El control de las posibilidades de comunicación ha sido motivo de desvelo de los regímenes que aspiran al control total sobre sus pueblos. Cuba es un ejemplo de esto. Dividir, alejar, distanciar, incomunicar, fragmentar, fracturar… buscar la fisura, y ensancharla a la dimensión de abismo insondable; buscar el desacuerdo, el diferendo mínimo y natural que puede coexistir con la amistad y el respeto, con la consideración y la valoración personal del otro; y potenciarlo a la categoría de insulto imperdonable, úlcera sangrante e incurable, han sido los denominadores comunes de cada acto, de cada intención política, de cada directriz económica salida de las intrincadas circunvoluciones del gobierno de la isla.
Levantaron el puente levadizo en los sesenta y la isla vivió veinte años de oscuridad, sin embargo las manifestaciones de un pensamiento crítico sistemático en el seno de la sociedad cubana en la década de los ochenta fueron logrando un debilitamiento gradual del modelo estoico esgrimido como paradigma oficial. La graduación de las primeras promociones de la Escuela Nacional de Arte (ENA), de San Alejandro y el Instituto Superior de Arte (ISA), y en general el alto nivel cultural y técnico de la segunda generación formada por la revolución se convirtieron en una bomba de tiempo que provocó una serie de explosiones sucesivas, de una magnitud quizás demasiado moderada para nuestro gusto y, sobre todo, para nuestras aspiraciones, pero de un alcance insospechado.
Con el advenimiento de la telefonía móvil, satelital y la Internet, los ideólogos del aislamiento y la administración de la información vieron aterrados descorrerse las cortinas del cielo ideológico que habían diseñado para la isla y, aunque aún conservan de algún modo el control de los medios técnicos, cada día se les hace mas difícil la administración del acceso a ellos. Gran parte de la intelectualidad cubana, que protagonizara las convulsiones de los ochenta, desde el exterior tiene hoy una notable presencia en los medios de prensa tradicionales de occidente y sobre todo en la prensa alternativa y ejercen una influencia notable en el pensamiento y la cultura dentro de la isla. Romper esos nexos, fracturar esa relación es hoy una necesidad de primer orden para garantizar la supervivencia del régimen.
Para ganar la “batalla de ideas” no bastaron los “siempre listos” boy scout de la cultura cubana, los mercenarios de siempre estaban demasiado desprestigiados. ¿Dónde buscar? Los remanentes de la “generación de los cincuenta” aún residentes en Cuba, pateados en “los sesenta”, acallados u obligados a cantar loas en “los setenta” y encorvados por el peso de las “órdenes por la cultura”, los “premios nacionales de…” y las ”medallas por…” en “los noventa” tampoco sirven de mucho, sobre todo porque, la mayoría de los más dispuestos a "colaborar", no tiene una obra respetable. ¿Qué queda? El viejo recurso: dividir, alejar, distanciar, incomunicar, fragmentar, fracturar…
El “caso Pavón” les demostró que era una batalla difícil y había que correr riesgos, ser audaces. Caras nuevas, recorrer las provincias dando algún “tirón de orejas”, algunas palmadas en los hombros dóciles o “socarrones” y bueno, dar algo a cambio: computadoras y acceso a la Internet a los intelectuales más destacados (o mas dispuestos a destacarse). Explotar la miseria impuesta por decreto para “premiar”, dar la posibilidad de “una ventana al mundo libre” como premio, no a una obra o a los méritos de un artista, sino a su lealtad y su compromiso de ser “elementos activos en esa lucha ideológica” demuestra la precariedad moral del sistema.
Reclutar artistas de nuestra generación, aquellos que en los días de hambre de finales de los ochenta y principio de los noventa tomaron junto a nosotros del mismo té, para que paguen sus cibernéticos privilegios respondiendo con saña cada uno de nuestros cuestionamientos al gobierno de Cuba, atacando con denuedo cada obra nuestra que se publica en el exterior o restando importancia a cada logro artístico o profesional nuestro, no es una estrategia nueva. Ya una vez dividieron la familia cubana, ya una vez salieron a la calle los cubanos a pedir “paredón” para otros cubanos, ya una vez hicieron salir a la calle a apalear y a vejar al prójimo por pensar o querer vivir de otro modo.
¿Permitiremos que nos hagan mirarnos como enemigos?
¿Permitirán que recluten los muertos de “su guerra” entre ustedes?
Los cementerios “La Jiribilla”, “Rebelión” y otros tantos están llenos de cruces y todos pueden hoy (la Internet es indeleble) leer los epitafios. Ya hemos tenido demasiados duelos y aún el té puede saber como antes.
Levantaron el puente levadizo en los sesenta y la isla vivió veinte años de oscuridad, sin embargo las manifestaciones de un pensamiento crítico sistemático en el seno de la sociedad cubana en la década de los ochenta fueron logrando un debilitamiento gradual del modelo estoico esgrimido como paradigma oficial. La graduación de las primeras promociones de la Escuela Nacional de Arte (ENA), de San Alejandro y el Instituto Superior de Arte (ISA), y en general el alto nivel cultural y técnico de la segunda generación formada por la revolución se convirtieron en una bomba de tiempo que provocó una serie de explosiones sucesivas, de una magnitud quizás demasiado moderada para nuestro gusto y, sobre todo, para nuestras aspiraciones, pero de un alcance insospechado.
