En los poemas recogidos en este volumen, el escritor cubano George Riverón nos propone un curioso juego de contrastes entre conceptos y lenguaje, entre el ámbito de sus temas y el instrumental al que recurre para expresar esos temas. A estos versos se asoman presencias portentosas del hedonismo esteticista, como Constantino Cavafys y Egon Schiele; estas páginas contienen homenajes a otros defensores notorios de la transgresión dentro de la cultura del siglo XX, como Allen Ginsberg y Robert Mapplethorpe. Sin embargo, el lenguaje que predomina en todo el libro es conciso, ordenado, carente de rebuscamientos; lo que escuchamos es una voz que busca expresarse sin adornos, sin malabarismos, con la inocencia y la candidez intemporal de las canciones populares, y sin temor a usar ciertos tonos esenciales de la tradición romántica, rescatados de clásicos como Keats y de seguidores recientes, entre ellos Emilio Ballagas. Ése es, a mi entender, el principal disfrute que ofrecen estos versos: un recorrido sereno, y con gracia, por ciertas temáticas desafiantes, mediante un instrumental poético inocente, utilizado a conciencia.
A primera vista, el lector demasiado cauto podría sentirse desorientado, incluso un tanto incrédulo. El despojamiento verbal y la austeridad de recursos no están usualmente vinculados a contenidos pasionales ni a exploraciones éticas osadas. Pero poco a poco, con la lentitud de las decantaciones de la alquimia, la determinación con que el poeta va desnudando su dolor termina por estremecernos; la limpieza de su mensaje llega incluso a cautivarnos. Entonces comprendemos que la vulnerabilidad es en él una forma sutil de resistencia, que la sinceridad con que nos revela su temor casi infantil le está brindando protección. Y descubrimos que las reverencias y homenajes a los artistas mencionados son gestos triunfantes, efectuados con fervor instintivo, para aliviar su aislamiento y encontrar refugio en valores externos, pero estables y reconocidos. Es decir, la confesión que lleva a cabo mediante la expresión poética le permite reafirmarse en esas invocaciones y atenuar su propio desamparo.
¿De dónde proviene ese desamparo? La voz que habla en estos poemas no se disfraza: es el pesar que deja el desamor, cuyo carácter homoerótico se describe con naturalidad, y es, unido a ese pesar, el desarraigo visceral del exilio, la pérdida de un país amado. Esas dos formas del amor se entrelazan con simplicidad en ciertos versos de este libro. El autor ha comprobado que las posesiones emotivas que en el pasado le habían servido de marco referencial se han desvanecido, se han alejado definitivamente, y quiere expresarnos su pavor ante ese hecho y al mismo tiempo su alivio. El país de origen es, aclara, un “país que pude dejar atrás con los ojos cerrados”.
No hay valores unívocos en estos versos: ese mismo alivio se impregna por momentos de una dulzura singular, una suave nostalgia, pues en ese territorio abandonado el lector descubre la presencia resplandeciente de la madre del poeta (“mi madre no se cansa de morir / una y otra vez vuelve a levantarse”) y el esplendor de otros hermosos cuerpos que el poeta amó, o de amigos entrañables que lo sostuvieron en momentos de angustia y a los cuales no ha vuelto a ver. Muchos de estos poemas están dedicados a esos amigos, a esos amantes de los que el autor se ha separado. Todos esos seres alimentan el escenario íntimo de esta obra, pues al amarlos el escritor los incorporó, como deidades inconfundibles, a su universo interior.
Sólo en ciertas instancias estos textos se inscriben en un código reconocible a simple vista; en otras, sin abandonar el tono diáfano que lo caracteriza, sin aceptar retóricas, el poeta entra con discreción en reinos intrincados, donde las imágenes componen un sistema de evocaciones que no son fáciles de desentrañar. Eso ocurre en varios poemas en que este autor advierte que sus palabras pueden aparecer confiadamente en otros escenarios y avanzar sin temor hacia otros peligros. Sólo mencionemos, en ese sentido, algunos de los poemas menos dóciles del conjunto, como Una mujer naranja baila con la orquesta de los árboles o Dulcísima María de los sueños, dedicado a Dulce María Loynaz. Para subrayar tal vez esa advertencia, el mismo autor ya nos había anunciado en otro texto que “mi madre ha dejado de morirse / y ahora canta una canción extraña”. Una canción aún más “extraña” será, posiblemente, lo que Riverón podría escribir a partir de ahora.
Sin duda es conveniente que acojamos con curiosidad y regocijo, en el umbral de la poesía cubana del exilio, la voz precisa de este joven que nos conmina a escucharlo de inmediato.
naturaleza muerta
.....................................los ojos se nos están muriendo en lo alto como Jesús.
