático, o centralismo mal interpretado. Vivimos la enorme dificultad de las traducciones, de los traductores dogmáticos, esquemáticos y superficiales. Fidel dijo en la clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura (30 de abril de 1971): “A veces se han impreso determinados libros. El número no importa. Por cuestión de principio, hay algunos libros de los cuales no se debe publicar ni un ejemplar, ni un capítulo, ni una página, ¡ni una letra!”, y ahí aparecieron los interpretes que “desaparecieron” el libro de Allport “La Personalidad” porque hablaba de campos de concentración en la Unión Soviética, las “Obras escogidas de Freud” – pensador burgués y perverso (ambos publicados por Ediciones Revolucionarias). Fidel dijo en la Escalinata un 13 de Marzo: “Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos; algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre… Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones. La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones”; y ahí aparecieron los perseguidores de los que hacían Rock, de los pelos largos masculinos, de los pantalones estrechos y sin bajos, de los homosexuales. La exclusión, la satanización, el combate contra los distintos.
Solo en el orden de las evidencias cito un texto de la Revista Mella, órgano oficial de la Juventud Comunista, que “mal traduce” las palabras de Fidel y asienta la política de la organización: “Los elvispreslianos, los aspirantes, los pitusas, los niños bitongos, los «liberados» son los portadores degenerados de la ideología pequeñoburguesa, putrefacta y hedionda… Portadores de las peores enfermedades burguesas: afeminamiento, existencialismo, haraganería aguda, cinismo… Comienzan recitando poemas en cualquier esquina y terminan en algunos cabaret, dando riendas a sus excrecencias y perturbaciones mentales […]. «Liberados», «inadaptados sociales», «rebeldes del sexo […].Las enfermedades están siendo extirpadas todas, y ésta no es una excepción” (Revista Mella. 1963).
Sobre todo en los setenta se extrapolaron aún más, a nivel “conceptual”, estas representaciones con otras venidas de la tradición soviética stalinista: el diversionismo ideológico y su precondición o estado embrionario de manifestación: la conflictividad. El ejercicio de la crítica se sataniza como “diversionismo”. El ejercicio del criterio diferente, como “conflictividad”. Que cosas tiene la vida. En esta sala, en esta colina en esta Sociedad de Psicología, estamos varios que fuimos cuestionados como “conflictivos”. Pero también faltan en esta sala, y en el país muchos de los que nos cuestionaron.
Las palabras de Fidel en el 61 parecían olvidarse. La burocracia las remodelaba en otra dimensión. Allí en la Biblioteca Nacional había dicho “La Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo; la Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. La Revolución tiene que comprender esa realidad y, por lo tanto, debe actuar de manera que todo ese sector de artistas y de intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentre dentro de la Revolución un campo donde trabajar y crear y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tenga oportunidad y libertad para expresarse, dentro de la Revolución”. (1961, p. 11). En los setenta “el pavonato en la educación” (al que aún tenemos que nombrar sin victimizar personas, porque son épocas) escogió en dónde darles la oportunidad: en el olvido, en el ostracismo, en la exclusión, en el silencio. También en la Universidad se implantan las “medidas pertinentes”: la depuración.
Confirmo lo de la traducción, sin dejar de reconocer que el ideario podía facilitar algún “exceso traductivo”. Un sistema de dirección centralizado, con una comunicación de retorno que daba sus primeros síntomas de tupición, probablemente no permitía entender en su real dimensión lo que sucedía en “la base”. Todo parecía claro en los discursos e intervenciones de la máxima dirección del país. Todo quedaba enrarecido en el modo de concreción. Como señala Castellanos “Ni en la conferencia que Raúl Castro dictara a dirigentes del gobierno y del Partido, y a jefes y oficiales del Ministerio del Interior el 6 de junio de 1972, pocos meses después del Congreso, titulada «El diversionismo ideológico, arma sutil que esgrimen los enemigos contra la Revolución», ni en las Tesis y Resoluciones del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, celebrado en La Habana entre el 17 y el 22 de diciembre de 1975, donde se le dedicó especial atención al tema del diversionismo ideológico, se mencionó una sola línea en contra del rock, la moda, o los homosexuales” (Castellanos Ernesto Juan 2008).
Para nosotros el postefecto del setenta se tradujo también en una “unilateralidad vincular” con el modelo de Psicología soviético. He hecho referencias a esto en varios escritos. He intentado encontrar un balance de las positividades y las negatividades de este “hermanamiento”. En todo caso, fue en los setenta que los protagonismos relativos de los textos de estudio, los contenidos de los programas, y en general las construcciones teóricas comenzaron a inclinarse a la Psicología soviética. La formación en marxismo leninismo nos vino acompañada de profesores jóvenes cuya lectura no era especialmente ortodoxa ni panfletaria. Pero no eran los signos de los tiempos en el país de los soviets donde dominaba en “manualismo”. De cualquier manera el problema no era el texto, sino su sacralización absoluta.
