viernes, 28 de mayo de 2010

INVITACIÓN

.
Zu Galeria Fine Arts
invita este sábado, 29 de Mayo
a una Noche de Caricaturas con
.
Aristide Pumariega

8pm-11pm

Presentación especial del músico
.
Armandito Romeu

Zu Galeria Fine Arts
2248 SW 8th Street
Miami, Fl 33135
786-443-5872
.

martes, 25 de mayo de 2010

INVITACIÓN

.

.

lunes, 24 de mayo de 2010

LOBO HABLA CON LA DUEÑA, PERO NO PIERDE DE VISTA AL PERRO

(O “Desnudo entre el Lobo de El país y los quesos del país”)
.
"A su lado, un hombre de traje oscuro y antiguo, que se presenta como presidente de una asociación local de escritores, devora una pizza de quesos del país. La directora de Cubadebate le deja hablar cuando la conversación se empina. Es cuando ella aprovecha para comer.”
.“Cuando habla el hombre uno tiene la sensación de que es el encargado de que no surjan los grises, de que fluyan las palabras de siempre.”
.“Ella sonríe tímidamente pero el hombre del traje contraataca con otros (chistes) oficialistas que carecen de gracia.” *
.
Como es de esperar, la jauría no ha tardado en ladrar a coro.
__________________________________________
*
Esta última observación es realmente cruel, si tenemos en cuenta que se refiere a un humorista de reconocido prestigio.
.

domingo, 23 de mayo de 2010

LA OZT MASK Y EL ENTUSIAMO

.
Su trivialización es la muerte de cualquier idea.
Su reducción a un gesto, la desacreditación del concepto reproduciéndolo en la gestualidad imitativa, vacía de su contenido esencial, la deshidratación de un ser humano hasta reducirlo a sus “iniciales", al ideograma vagamente referencial de las tres letras que iniciaban la única propiedad real que le acompañó hasta su muerte -el nombre-, le asegura la intrascendencia, el naufragio en un mar de siglas y signos confuso y vacío, flotando en las aguas de nuestra inmensa desidia histórica.
La incitación al acto macabro de manipular su imagen, de “recortar sus bordes” (¿bordes?, ¿límites?, ¿no fue harto de límites absurdos que prefirió la muerte?), de “calar sus ojos”, es una muestra insuperable de cuanta indolencia puede haber en el entusiasmo irreflexivo y el ejercicio del exceso como medio.
.
.
¿Se puede ser ciego, al punto de obviar el alcance simbólico que tiene sugerirle a alguien que, para conjurar su miedo, le saque los ojos al único mártir real de la oposición?
.

jueves, 20 de mayo de 2010

EL AGUSTINO (y otros poemas) / Roxana Crisólogo

.
.EL AGUSTINO
.
lo que yo llamo cielo y es tierra
y todas las noches ocupa un espacio distinto al de los cielos
y se extiende sobre un paño de noche elegante
y vive como las fogatas de los castillos conquistados
………………………………………………………...allá arriba
y deja escapar anillos de luz simples bocanadas de gente
innumerables miles no podría contar cuántas veces
me perdí en el cielo…..yo que creí que pisaba tierra
empecé a enumerar sus escalones desvanecidos
con tanta facilidad por la gente que al pisarlos
los duplica los triplica y pienso que es la velocidad
-alucinaciones de estómago vacío- de trabajo
mecánico y a tiempo completo sin vacaciones
con vacaciones…..-sin goce de haber-
o sólo el caos en un mundo que no es
cielo ni tierra.....entre tierra y cielo.....cielo y tierra
hay un lugar común de seres indiferenciables que bien
…………………………………………………observo
con este cucurucho que quiere -intenta- ser mi único
microscopio o mirador oficial sin asomarme a la ventana
del micro aunque la gente grite…..Me ordene
cordura…..razón…..para no mirar…..nuevamente
……………………………………..verme
indefenso en un mundo que no podría domeñar solo
…………………………………..Ese día casi toqué el cielo
porque su olor a tierra sudada o lo que sea se impregnó
en mi chompa en mis cabellos quedó un poco del polvo abigarrado
de su alimento…..mi lengua también saboreó
la acidez segura de sus suburbios celestes…..y no dejé
de parpadear cuando quise contar cada lucecita suya
en la inmensidad -ya me estaban tragando-
…………………………………………Si no fuera por estos golpes
torpes ininterrumpidos de chofer por esa voz ronca de vaso vacío
(solo) que desde arriba me recordó que simplemente estaba
………………………………………………………...abajo
.
.
MIENTRAS ESCUCHABA A FRANZ LISZT
.
.................................................-Rapsodia Húngara Nº12 Lima-. lamento haberte encontrado así