............................................J. L. Borges
en el solitario cementerio
donde las sombras solas no respiran
y un perfume se expande
levísimo
el enterrador ha puesto flores amarillas
en la tumba del amor
y ha llorado silenciosamente sobre ella
como quien deja rodar un beso
sobre el mármol frío
dueño de una calma imperturbable
el enterrador arranca su cabeza
echándola a volar
su cabeza es un oscuro pájaro
que se alza hacia las bombillas
que arriba se abren
en un surco de infinita llama
los volantes ojos del enterrador
están llorando tibia leche
que gotea
y se filtra purísima entre los ramajes
leche que gotea midiendo el tiempo
sucesión de voces que se apagan en los ojos de Jesús
en el solitario cementerio
el enterrador ha puesto flores amarillas
en la tumba del amor
donde las sombras solas no respiran
y un perfume se expande
levísimo.
.....................................los ojos se nos están muriendo en lo alto como Jesús.
............................................J. L. Borges
en el solitario cementerio
donde las sombras solas no respiran
y un perfume se expande
levísimo
el enterrador ha puesto flores amarillas
en la tumba del amor
y ha llorado silenciosamente sobre ella
como quien deja rodar un beso
sobre el mármol frío
dueño de una calma imperturbable
el enterrador arranca su cabeza
echándola a volar
su cabeza es un oscuro pájaro
que se alza hacia las bombillas
que arriba se abren
en un surco de infinita llama
los volantes ojos del enterrador
están llorando tibia leche
que gotea
y se filtra purísima entre los ramajes
leche que gotea midiendo el tiempo
sucesión de voces que se apagan en los ojos de Jesús
en el solitario cementerio
el enterrador ha puesto flores amarillas
en la tumba del amor
donde las sombras solas no respiran
y un perfume se expande
levísimo.
sobrevivir al naufragio
haces danzar el cuerpo acompasadamente
entre los pilotes que flotan
en la ingravidez de tu memoria
como si un paisaje nada casual
volviera a dibujarse en ella
y te arrastrara a esa danza
que el cuerpo te agradece
arremolinadas aguas
al fondo de un paisaje de árboles silvestres
pilotes que flotan
como sombras de un pasado que no pesa
que apenas vuelve a tu memoria
y te hace danzar el cuerpo
dejarlo ir acompasadamente
liberado de ti
a veces cierras los ojos en tu danza
y la vida se te vuelve pasajera
un minuto cayendo sobre otro
ligera ancla que levas
en el ondular del agua
metáfora que construyes
para sobrevivir al naufragio
tus brazos se hacen remos desafiando la memoria
aspas tu corazón golpeando el aire
que llevas a la sangre
oxígeno tan puro como aquellos ojos
que recuerdas abiertos para ti
tan claros e inocentes
afuera algo va dejando de existir
una voz que silba su pesadumbre y se deshace
isla que llora su destino de isla
en la inmensidad del mundo
cruz que tatuaste a tu espalda
y ya te pesa sostener.
d.w.
casco mi corazón contra una piedra
y sangro
las palabras hacen un río
que la roja corriente arrastra
agua rojísima brillando
bajo la alcoholada noche
tatuadas aves se posan sobre el vientre
me inventan una estación
donde no alcanzo a ver
el reflejo de la luna en mi país
el horizonte es una mancha
que ciega
abro la noche
como quien descorcha una botella vacía
y salgo a ella
temblando
mojando la punta de los dedos
en su hiriente escarcha
entonces me doblo sobre mí
y estrujo tu carne en mi carne que hiede
su solitaria mansedumbre
menos secreto que la noche
es este dolor que se hunde en el recuerdo
esa ausencia de ti humedeciéndome los ojos
el desequilibrio de un cuerpo estremecido
en el cuerpo que imaginó suyo para siempre
marzo se ha hecho el mes más cruel
las horas van cayendo sobre mí
como quien esparce ceniza ardiendo sobre el pecho
minutos que queman
el minuto que vendrá a devolverme la luz
que quedó tapiada por las sombras
intento acomodar el sueño
donde tu sueño me espantaba los demonios
pero en el hueco del cuarto
escucho a gershwin
hay una voz que canta our love is here to stay
y me desarma
dios no está por estos días
en que llego a la noche
solitario
como el agua escurriéndose en el agua
llevo mi vida a cuestas
dolor en el dolor
que punza el corazón que casco una vez más
contra la piedra
y sangra.
haces danzar el cuerpo acompasadamente
entre los pilotes que flotan
en la ingravidez de tu memoria
como si un paisaje nada casual
volviera a dibujarse en ella
y te arrastrara a esa danza
que el cuerpo te agradece
arremolinadas aguas
al fondo de un paisaje de árboles silvestres
pilotes que flotan
como sombras de un pasado que no pesa
que apenas vuelve a tu memoria
y te hace danzar el cuerpo
dejarlo ir acompasadamente
liberado de ti
a veces cierras los ojos en tu danza
y la vida se te vuelve pasajera
un minuto cayendo sobre otro
ligera ancla que levas
en el ondular del agua
metáfora que construyes
para sobrevivir al naufragio
tus brazos se hacen remos desafiando la memoria
aspas tu corazón golpeando el aire
que llevas a la sangre
oxígeno tan puro como aquellos ojos
que recuerdas abiertos para ti
tan claros e inocentes
afuera algo va dejando de existir
una voz que silba su pesadumbre y se deshace
isla que llora su destino de isla
en la inmensidad del mundo
cruz que tatuaste a tu espalda
y ya te pesa sostener.