Vivimos la “rusificación”. Voluntaria, por cierto. Nos enredamos como nunca antes con las lecturas de Rubistein y Leontiev. Después con algunos otros. Los “Principios de Psicología General”, un fragmento traducido de “Problemas del desarrollo de la Psiquis”, “El hombre y la cultura”, “El pensamiento” y también “Pensamiento y lenguaje” de Vygotsky comenzaron a ocupar espacios protagónicos. Pero considero que fue este un asunto más de “la academia” en el decenio al que hago referencia. Los psicólogos en sus espacios profesionales de trabajo continuaron haciendo psicología con el “16 PF”, el “MMPI” y otros sucedáneos.
No puedo dejar de significar que probablemente nuestra situación hubiese sido otra si no hubiéramos “caído” dentro de la Facultad de Ciencias, exhibiéndonos así entre las ciencias duras, de escaso compromiso con un pensar más crítico socialmente.
No se adelanten los paranoicos a pensar que vivíamos en franco acoso. Para nada. Discusiones, reuniones, conversaciones, decisiones arbitrarias de vez en cuando, eso sí. Pero no era para nada, como dicen algunos excedidos. El asunto, en mi visión, era insisto sobre todo conceptual. Se había producido una sustitución de la lucha de ideas, de la complementación, de la búsqueda de unidades en la diferencia, por una suerte de búsqueda de un “pensamiento único” (no en el sentido en que luego lo sentenció Ramonet). Quien sabe si la urgencia por la construcción definitiva de una nueva sociedad promovió el coger por atajos que se pensaban más cortos. No dudo que las exigencias de defensa ante las múltiples agresiones fueron favoreciendo la construcción de un “escudo monolítico”.
¿Era un inevitable de época? No es una discusión ni retórica ni que puede ser descontextualizada. Lo hecho fue hecho. Y lo cierto es que se construía, se ha construido indiscutiblemente, una sociedad “con menos desigualdades, menos ciudadanos sin amparo alguno, menos niños sin escuelas, menos enfermos sin hospitales, más maestros y más médicos por habitantes que cualquier otro país del mundo… un pueblo instruido al que usted puede hablarle con toda la libertad que desee hacerlo, y con la seguridad de que posee talento, elevada cultura política, convicciones profundas, absoluta confianza en sus ideas y toda la conciencia y el respeto del mundo” (1998)
El 24 de Febrero de 1976 es promulgada una nueva constitución, aprobada por el 97,7 de los electores. Las aspiraciones de los cubanos están allí contenidas. Pero hay una distancia crítica entre la teoría y la práctica. No es privativo ni de Cuba, ni de la época. Los hombres y mujeres reales y concretos, en espacios reales y concretos, son los que hacen real una misión. Nada es perfecto. Todo es perfectible. Solo el reconocimiento de la perfectibilidad es poco. Es necesario reconocer que el verdadero poder humano es el que nace del intercambio, del diálogo, de la participación. Nadie, absolutamente nadie, tiene el derecho de instituirse como poder supremo. Poder de ideas. Poder de formas. Poder de decisiones. Y afirmo que en los setenta no fueron pocos los que se creyeron decidores de poder supremo.
Fueron años difíciles que vivimos sin dificultad, porque victimas, victimarios y hasta algunos pocos de los “administradores de la tergiversada política” lo éramos desde el compromiso. Hacíamos lo que creíamos que era necesario, correcto, adecuado hacer. Pero no hay como no reconocer que tanto el compromiso, como la paranoica persecutoria de “la diferencia” nos hicieron “hipocríticos”. Esta es a mi juicio una verdad reivindicatoria. Nos hicieron hipocríticos ante la avalancha invasiva de modelos conceptuales que negaban nuestras bases (buenas o malas, pero nuestras bases), hipocríticos ante la construcción de una ciencia social que debe no solo cuestionarse sus sustentos epistémicos y modelos paradigmáticos (cosa que hicimos sobre todo con todo lo que viniera del norte o de la Europa no socialista), sino que y sobre todo tiene que cuestionarse las perdidas de ruta y las distancias entre el proyecto de sociedad y la sociedad, entre las intensiones y las realizaciones, entre “el guión y la puesta en escena” (como comenzamos a decir en los ochenta), reconocer los impactos del ejercicio indiscriminado de la verticalidad en la búsqueda unidimensional de una “subjetividad nueva”. Nos hicimos cargo de un “reflejo” que construía a lo reflejado desde definiciones preconcebidas y no derivadas de la realidad en toda su complejidad. Coqueteamos con una Psicología al servicio, no de servicio. Una psicología casi “santo tomasina”. Es mi opinión personal lo asumo. Pero fuimos comprometidamente “hipocríticos”. Nunca, nunca, “hipócritas”.
