viernes, 9 de diciembre de 2011

OBDUCCIÓN



                                  para Elena Tamargo

Esta no es la herida, la puerta del dolor.
El filo que la carne separa
      en dos labios que sangran el más grande silencio,
      puede ser el filo de la ira,
      la soberbia de disputarle a Dios el acceso irrestricto
      al santuario de nuestra necrosada intimidad.
Una cavidad, abierta como el cielo o las aguas,
      para que puedan conducirnos a través de un mar de vísceras
      o un desierto de cálidos humores.

¿Qué muere en cada secreción?
Tal vez el aliento de un dios que reducido
      a la coronación sin gloria de la desesperanza
      se deshace; tal vez el miedo,
      el temor atávico a lo desconocido.

¿Qué en la sangre naufraga?
En la sangre, igualadora de almas*, que administra usurera
      dones y miserias,
      qué otras diferencias se diluyen, qué virtudes
      dotan a la escritura sobre la piel sangrando
      del dogma en que hemos de creer.
Caminar hacia el extremo menos cálido, donde abundan
      ya inútiles colonias de antiguas incursiones,
      recorridos impúdicos de la mano,
      explorando zonas en que maduraban las espigas del placer.

Alejarnos de sitios conocidos, aventurarnos
      en la oscuridad
      en que ya se desmorona
      la arquitectura turbia de la carne,
      los huesos frágiles de nuestra existencia,
      no puede ser realmente
      el acto único para el que fuimos destinados.

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* …y la honda plaza igualadora de almas… / Jorge Luis Borges, Fervor de buenos aires (1923)

1 comentario:

Manny Lopez dijo...

Casualmente ayer abri un email tuyo de hace meses donde me mandabas este poema, un poema doloroso de leer, real eso si...
Gracias por siempre estar ahi, presente para tus amigos...
Un abrazo,
Manny