Con el advenimiento de la telefonía móvil, satelital y la Internet, los ideólogos del aislamiento y la administración de la información vieron aterrados descorrerse las cortinas del cielo ideológico que habían diseñado para la isla y, aunque aún conservan de algún modo el control de los medios técnicos, cada día se les hace mas difícil la administración del acceso a ellos. Gran parte de la intelectualidad cubana, que protagonizara las convulsiones de los ochenta, desde el exterior tiene hoy una notable presencia en los medios de prensa tradicionales de occidente y sobre todo en la prensa alternativa y ejercen una influencia notable en el pensamiento y la cultura dentro de la isla. Romper esos nexos, fracturar esa relación es hoy una necesidad de primer orden para garantizar la supervivencia del régimen.
Para ganar la “batalla de ideas” no bastaron los “siempre listos” boy scout de la cultura cubana, los mercenarios de siempre estaban demasiado desprestigiados. ¿Dónde buscar? Los remanentes de la “generación de los cincuenta” aún residentes en Cuba, pateados en “los sesenta”, acallados u obligados a cantar loas en “los setenta” y encorvados por el peso de las “órdenes por la cultura”, los “premios nacionales de…” y las ”medallas por…” en “los noventa” tampoco sirven de mucho, sobre todo porque, la mayoría de los más dispuestos a "colaborar", no tiene una obra respetable. ¿Qué queda? El viejo recurso: dividir, alejar, distanciar, incomunicar, fragmentar, fracturar…
El “caso Pavón” les demostró que era una batalla difícil y había que correr riesgos, ser audaces. Caras nuevas, recorrer las provincias dando algún “tirón de orejas”, algunas palmadas en los hombros dóciles o “socarrones” y bueno, dar algo a cambio: computadoras y acceso a la Internet a los intelectuales más destacados (o mas dispuestos a destacarse). Explotar la miseria impuesta por decreto para “premiar”, dar la posibilidad de “una ventana al mundo libre” como premio, no a una obra o a los méritos de un artista, sino a su lealtad y su compromiso de ser “elementos activos en esa lucha ideológica” demuestra la precariedad moral del sistema.
Reclutar artistas de nuestra generación, aquellos que en los días de hambre de finales de los ochenta y principio de los noventa tomaron junto a nosotros del mismo té, para que paguen sus cibernéticos privilegios respondiendo con saña cada uno de nuestros cuestionamientos al gobierno de Cuba, atacando con denuedo cada obra nuestra que se publica en el exterior o restando importancia a cada logro artístico o profesional nuestro, no es una estrategia nueva. Ya una vez dividieron la familia cubana, ya una vez salieron a la calle los cubanos a pedir “paredón” para otros cubanos, ya una vez hicieron salir a la calle a apalear y a vejar al prójimo por pensar o querer vivir de otro modo.
¿Permitiremos que nos hagan mirarnos como enemigos?
¿Permitirán que recluten los muertos de “su guerra” entre ustedes?
Los cementerios “La Jiribilla”, “Rebelión” y otros tantos están llenos de cruces y todos pueden hoy (la Internet es indeleble) leer los epitafios. Ya hemos tenido demasiados duelos y aún el té puede saber como antes.
Foto de archivo.
2 comentarios:
Clarísimo lo de la fractura. El "divide y vencerás" ha sido una de las grandes estrategias de la revolución, socavar hasta los lazos más esenciales, como es la familia. Las movilizaciones, las escuelas en el campo, el servicio social, las misiones internacionalistas, el exilio... todos fueron mecanismos para lograrlo. Y éste es el resultado: no se puede hablar en buenos términos entre cubanos si no compartimos absolutamente los puntos de vista. De lo contrario acabamos a sombrerazos. Bien que aprendimos lo de la "lucha ideológica" y la "batalla de ideas", conceptos que no pretenden conciliación ni diálogo civilizado alguno. En las batallas hay que ganar y aplastar al vencido.
Por eso (ya sabes que me lo he estado cuestionando desde hace tiempo, desde mi artículo en Otro Lunes), no sé si a estas alturas el té nos pueda saber a lo mismo. Y sabes que no soy rencorosa ni ando buscando venganzas ni mucho menos, pero como decía en aquel texto, remedando a Neruda (que buena pieza era también): "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos".
“ya no somos los mismos", querida Odette, tal vez es cierto. Me gustaría pensar que somos mejores: menos impulsivos, más sosegados y tolerantes, menos esclavos de nuestros instintos primarios, de nuestras bajas pasiones; pero a veces la realidad nos demuestra lo contrario. Basta que seamos capaces de preponérnoslo y algo lograremos. Tal vez no mucho, tal ve poco, pero mientras lo intentamos estaremos de alguna manera tomando el mismo té.
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