Nada cambia mi condición de profesional comprometido con la felicidad y el bienestar de los cubanos. Mis principios, los que me hacen ser cubano por decisión y no por casualidad ni obligación, los que me hacen participar en esta lucha titánica por la independencia, los que me integran al grupo de los militantes, son indiscutibles. Con Martí digo “Yo no mudo el alma, sino que la voy enriqueciendo con cuanto veo de grande y hermoso, y cuanto obliga a mi gratitud”.
III. Exaltaccione laudatoria:
No creo ser “excesivamente habano‐centrista” si digo que el “centro de gravedad” de la Psicología en Cuba se movía en la Universidad habanera. En el cierre de los sesenta y primer año de los setenta la Universidad era hiperquinética. La Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) se separaba de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) para enarbolar perfiles propios y mancomunados. Fueron años de reedificar el sentido protagónico del estudiantado alrededor de su federación propia. La escuela de Psicología era un hervidero de ideas y proyectos de hacer lo propio, de abrazar conscientemente el pensamiento marxista, para la construcción de una Psicología despegada de los moldes “norteamericanicistas”. Desde la militancia política y fuera de ella también, se enarbolaba el rendimiento docente, la participación en las acciones estudiantiles y ciudadanas, el crecimiento de la cultura artística y la práctica del deporte como el perfil integral del “estudiante universitario” indiscutiblemente y únicamente revolucionario. Fueron años con muchos aciertos, pero no sin desaciertos.
El ambiente universitario, vivido con especial intensidad en la entonces Escuela de Psicología de la Facultad de Ciencias, era tan placentero y retador, que no te dejaba cometer el pecado de renunciar a su disfrute. Un pujante movimiento cultural y deportivo movilizaba a ocupar las noches y las madrugadas. Descubríamos el desarrollo científico de la Unión Soviética sin saber ruso. He llegado a creer, al recapitular, que la semana tenía más de siete días y los días, más de 24 horas. No estábamos libres de conflictos y contradicciones. Quizás hoy resulte increíble para muchos que el grupo Moncada estuvo a punto de desaparecer porque algunos dirigentes de la FEU y la UJC consideraban que era un proyecto “elitista” y de “dudosa fortaleza política”; gracias que tuvimos buenos defensores y una certeza total en el valor de nuestro empeño.
En los inicios de la década, en la figura de “Chomy” y su salida del rectorado, la Universidad comenzaba a perder la “autonomía” luchada y defendida por generaciones de lo mejor del estudiantado y el profesorado de la colina. Se instauraba un modelo de integración más afirmativo que crítico, más respondiente que cuestionante, más presencial que participativo. En julio del 74, hice mi último examen de la carrera. Días después, en septiembre, era profesor responsable de una asignatura y, sustituyendo a Reinerio, jefe del departamento de inserción (este título me encantaba). Vinieron los duros años del predominio de un burocratismo metodológico en el que no era inusual que se confundiera programa con clase, retroproyector con comunicación, estructura con contenido, metodología con ciencia.
La Universidad perdió algo de su esplendor como centro de vanguardia en la promoción y desarrollo de la cultura. En ocasiones, parecía un centro de adiestramiento y enseñanza y nada más. El epicentro de ideas que desde su origen fue la bicentenaria casa de estudios fue cediendo terreno a las nuevas instituciones emergentes. No hay queja alguna. La Psicología creció. El resultado fue, a la postre, contundente.