entre papeles y pericotes polvo y estantes
viejos abogados se preguntan cuál es tu
problema un conflicto no se resuelve con sonrisas
y los conflictos como esta música desgastan
absorben al espíritu más fiel y no queda más que eso:
música temblando en un rincón sacro de la ciudad
manos sin cuerpo dirigiendo una sinfonía
bajo la tolvanera y ya estás atento
a las indicaciones del semáforo a la mujer
que cubre sus uñas con esmalte y rabia
porque es cara y su belleza se ha diluido una noche
fresca que no pudo más con la felicidad de ese
húngaro loco ni con la aparente frialdad de su
sangre azul para los amigos roja para los habitantes
de Doborjan fogoso como nadie
sin rencores Franz creo que estos contactos nos
aproximan aunque estemos lejos
dos siglos atrás Tú dentro de la radio yo dándole
solución a tus problemas que son tan míos como de
la vecina del panadero del guardián: noble estirpe
barrios oscuros -nada codiciosos- me alarman
Con sus derechos -viles- miles -bocas- espadas
salen de sus bocas No es por indiscreción esta escena
en que tu música ha revolcado a muchas jovencitas
y enamorado con astucia al amor con el entusiasmo
propio de la juventud al amor Cien pies bajo tierra
y todavía marchas indagas Ebrio por estos libros
tristes plagado de tristeza ocultándote en los sonidos
ocultándome al mundo la cosa va y no va
así es Sólo a veces me encuentro contigo y sorprendes
a mi escritorio con tu par de guantes
nuevos blancos
y las personas huyen despavoridas porque no te entienden
porque temen la estridente burla de un viejo músico
autodidacta -viejo caprichoso-
el caos que felizmente ordena
que las desordena Ésa es la costumbre aquí todo lo diferente
es sustituido por un poco de pintura y buenos deseos
sonrisas vagas que reprimen: maquillajes
.
Yo me refugio en esta música demente
Apasionada.

EL VIOLINISTA RUSO AQUEL....El violinista ruso aquel

trabajó todo el día
sin éxito la gitana vendió todo el día
todo el día una cartilla con números de la suerte
parecía emergerde una enorme falda negra
los ojos ocultan su perfil en el horizonte

de inmaculados mensajes vacíos
sacuden su cuero cabelludo
de pájaros gritones
sanguíneamente
recorren la ciudad
que un vocerío inanimado
de flores y estupor
ensancha
cada uno tiene un pastor
un campo o prado
un bosque o una jauría vigilante.

ROXANA CRISÓLOGO CORREA
: (Lima, 1966) Poeta y activista cultural. Realizó estudios en las Escuelas de Comunicación Social y Literatura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Derecho y Ciencias políticas en la Universidad Nacional Federico Villarreal y estudios de posgrado en la Universidad de Helsinki en la especialidad de Derecho Internacional. Fue coordinadora de la Red por la Democratización Global en Lima y formó parte del equipo de trabajo del Programa Democracia y Transformación Global del cual ahora es colaboradora.
Ha publicado Abajo sobre el cielo (Lima-Perú, 1999), Animal del camino (Lima-Perú, 2001), Alhaalla, taivaan yllä (Traducción al finés de Abajo sobre el cielo. Helsinki-Finlandia, 2001) y Ludy D (Lima-Perú, 2006). Un adelanto del poemario inédito Trenes fue publicado por la editorial cartonera PoesíaconC (Malmö-Suecia, 2009). Es coautora de la antología de poesía escrita por mujeres, sobre la violencia política en el Perú, Memorias in santas (2007) y de los proyectos de video-poesía Poéticas visuales de la resistencia y Poéticas visuales del exilio (Lima, 2007 y 2009). Reside en Helsinki.
.

