Por Norge Espinosa.
.La muerte de Cintio Vitier añade al estado actual de las letras cubanas una nueva nota pesarosa. Si bien elevado desde hace ya mucho a una categoría sagrada, y poco dado a frecuentar espacios de confraternidad donde no se le exigiera aparecer como vocero de un Martí conectado a los preceptos de la Cuba post-59, su pérdida deja un espacio vacío que, más allá del lugar común, ningún autor de la Isla puede hoy discutirle. Habrá que agradecerle su empeño en construir una especie de pequeño canon, una búsqueda que funcionara como interrogante progresiva a través de su poética como imagen del país. Y también el que haya imaginado un mapa sobre el mapa: una nación letrada desde los versos que seleccionó en apretada y discutible escala, para procurarnos una dignidad. Me atrevo a sumarle un elogio que puede devenir incómodo. De los nombres de su generación, de la posibilidad literaria de quienes integran su estirpe, acaso sea él, entre todos, el autor con el que más provecho se puede debatir. Debatir: no discutir provocativamente: eso es territorio de Piñera. La lectura de “Lo cubano en la poesía” arrancará, en el lector no ingenuo, estados de ánimo capaces de extender esas páginas hasta las interrogantes que el poeta cubano aún no responde, o demora en articular bajo circunstancias diferentes a las de aquel 1957 para encontrar otro espejo. Admiradores o quejosos de su cartografía, estamos condenados a tenerlo en cuenta, así sea para rebatirle sus excesos. Eso hará de este hombre un clásico, al menos dentro del mapa que él mismo profetizó. Hoy, resulta arduo creer que "la poesía va iluminando al país". Y su poesía, al menos para mí, se demora en ofrecerme fragmentos que pueda recordar amablemente. Me excuso para no opinar sobre sus novelas: puede hallarse en la literatura cubana ejemplos más evidentes del aburrimiento que puede ser, para algunos, la biografía disfrazada de fábula trascendente. Una mano ávida hurgará en las diferencias que tuvo con sus amigos de generación (el mito de la amistad inquebrantable con Lezama tiene altas y bajas: en el último número de “Espuela de plata”, recuérdese, ya Cinthio Vitier no aparece entre "los que aconsejan"), para calibrar las humanidades que a ratos se nos esconden en el sopor de tanta espiritualidad. Y tendremos, también, que reconocerlo en el pontífice que organizó un culto lezamiano, de tal poderío que no pocos, aún hoy, creen ver y entender al Maestro a través de esos ojos. En los últimos años, Vitier predijo un rumbo asombroso para ese sol del mundo moral. Quiso ver encarnada su profecía, y al palparla en otra realidad, destruyó parte de esa premonición. Que aún perdure otra parte de su ensueño es también prueba de su trascendencia, más allá de las coyunturas. Quiso la suerte que no me encontrara en La Habana durante los días que rondaron su sepelio. La doble distancia que sentí ante lo noticia me ha devuelto a pensar sobre sus libros, sobre los escasos encuentros en que coincidimos, sobre la tarde en la cual le pedí que estampara su firma en una edición de sus traducciones de Rimbaud. También a través de esos ojos leemos a Rimbaud. El fue, durante un tiempo que acaso no termina, los ojos de la poesía cubana. Que nos guíe este recuerdo mientras seguimos avanzando sobre el mapa.
