No quiere decir que un destino personal de expulsión haya buscado, y encontrado, su representación en la palabra. Tampoco significa que por medio de la poesía se haya superado un destino común cubano, que nos destroza, cuyas heridas visibles no pueden curarse. Tengo que pedir disculpas, pero la vigencia política de estos poemas no es del orden de la poesía política, ni siquiera allí donde son visibles las huellas indelebles de los acontecimientos políticos, silencio y exilio, los años amargos y el permanente temor a la libertad. El balance de este destino es mucho más que la suma de las experiencias de pérdida y de incertidumbre, peregrinaje, amor, amistad, y todo lo que una lista soporta acerca de lo que el exilio evoca. Es la poesía que habla de todos nosotros, incluso de aquellos que han intentado el regreso. Porque para todo exiliado un posible regreso es un nuevo exilio: es el exilio visitado. Porque el regreso ya no nos podría traer de vuelta nada más.
Lo que resuena como suerte del que se ha quedado sin patria es, en realidad, un destino universal.
El camino de la invención metafórica, su lugar más íntimo y último, que no es ni el nombre, ni la frase, ni siquiera el discurso, sino la palabra poética, significa a la vez no es y es como; así es el modo en que en la poesía de Osvaldo Navarro se argumenta la rara verdad poética, que pocos poetas o casi ninguno, la practican en un sentido tensional de la palabra verdad. Y para ello en él lo filosófico se instaura como guardián de esas extensiones de sentido, muy reguladas, desde cuyo fondo emergen inéditas del discurso poético.
El último libro, o lo que prefiero llamarle, los últimos poemas que Osvaldo escribió, en México, pertenecen al libro Horror al vacío, publicado por Ediciones Iduna, Miami, FL., veinte días después de su muerte, en un hermoso estudio de un hermoso barrio de la capital mexicana, a donde habíamos llegado 17 años antes, a salvarnos. Es un libro monumental de la poesía cubana del siglo XX, y no porque sea un libro de tono cubano, que no lo es, sino tal vez porque en él Osvaldo realiza la esencia general de su poesía, cargada con la determinación poética de poetizar hasta la propia esencia, en el dominio, y con la materia del lenguaje, que el poeta sabe que es el más peligroso de los bienes. Es un libro en el que se despide, valientemente, honradamente, como fueron sus últimos momentos, como fue su vida.
La noche antes de su muerte dedicó casi cinco horas a llamar a todos los amigos que pudo para anunciarles la salida de este poemario. Creo por eso que este libro fue la última de sus escasas alegrías.
Los textos que conforman este libro tratan temas que generalmente pertenecen al discurso filosófico, como la luz y la sombra, la eternidad y la muerte, el misterio de la verdad o el diálogo instaurado por los propios poetas, y Osvaldo lo hace con un despliegue de extraordinario dominio de las formas, que van desde el soneto más clásico hasta el himno, desde el long poem en verso libre hasta el madrigal.
Pero, ¿qué muestra este hombre, a sus 60 años, con más de 20 libros publicados, y dueño de un sitio en las letras? Una pertenencia a la tierra, que mantiene a las cosas separadas en conflicto, pero que también las reúne, y a eso le llama intimidad. Desde los epígrafes mismos que abren el libro se anuncia la valentía que reclama para los poetas: enfrentarse a las tormentas de dios con la cabeza descubierta y decir la verdad no desde la luz. El testimonio de esa pertenencia acontece igualmente desde la manifestación del ser del hombre, hasta por la libertad de su decisión, que aprehende lo necesario y se mantiene vinculada a una aspiración más alta, porque él sabe que siempre las primicias no son de los mortales.
Osvaldo Navarro en Horror al vacío se sitúa en la actualidad de una permanencia; puede por fin, como le ocurre a los grandes poetas, exponerse a lo mudable, a lo que viene y a lo que va, porque ya sabe que sólo lo persistente es mudable; porque siente que el tiempo que se desgarra irrumpe en presente, pasado y futuro porque existe la posibilidad de unificarse en algo permanente; porque sabe que desde que el tiempo surgió y se hizo estable en la voz de la poesía, los hombres son históricos.
El fuego, dice el otro, es esa herida/ por la que brota la ilusión perdida/ hasta que, al fin, de luz nos desangremos. La luz desangra, para él, que se ha amparado en Paul Celan para defender la sombra. Los últimos, tal vez, diez años de Osvaldo, los dedicó a leer muy bien a los poetas y filósofos alemanes: Hölderlin, Gadamer, Heidegger, Celan, entre otros, y en ellos fijó ciertos puertos que serían sus definitivos: como encontrar, si es que existe, a dios en la sombra y no en la luz. La sombra es la más pérfida agonía/ que se empoza en el alma y no se escurre. Nada sabe la luz de lo que ocurre/ en el alma, que no fotografía. Y como si eso no bastara, dice: Bosteza Dios porque la luz lo aburre/ y la noche lo colma de alegría, para confirmar su definitiva filiación con la sombra como instauración de la verdad y su postración ante el judío Celan, a quien admiró mucho.