domingo, 16 de mayo de 2010

VIENDO PASAR LA MUERTE

.
“En este pueblo”, escuchaba decir al llegar a Miami y me quedaba de algún modo desconcertado, haciendo balance de las cosas que en mi memoria afectiva están atadas a la idea de ese sitio en que aún continuamos recreando los juegos de la infancia. La Internet, las redes sociales y todos los mecanismos de comunicación similares, han ido reproduciendo virtualmente esos vicios de la memoria y edificando pueblos a imagen y semejanza de sus usuarios.
En días recientes he leído sobre algunos lamentables decesos y he visto pasar o me he dado cruce con varios carros fúnebres. Aunque no tienen el encanto macabro, que el lento paso de la muerte provocaba en nuestra mente infantil, inducen aún una pulsión que invita a repetir: “tiempo, todo es cuestión de tiempo”.
Nos imaginamos sentados junto a la puerta de nuestra casa, la de nuestros padres, sobrecogidos por el vacío que imita a la vida en la calle desierta.
.

sábado, 15 de mayo de 2010

DEL CUERPO Y LA NATURALEZA / Alberto Garrandés

De La lengua impregnada, ensayos inéditos sobre la metáfora del erotismo y la sexualidad en la narrativa cubana contemporánea.


Fresco erótico de Pompeya
.
La erótica decadentista hace del goce un umbral, un espacio preliminar por el que se accede al imposible del intercourse. El intercourse es una circunstancia tan ordinaria, y revela con tanta indiscreción la simpleza de su acontecimiento, que esa erótica se niega a ver en él un desenlace, por muy momentáneo que este sea.
En realidad son muy pocos los momentos donde el sexo se hace gestualidad carnal o articulación somática en la literatura decadentista. La razón está en el hecho de que el intercourse es una realidad harto simple —excepto en los relatos de Sade, que demuestran muy bien cuán fonocéntricos son los orgasmos— tras la cual pervive un mundo cuyo resplandor se origina en la presunción del cuerpo, la saturación del deseo y la densidad de una mecánica posible en la cual descansa y se arma la cópula.
Ese descubrimiento —que el sexo es muy limitado en relación con el gran artificio de sus preparativos— hace de la mirada erótica un prefacio al cabo de índole lingüística con una tendencia más o menos natural hacia la reificación, puesto que, en determinadas prosas de este talante, la circumambulatio en pos del sexo es ya el sexo mismo, por no decir que, justo cuando acaece en términos copulativos, todo se desesencializa en una concreción. La materialidad del sexo es allí un acto que se aplaza y que anhela, así, confundirse con sus andanzas prologales, por así denominarlas.
En rigor, leídas desde ese punto de vista, novelas como El barco embrujado, En el país de las mujeres sin senos y Los polichinelas del amor reproducen esas andanzas prologales. La novela de Insúa lo hace con una intensidad simbólica al acogerse al sistema de contingencias eróticas de un mundo intercultural y cerrado físicamente, la de Octavio de la Suarée escudriña el orbe de la noche y testifica la alta permisividad de su impudicia, y la de Cintas expresa la languidez y el hastío de quienes buscan, desesperados, la novedad en los vestíbulos posibles del sexo.
Esa mirada disiente, ya lo he dicho, de su homóloga en el mundo de la realización social inmediata vinculada a la conquista sexual —la mirada de Juan Criollo en la novela homónima—, pero la disensión se hará más fuerte si nos asomamos al anómalo nexo del cuerpo con la naturaleza en tres textos novelescos de Enrique Serpa, Carlos Enríquez y Dulce María Loynaz.
Serpa, un escritor del realismo social en cuya prosa se manifiestan muchas veces los pigmentos de la metáfora modernista, dio a conocer en 1937 una novela canónica en relación con las orientaciones de la narrativa de aquellos años: Contrabando. ¿Por qué canónica? Porque se trata de un relato polifacetado —una obra llena de pulsiones estilísticas diversas y muy estratificada en cuanto a sus voces— donde la emulsión de la experiencia vanguardista se atempera y alcanza su mejor expresión en tanto “rendimiento promedio” de un ejercicio de escritura articulable con dicho realismo. Sin embargo, más allá de esa significativa distinción, Serpa alcanzó a intervenir en una querella erótica que él reconstruye como un sistema universal de confrontaciones. En el espacio común del delito, específicamente en ese margen de ebriedad, violencia, sexo abaratado, música y juego que es el muelle habanero, Serpa despliega la interlocución de dos personajes tipológicos: El Almirante y Cornúa.