d.w.
casco mi corazón contra una piedra
y sangro
las palabras hacen un río
que la roja corriente arrastra
agua rojísima brillando
bajo la alcoholada noche
tatuadas aves se posan sobre el vientre
me inventan una estación
donde no alcanzo a ver
el reflejo de la luna en mi país
el horizonte es una mancha
que ciega
abro la noche
como quien descorcha una botella vacía
y salgo a ella
temblando
mojando la punta de los dedos
en su hiriente escarcha
entonces me doblo sobre mí
y estrujo tu carne en mi carne que hiede
su solitaria mansedumbre
menos secreto que la noche
es este dolor que se hunde en el recuerdo
esa ausencia de ti humedeciéndome los ojos
el desequilibrio de un cuerpo estremecido
en el cuerpo que imaginó suyo para siempre
marzo se ha hecho el mes más cruel
las horas van cayendo sobre mí
como quien esparce ceniza ardiendo sobre el pecho
minutos que queman
el minuto que vendrá a devolverme la luz
que quedó tapiada por las sombras
intento acomodar el sueño
donde tu sueño me espantaba los demonios
pero en el hueco del cuarto
escucho a gershwin
hay una voz que canta our love is here to stay
y me desarma
dios no está por estos días
en que llego a la noche
solitario
como el agua escurriéndose en el agua
llevo mi vida a cuestas
dolor en el dolor
que punza el corazón que casco una vez más
contra la piedra
y sangra.
en la demorada cicatriz del polvo
.................................con los pies en los gladiolos, duerme.
...............................................Rimbaud
sobre una alfombra de hojas otoñales
.................................con los pies en los gladiolos, duerme.
...............................................Rimbaud
sobre una alfombra de hojas otoñales
he puesto el corazón
para que duerma su siesta-soledad
para que en la húmeda transparencia de la luz
su principal costumbre se diluya
con los pies enredados en el perfume leve de los gladiolos
le observo desangrarse
como el más antiguo de los deseos
murmurando con el ronquido de su saxo
una pobreza enorme
ceniza que el viento va fijando
en la demorada cicatriz del polvo
de nada sirve el cuerpo que
de nada sirve el cuerpo que
deseado hasta la lasitud
vi morir acuchillado
con un gesto lívido
suave como una canción
en los labios del recuerdo
cuerpo que transformé en bahía
en puerto al que llegaba
para saciar mi sed
bebiéndote la vida
y esos ojos inmensos donde cabía mi rabia
y mi benevolencia
sobre esa misma alfombra de hojas
sobre esa misma alfombra de hojas
que el otoño ha ido acomodando silenciosamente
he puesto también esta miseria que dios
en su más absoluta intimidad
nos va dejando
pétalos para abanicar el perfilado acento
de esos nombres
que hicieron de tu cuerpo
una sombra ajena
y muda.
Nota: Este libro podrá adquirirse los días 14, 15 y 16 de Noviembre, durante la XXV Feria Internacional del Libro de Miami en el stand de Bluebird Editions (Stand 346 E. 3th ST entre NE 1st Ave and NE 2nd Ave.)
GEORGE RIVERÓN: Nació en Holguín, Cuba, 1972. Poeta, periodista, editor, realizador audiovisual y fotógrafo. Tiene publicados los libros de poesía Contra la soledad de la sombra (Premio Oscar Lucero, 1992. Ediciones Holguín, 1994), El último dios (Primera Mención Adelaida del Mármol, 1996. Ediciones La Luz, 1997), Los días del perdón (Accésit en el Premio Encina de la Cañada 1997. Ediciones Encina de la Cañada, Madrid, 1998), Extraños seres de la culpa (Premio de la Ciudad, 1996. Ediciones Holguín, 1999), Escritos invernales (Premio Calendario 2001. Casa Editora Abril, 2003) y Señal de vida (Ed. El Salvaje refinado, Estados Unidos, 2005). Dirige la revista literaria la zorra y el cuervo (www.lazorrayelcuervo.com). Reside en la ciudad de Miami.
1 comentario:
Me han gustado los poemas tuyos que se muestran aqui; te felicito.
Logras una gran belleza con tus juegos de palabras, que no son gratuitos como en la mayoria de los poetas cubanos desde hace ya algun tiempo.No hace falta la piedra Rosseta para descifrarte, y eso te lo agradezco como lector.
Santiago Martin.
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