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.La muerte de Cintio Vitier añade al estado actual de las letras cubanas una nueva nota pesarosa. Si bien elevado desde hace ya mucho a una categoría sagrada, y poco dado a frecuentar espacios de confraternidad donde no se le exigiera aparecer como vocero de un Martí conectado a los preceptos de la Cuba post-59, su pérdida deja un espacio vacío que, más allá del lugar común, ningún autor de la Isla puede hoy discutirle. Habrá que agradecerle su empeño en construir una especie de pequeño canon, una búsqueda que funcionara como interrogante progresiva a través de su poética como imagen del país. Y también el que haya imaginado un mapa sobre el mapa: una nación letrada desde los versos que seleccionó en apretada y discutible escala, para procurarnos una dignidad. Me atrevo a sumarle un elogio que puede devenir incómodo. De los nombres de su generación, de la posibilidad literaria de quienes integran su estirpe, acaso sea él, entre todos, el autor con el que más provecho se puede debatir. Debatir: no discutir provocativamente: eso es territorio de Piñera. La lectura de “Lo cubano en la poesía” arrancará, en el lector no ingenuo, estados de ánimo capaces de extender esas páginas hasta las interrogantes que el poeta cubano aún no responde, o demora en articular bajo circunstancias diferentes a las de aquel 1957 para encontrar otro espejo. Admiradores o quejosos de su cartografía, estamos condenados a tenerlo en cuenta, así sea para rebatirle sus excesos. Eso hará de este hombre un clásico, al menos dentro del mapa que él mismo profetizó. Hoy, resulta arduo creer que "la poesía va iluminando al país". Y su poesía, al menos para mí, se demora en ofrecerme fragmentos que pueda recordar amablemente. Me excuso para no opinar sobre sus novelas: puede hallarse en la literatura cubana ejemplos más evidentes del aburrimiento que puede ser, para algunos, la biografía disfrazada de fábula trascendente. Una mano ávida hurgará en las diferencias que tuvo con sus amigos de generación (el mito de la amistad inquebrantable con Lezama tiene altas y bajas: en el último número de “Espuela de plata”, recuérdese, ya Cinthio Vitier no aparece entre "los que aconsejan"), para calibrar las humanidades que a ratos se nos esconden en el sopor de tanta espiritualidad. Y tendremos, también, que reconocerlo en el pontífice que organizó un culto lezamiano, de tal poderío que no pocos, aún hoy, creen ver y entender al Maestro a través de esos ojos. En los últimos años, Vitier predijo un rumbo asombroso para ese sol del mundo moral. Quiso ver encarnada su profecía, y al palparla en otra realidad, destruyó parte de esa premonición. Que aún perdure otra parte de su ensueño es también prueba de su trascendencia, más allá de las coyunturas. Quiso la suerte que no me encontrara en La Habana durante los días que rondaron su sepelio. La doble distancia que sentí ante lo noticia me ha devuelto a pensar sobre sus libros, sobre los escasos encuentros en que coincidimos, sobre la tarde en la cual le pedí que estampara su firma en una edición de sus traducciones de Rimbaud. También a través de esos ojos leemos a Rimbaud. El fue, durante un tiempo que acaso no termina, los ojos de la poesía cubana. Que nos guíe este recuerdo mientras seguimos avanzando sobre el mapa.
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Nota: Agradecemos al poeta y dramaturgo Norge Espinosa la amabilidad de estas palabras..Norge Espinosa: Santa Clara, 1971. Graduado de la Escuela Nacional de Teatro en 1992. Como dramaturgo ha estrenado Los músicos volantes (Teatro de los Elementos, 1992), Sarah´s (Teatro El Público, 1995), Sácame del apuro (Teatro Pálpito, 1997), En un retablo viejo (Teatro de las Estaciones, 2001), e Ícaros (Teatro El Público, 2003). Ha publicado Las breves tribulaciones (Ediciones Capiro 1993), Cartas a Theo (Ediciones Vigía, 1990), Los pequeños prodigios (Gente Nueva, 1996), Las estrategias del páramo (Ediciones Unión, 2000), Carlos Díaz: Teatro El Público: la trilogía interminable (Editorial Abril, 2001), Romanza del Lirio (Ediciones Sed de Belleza, 2003), y La virgencita de bronce (Ediciones Alarcos, 2004)
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3 comentarios:
Como siempre, Norge tiene muy buena visión, gracias.
Buen texto, felicitaciones. Tiene razón: la traducción de Rimbaud fue algo impagable, una deuda que asumo con el fallecido poeta.
?Es cierto, aun no lo puedo asimilar, que firmo la infame carta castroestalinista para apoyar el fusilamiento de los tres jovenes afrocubanos en el 2003, sumarisimamente fusilados por el cdte en jefe, y cuyo delito consistio en la tribial idea islena de robarse una lancha para huir del infierno del proletariado?
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