Serpa funda una poética de los cuerpos periféricos en su estrecho vínculo con la naturaleza. Es una poética capaz de involucrar al mar, el marino, el puerto, el burdel, la prostituta y el aventurero de conducta equívoca. El mar, como el paisaje rural escriturado, supone una especie de plenitud —la integración de una totalidad en una alegoría de estructura bastante previsible—, pero ella no alude a esa provisión de lirismo que está siempre a mano, sino al tipo de relaciones que ese espacio fomenta cuando se puebla de actitudes humanas extremas.
Los términos que aquí se oponen son, por un lado, la sinuosidad cerrada e hipócrita del hombre citadino —El Almirante—, y, por el otro, la rectitud abierta y sincera —Cornúa— del hombre de mar. La prostituta —humilde pero salaz, indefensa pero sexualmente afanosa— es un condimento para el aventurero. Y podemos calificarlo de equívoco porque entre su cuerpo y el del marino surge un nexo de admiración-odio en cuya base nace y se insinúa, atenuada o apresurada por la prostituta y su influjo lateralizado, la mirada homoerótica. Se trata, en fin, de un cuerpo en suspenso, que se deja vulnerar por una duda inconsciente. Cornúa, marino en los márgenes, seduce sin saberlo a El Almirante, hombre de tierra, bribón astuto, simulador de una masculinidad sin sombras. El Almirante se sabe timorato. Desprecia doblemente a Cornúa: porque reconoce en él un temperamento alejado de cualquier miedo somático (justo el temperamento que El Almirante anhela poseer) y porque Cornúa lleva en su gestualidad la marca de una ejecutoria fálica briosa, robusta y vehemente. Casi podríamos decir que El Almirante envidia el pene de Cornúa.
La pregunta sobre la identidad erótica del yo, y asimismo la confirmación de dicha identidad, se dirige al único cuerpo dócil y subalterno: el de la mujer. Este complejo de sensaciones arma un discurso de la alienación en el que las inferencias resultan numerosas. El espejo del falo devuelve una imagen competitiva y agresora, una imagen que humilla y, al mismo tiempo, exalta. Es el falo del mar —Cornúa— insultando al falo de la urbe artificiosa —El Almirante—, que deviene un miembro casi postizo. La admiración se mezcla con el odio. Pero en última instancia la mezcla es impracticable. El producto neto de la confrontación que Serpa pone en escena se manifiesta en un cuerpo (el de El Almirante) donde los fundamentos de determinada sexualidad se derogan ante el avance de otro cuerpo (el de Cornúa): el cuerpo temido, admirado y odiado.
La naturaleza, observamos en Contrabando, descubre siempre lo natural, y, en tanto proyecto de una intención realista, la poética de su novela no hace más que insistir en el desenvolvimiento de un lenguaje en torno al hallazgo del cuerpo-otro-para-sí, un cuerpo que es inevitablemente circunstancial.
En el trópico la tradición de los mitos solares —pensemos en el Carlos Enríquez de una novela poco conocida: La feria de Guaicanama, terminada de escribir hacia 1940 y publicada por primera vez en 1960— se vincula a otra tradición: la de los mitos acerca de la fecundidad. Entre las pinceladas de sus transparencias, sus cuerpos deslumbrantes y una escritura hipercalórica, salpicada de gestos románticos y llenos de dramatismo y desmesura, Enríquez instaura una poética que hace del campo cubano, del ámbito campesino, un conjunto de indicios y reclamos para la satisfacción ritualística de la sexualidad. Esa poética no es sino una estructura por medio de la cual Enríquez se apropia de la condición tipologizante de algunas fábulas sobre la erotización de la naturaleza. La naturaleza es lecho, pero también es cuerpo e imagen corporal. Así