Los de los setenta, fundidos con los que habían construido como actores la “sesentidad” (que no la santidad), quienes emergimos con fuerza arrolladora en el despegue científico de la Psicología en Cuba. Como escribí hace poco, en la Revista que cumple 25 años de existencia, “Hicimos psicología clínica y de la salud con acceso total a todos los ciudadanos del país, sin consultorios privados, superando el solo enfoque asistencialista en el paso a la construcción de un enfoque preventivo y promocional. Hicimos psicología dentro de los procesos educativos nacionales, dentro de sus diversas instituciones y en el peregrinaje de un sistema privado a uno socializado y de acceso gratuito total, de una escuela autocrática a una participativa, de una instrucción ortodoxa a una educación para la vida. Hicimos psicología en fábricas, empresas, ministerios, comunidades, en todo lugar donde la construcción de una nueva subjetividad necesitaba apoyo, orientación, levantamiento de resistencias, ejercicio del pensamiento. Dónde quiera que la búsqueda supusiera tropiezos. Hicimos psicología dónde la autoestima nacional se robustecía por los éxitos internacionales en la arena deportiva, donde el acceso amplificado a la cultura facilitaba el encuentro de poblaciones antes excluidas con la televisión, el cine, el teatro. Hicimos psicología en los espacios de solidaridad dentro y fuera del país. Fuimos beneficiadores beneficiados” (Calviño M. 2008.p.10)
En todo el desarrollo de Cuba estuvimos presente. Pero esto no agota, ni puede agotar el sentido de la Psicología. Estar presente no es suficiente. Construir las afirmaciones que sustentan la legitimidad de un proyecto de crecimiento social y humano no es suficiente. Ya tenemos una presencia social importante. Ahora necesitamos expandirla, multiplicarla, y no solo sobre la base de las demandas: lo que la sociedad pide a la Psicología. Sino sobre la base de las potencialidades: lo que la Psicología puede dar a la sociedad y aún no es una demanda.
No se podrá hablar del desarrollo de la Psicología cubana, de una producción autóctona de alto nivel en diferentes temáticas, sin hacer referencia a “los de los setenta”. Por solo recordar algunos, seguro que no todos: Jorge Grau Ávalos, Jorge Román, Fernando González, Francisco García Ucha, Ovidio D’Angelo, Miguel Ángel Álvarez, Pedro Almirall, Maritza Eligio de la Puente, María Elena Segura, Julio Cesar Casales, Rafael Alhama, Israel Núñez, (Manuel Calviño – pero no lo diré por falsa modestia).
Todos, en diferentes roles, hemos sido activos constructores de una Psicología sincrética, de perfil heterodoxo, productivamente ecléctica. Una Psicología que es unidad en la diferencia. Que vive su época por decisión y no solo por influencia, que no solo se parece a su proyecto de profesión construido, sino también a sus escenarios reales de existencia. Una Psicología dialécticamente contradictoria, en la que lo absurdo convive con lo genuino, el libre albedrío, con la obligación normativa.
Una Psicología con circulación de ideas, con afirmación y contradicción. Fuimos, hemos sido, capaces de ser más allá de lo que hicieron de nosotros. Trascender las determinaciones para la construcción de una autonomía interdependiente.
Por eso va esta Oda a mi generación, porque me hizo y la hice. A la que me antecedió, porque me dio el sustento espiritual y una alternativa para comenzar. A la que me sigue, porque me exige mirar al futuro. Y a la que vendrá después, porque arde en mí la necesidad, no como individuo, sino como época, de un epitafio razonablemente fecundo: «Valió la pena».
Documentos referidos en el texto:1. Fidel Castro Ruz. “Discurso pronunciado en el acto de recibimiento a los once pescadores secuestrados, efectuado frente al edificio de la exembajada de los estados unidos de Norteamérica en Cuba” 19 de mayo de 1970.
2. Fidel Castro Ruz. “Discurso pronunciado en la clausura del primer congreso nacional de educación y cultura, efectuado en el teatro de la CTC”. 30 de abril de 1971.
3. Fidel Castro Ruz. “Discurso pronunciado en la clausura del acto para conmemorar el vi aniversario del asalto al palacio presidencial, celebrado en la escalinata de la Universidad de La Habana” 13 de marzo de 1963.
4. Fidel Castro Ruz. “Palabras a los intelectuales” Ediciones del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1961.
5. Fidel Castro Ruz. Discurso pronunciado en la ceremonia de bienvenida a su Santidad Juan Pablo II, efectuada en el aeropuerto internacional "José Martí". Ciudad de la Habana. 1 enero de 1998.
6. Ernesto Juan Castellanos. “El diversionismo ideológico del rock, la moda y los enfermitos”. Centro Teórico cultural Criterios. Octubre 2008.
7. Fernando Martínez Heredia. Entrevista “Cuba, cincuenta años de revolución” en L’Humanité. Jeudi 26 février 2009, par Vivian Olivera)
8. Revista Mella, nº 219, 11 de mayo de 1963.
9. Manuel Calviño “Breve ensayo sobre la Psicología en Cuba”. Revista Cubana de Psicología. Número especial conmemorativo. 2008.
1 comentario:
Asi mismo es, amigo, como dice Calvinno. Muchas gracias!
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