Osvaldo busca durante todo el libro a los dioses, con quienes dialoga, con quienes únicamente dialoga, pero éstos no son dioses que hacen milagros ni castigan, son la expresión de la inteligencia que consigue el equilibrio: Muéstrame la verdad, tú que conoces/ el punto de equilibrio en que, en unión,/ dialogan la materia y la razón/ bajo el as luminoso de los dioses.Todavía el poeta sabe que le queda la palabra: palabras me defienden del horror al vacío. Y también le consuela que el alma no le duela: mi alma es una prótesis de oro, porque Osvaldo es un hombre bueno, lo saben todos los que lo conocieron. Es un hombre con honor, un hombre sincero, martiano; Martí, a quien le dedicó los últimos, tal vez, veinte años de su vida, a revisar su obra, estudiarlo, posicionarlo, y de quien dejó un excelente ensayo escrito Las paces con Martí, que muy pronto su lector podrá disfrutar.
La metáfora muerta es una obsesión en el discurso de Osvaldo. Había aprendido de Ricoeur que los efectos de sentido producidos por una metáfora viva y por otra incumben al mismo fenómeno central de innovación semántica. En el poema Metáfora, una suerte de arte poética, dice: No entra la metáfora en razón:/ visualiza la nada y no despierta:/ después de realizada queda muerta: es un orgasmo de la ensoñación. Hasta la puntuación aquí habla, es una estrofa conclusiva, de un poema donde el poeta dialoga con Platón: No es el espíritu, Platón, el alma/ es la que entabla el diálogo y se empalma/ con el gran orden de la eternidad.Hay dos largos poemas, en prosa, dos poemas ejemplares, uno de ellos Instrumentos de tortura, dedicado a Heberto Padilla, a quien Osvaldo admiraba y quería, y habíamos recibido en nuestra casa de México, y otro, El dios de los poetas, que son la novedad del libro, los extraños del discurso, sin serlos, pues ambos privilegian el diálogo del que venimos hablando; consisten en el nombrar los dioses y llegar a ser el mundo en la palabra. La palabra garante de sí misma. Osvaldo Navarro y Heberto Padilla tienen coincidencias de destino, tienen similitudes en sus orígenes, en su historia, en su candor, y hasta en su aparente ausencia de dios en su poética, su desmaterialización. Sin embargo ambos, son poetas que están bajo la invocación de los dioses, y la palabra con que los nombran es una respuesta a tal invocación; esa respuesta brota, cada vez, de la responsabilidad de un destino, porque ellos también saben que lo permanente lo instauran los poetas. Osvaldo le rinde un gran homenaje a Heberto en este largo e intenso poema, y patentiza que eso que permanece está confiado nada más al cuidado y servicio de los poetas.
Son pocos los que saben, como Hölderlin, que es poéticamente que el hombre habita esta tierra, y Osvaldo es uno de ellos, porque sabe que habitar poéticamente significa ser tocado por la esencia cercana de las cosas. Que la existencia es poética porque es una donación. Que la poesía no es un adorno que acompaña la existencia humana sino el fundamento que soporta la historia de un hombre, y por ello no es tampoco una manifestación de la cultura.
Osvaldo Navarro sabe, y en Horror al vacío lo expresa altamente, que esta obra peligrosa no se podría elaborar, y mucho menos conservar, si el poeta no estuviera proyectado fuera de lo cotidiano y protegido por la apariencia de inocuidad de su ocupación, esa, que al decir de Hölderlin es la más inocente de todas las ocupaciones; por eso su libro termina con estos versos: Mi vida, que apareció también por un azar/ tan lejos de Tubinga y tan cerca/ de un arroyo irreflexivo y triste/ seco ya para siempre/ donde lo único bello estaba en los ojos de un niño/ que buscaba a dios en el cielo de noches muy oscuras.¿Reconocerán entonces sus lectores, que este hombre ha penetrado poéticamente el fondo y el corazón del ser con excesivo impulso?
ELENA TAMARGO: La Habana, Cuba. Premio de Poesía de la Universidad de La Habana, 1984; Premio Nacional de Poesía “Julián del Casal”, de la UNEAC, 1987. Germanista y Filóloga; Doctora en Letras Modernas. Académica, ensayista y poeta. Traductora de la obra de F. Hölderlin. Entre sus libros de encuentran: Sobre un papel mis trenos, Habana tú, El caballo de la palabra, El año del alma, Poesía de la sombra de la memoria y Bolero, clave del corazón. Después de una estancia en Rusia y otra en México, ahora vive en Miami.
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