surge una lengua atravesada por modismos y lexicalizaciones y cuyo valor principal consiste en su pansexualismo. Esta idea tiene que ver con una indirecta y perpetua celebración de los encuentros del falo con la vulva más allá de ellos mismos, puesto que el lenguaje encargado de conjurarlos ha sido salpicado, una y otra vez, por referencias sucesivas a la sintomatología del deseo en varios órdenes. El campo se abstiene, en su condición de entidad viva —imaginemos un cuerpo que, de modo natural, tiende al artificio hermafrodita—, de tomar en cuenta las reglas de cierta vapuleada aproximación caballeresca. Por algo el campo y la ciudad son mundos dispares que la narrativa cubana ha deslindado con energía. (Los guajiros de Servando Cabrera Moreno, que mucho le deben a la cinemática de los cuerpos de Enríquez, son un epítome posible del ojo erotizado en la pura visualidad y del cuerpo que estos tanteos describen.)
La poética a que he estado refiriéndome preconiza los furores del cuerpo (eróticos o no) y edifica un universo de violencia cuyo determinismo es más un asunto del lenguaje que una realidad comprobable. La prosa en que ese universo queda fijado es pictóricamente carnal, y, sin embargo, tiene su centro en la metáfora y los tropismos de la imagen. El campo se transforma en un teatro de símbolos erótico-sexuales. Las formas, los colores, las texturas y los sabores del campo elaboran un diagrama de la masculinidad y de la feminidad. El espacio rural es, en principio, ansia de desnudez, desde la historia de Dafnis y Cloe —el cuadro de Arthur Lemon, The Wooing of Daphnis, es una buena lectura visual de ese mito— hasta nuestros días.
La feria de Guaicanama se constituye en una novela de dimensión erótica sobresaltada. Podemos percibir en ella el combate indisimulable de Carlos Enríquez por conformar una equivalencia verosímil entre la energía del coito —o un conjunto de energías que le anteceden— y aquellas palabras que, lejos de explicarlo o reproducirlo, quieren imitar su tensión y su vehemencia. Tal vez aquel teatro de símbolos, y concretamente esa cualidad de la prosa de Enríquez, pudo haber inspirado a José Lezama Lima durante la escritura o rescritura de algunas zonas de Paradiso. No es aventurado decir que algo del anhelo del pintor de El rapto de las mulatas llega, como efluvio, a la prosa de Lezama. La novela de Enríquez es una festividad en forma de rito, una prolongada alegría cognoscitiva (desde el soma y su figuración) que se metamorfosea en ceremonial. Sólo que allí toda la aventura se emprende en lo asimétrico. La ofrenda es solar, pero dionisíaca y fractal.
La tercera variante notable del encuentro del cuerpo con la naturaleza —Jardín (1951), de Dulce María Loynaz— se desarrolla desde una perspectiva enciclopédica y en un orden artístico donde el discurso anula las oposiciones al par que las enfatiza. Este doble efecto tiene que ver con el funcionamiento de una estructura simbólicamente activa en la cual pelean cinco contradictores: el mar, la tierra, una casa, un marino y una mujer. Aludo a una poética del escamoteo y la simulación, a una tesitura discursiva que propone ver el paisaje de otro modo, acaso como cuerpo, y ver el cuerpo como paisaje. A esos intercambios hay que agregar un juego de abstracciones de pretensión universalista, pues si bien la mujer —Bárbara, la protagonista de Jardín— es centro en su reino de feminidad suficiente, guerrea además con lo masculino —el jardín de la narración— formulando una urgencia. De ella se desprenden las más extrañas imágenes de la cópula. Esas imágenes son plurales porque encarnan la mutación y porque jamás abandonan su carácter vulvocéntrico, aun cuando el jardín proteico se extiende hacia Bárbara constantemente mientras esgrime los mil y un falos de sus ramas y raíces.
El problema estético central de esa novela, posiblemente una de las que ensambla mejor con las estirpes culturales conformadoras del imaginario femenino del Occidente cristiano, reside en la alianza de las escuelas que atrae al plano de la acción: la romántica, la simbolista, la modernista y la vanguardista. En lo tocante al asunto del erotismo, Jardín sobresale a causa de los escamoteos que promueve su reconcentrada escritura. La pasión sucesiva y mutante de la protagonista no es más que una aventura esencial, sublimada, donde cabría el conocimiento entero desde la perspectiva de la poesía modernista, un conocimiento que es el particular universo de Dulce María Loynaz. La pureza del dilema amoroso visible en el texto tiene que ver con la autenticidad de una pasión de entrega a la naturaleza y al mundo, un ofrecerse que es el sometimiento placentero de Bárbara a las fuerzas que van a doblegarla antes de que ella acceda al secreto de vivir.
Con Jardín se intenta, como he dicho, sublimar las imágenes de la cópula a partir del manejo de ciertas construcciones metafóricas de carácter enciclopédico. Pero entendámonos: aludo a una cópula gigantesca que aniquila, más allá de ciertos núcleos minimalistas de la acción —los capítulos dedicados a las cartas y a la vida en la ciudad—, las nociones de intimidad y de alcoba, de lecho civil y de himen roto, de placer y de dolor. Lo único que queda es el mito y su representación ritual. Detrás de un argumento en apariencia frágil, en apariencia falto de carnalidad o de volumen diegético, están esos objetos intangibles llamados arquetipos.
Cuando se piensa en los imaginarios que se desgajan del vínculo cuerpo-naturaleza, que lo fijan en forma de textos, me resulta inevitable recordar un extraordinario episodio de Viernes o los limbos del Pacífico, esa novela de Michel Tournier que constituye, con todo y ser una reformulación del Robinson Crusoe, una obra maestra sobre los dones olvidados del hombre en su ligadura con la vida natural. El episodio cuenta cómo Viernes, erotizado por la abstinencia, clava su miembro en la arena terrosa del cuerpo de la isla, cerca del mar, y eyacula periódicamente dentro de ella hasta que un día, sorprendido por Crusoe, ve éste que allí ha nacido una vegetación diminuta, pálida y quebradiza.
Ya he indicado que las cópulas pertenecientes al imaginario de Jardín ocurren en la mutación. El mar de la novela es una presencia masculina que se opone a la feminidad de la tierra, cuya imagen es un análogo del cuerpo de la mujer. Sin embargo la tierra, concebible tan sólo como agente de una sexualidad simbólica, desempeña papeles de madre con respecto a la mujer, y, además, copula con la mujer. La tierra de donde ésta procede, y de la cual la mujer es una especie de emblema, tiene sus propios falos (he apuntado ya que el jardín está lleno de ellos, con tantas ramas y raíces), del mismo modo que el mar esgrime los suyos, que son más abstractos. Todos los actos que se derivan de esa red de apetencias suceden en un espacio limítrofe entre la vida orgánica, la vida del espíritu, la muerte del cuerpo y las operaciones de un intelecto tanto más vigoroso cuanto menos se deja seducir por los instintos en una breve visita —la que Bárbara hace— al mundo de la civilización, que es el de los seres humanos, la gran ciudad, las máscaras y, desde luego, el marino. Después ocurre el regreso a la casa-útero, la disolución del cuerpo y el gran intercambio final, suerte de epifanía que se estructura cíclicamente, una y otra vez.
.
ALBERTO GARRANDÉS: La Habana, 1960. Es narrador, ensayista y editor. Ha publicado las novelas Capricho habanero (1998), Fake (2003) y Días invisibles (2009), así como los libros de relatos Artificios (1993), Salmos paganos (1996) y Cibersade (2001). Como ensayista ha publicado Ezequiel Vieta y el bosque cifrado (1993), La poética del límite (1994), Síntomas (1999), Silencio y destino (1996 y 2002), Los dientes del dragón (1999) y Presunciones (2005). Ha realizado varias antologías del cuento en Cuba, como Poco antes del 2000 (1998), El cuerpo inmortal (1998, segunda edición ampliada en 2005) y Aire de luz. Cuentos cubanos del siglo XX (1999, segunda edición ampliada en 2005). En 1996 ganó el Premio de Cuento La Gaceta de Cuba. Ha obtenido varias veces el Premio Nacional de la Crítica y en 2005 gana el Premio de Novela Plaza Mayor.
.

viernes, 14 de mayo de 2010

SEÑALES

.

.

CIERRO LOS OJOS Y RECUERDO... CASI SIEMPRE EN BLANCO Y NEGRO...: (un testimonio personal de Manny López sobre su llegada por el Mariel en el blog Gaspar, El Lugareño)
.

·
LAS DUDAS NEORRABIOSAS DE...: (en el blog NEORRABIOSO) El neohidrófobo poeta Batania se toma “en serio” ciertas dudas mías y las pone en su neorábido blog.
.

·
TERTULIA DEL MES DE MAYO: (en el blog La Otra Esquina de las Palabras) Se anuncia el lanzamiento de la novela-testimonio: Las vidas de Arelys, del escritor cubano José Lorenzo Fuentes. Contará con la participación de Arelys Cubero, protagonista de esta obra. Café Demetrio / 300 Alhambra Circle / Coral Gables / (305)448-4949 / Viernes, 14 de mayo, a las 7:30 p.m.
.

·
EL MARIEL, 30 AÑOS DESPUÉS: (correo de Luis de la Paz) El Pen Club de Escritores en el Exilio invita a Mariel, 30 años después, una mirada al éxodo de 1980, con la participación de Reinaldo García Ramos, Manny López y Luis de la Paz, protagonistas de aquella gesta, y la proyección del documental En sus propias palabras del realizador Jorge Ulla. Sábado 15 de mayo, a las 2 de la tarde, en el Koubek Center, 2705 SW 3ra. Calle. Entrada gratis.
.

·
INVITACIÓN: ( en el blog Mujeres Coraje) La representación de las Damas de Blanco en Estados Unidos le invita a la presentación del libro Enterrados Vivos (Tomo II), escrito en la cárcel por el preso político del Grupo de los 75, Héctor Maseda, esposo de la líder de las Damas de Blanco Laura Pollán. Martes ,18 de mayo de 2010 a las 7 de la noche en la Casa Bacardí / 1531 Brescia Avenue, Coral Gables.
.

sábado, 8 de mayo de 2010

BAGAZO / L. Santiago Méndez Alpízar

.
Prefiguraría, uno tiende a hacerse juicios previos, que ha decidido el poeta ir en busca de los residuos, del lenguaje residual, que queda usualmente fuera de los libros. Bagazo hace suponer un atado de las palabras desechadas del discurso con que se edifica usualmente la poesía, como cañas a la que se le ha extraído el jugo o un montón de esa materia, resto de uva prensada, a la que se ha extraído el mosto. No es tal, o no de ese modo. La lectura de ese discurso periférico, signado por lo que Iván de la Nuez llama (con su usual precisión) un “idioma seminal”, hace que el poeta asuma que está siendo reconocido, identificado por los márgenes, cuando en realidad está describiendo el proceso de autoedificación que le reafirma en su vocación natural de ir al centro, de alejarse de los bordes. La búsqueda del rostro diabólico que hay en toda ciudad (discrepo fraternalmente) no es para Chago más que un volver a los orígenes, un regresar al pueblo natal, la villa de San Juan de los Remedios, edificada, según Ortiz, “junto a una boca de los infiernos”.
.
.

PEQUEÑO POEMA PARA MI AMIGO PARDO, DE CAMAJUANÍ
.
…………………………………
Para Pardo, poeta, jugador de ajedrez en el cielo
.

Algunas veces pienso en la muerte /
.
No era buena jugada
morir por negar un cigarro /
.
Pero en Cuba
en un pueblo de provincia
se mata por razones sencillas /
absurdas /
.
que es redundancia
.
Morir por negarle un cigarro al asesino /
.
Olvidaste que en Cuba
en un pueblo de provincia
la suerte no es tal
.
………
sino la muerte
.
La línea que traza Oggun
que orilla /
.
Pueblo en dos
abierto en bandas tu pueblo de provincia en Cuba
.
Localismo
.
Parte de la Historia
la hombrada de haberte rajado /
.
a ti /
.
Voluntad de un Dios de albarda
.
aislado en el adiestramiento de ser Dios
.
A veces pienso en la muerte
………………………………la inopia
en la facilidad con que te matan
.
. 

RAZONES
.
…………………………………
Para Enrisco, con cariño
.
Pongamos que todo es falso
.
tu cama /
la escuela de los niños
el parque de los monárquicos árboles y sus lagos /
.
las carpas
los patos
.
el tren y las iglesias /
.
Pongamos que no es natura /
.
que el tizne tizna y la melcocha:
……………………………..dúctil
.
Por lo menos diferenciar:
………………………cielo
………………………del
………………………pozo
.
La voz
………del
…………..gentío
.
Las cosas todas sellan una suerte
una manera de suceder lo inevitable
.
La vida ni siquiera es comienzo /
ni vida sea en la efigie de argamasa
.
Cualquiera puede repetir un nombre /
seguir las lucecitas
………………………la mecánica
Conspirar con la inercia /
ser inercia
.
Olvidar que todo es falso /
sus tetas
los tomates
mi voluntad esnifada /
.
El que reparte la suerte:
bolita de algodón que sopla el viento /
.
y el viento moja
.

miércoles, 5 de mayo de 2010

INVITACIÓN

.

.

martes, 4 de mayo de 2010

CONVERSACIONES EN EL TIEMPO / José Franco

Publicado originalmente en el blog Gaspar El Lugareño.
.
La intención de establecer un itinerario gráfico que captara el diálogo ininterrumpido del hombre con la naturaleza −desde el inicio de los tiempos medibles en dimensiones humanas− habría permitido a José Franco desplazar el discurso, usual en la literatura o en la especulación filosófica o sociológica, de términos éticos a los dominios de lo estético. El objeto como referencia, anclado en la modernidad, en el contenido utilitario esencial, no podía ocultar su cola, enroscada en la ortogonalidad más pura.
El recurso, no por antiguo menos vigente, de ocultar mostrando, reproduciendo la imagen del fondo, del entorno, incorpora a la mancha simple, la textura o la línea más común, un contenido que rebasa categorías estéticas. El camuflaje, aún en sus formas más elaboradas, tanto en la naturaleza como en su apropiación por el hombre, revela la estructuración de un lenguaje, de una escritura que habla más de comunicación que de la ruptura de un vínculo real.
.El nexo ancestral, unido a la indudable relación de equilibrio, de coexistencia que signa la interacción del hombre con el mundo animal, tiene una relación más cercana al comercio sensorial que al frío cálculo que ampara la conceptualización o la especulación científica. Metonimia, en que se asume deliberadamente designar el todo por la parte, o traslación simbólica, en que el objeto sustituye al sujeto; cuando la silla se suspende, levita hasta perderse en nuestra recurrencia ineludible al latido de la vida animal, bajo una piel que ha sido con más frecuencia una señalización que una bestia. Su cola es la única conexión real con el piso, con la tierra.
.Sacar este diálogo del laboratorio de las galerías o el estudio y hacerlo rodar por la ciudad en la carrocería de un automóvil deportivo –el símil más logrado de una bestia salvaje en la iconografía de la modernidad− ha sido quizás un acto extremo que sería justo precisar. Aunque en términos de trasgresión, no emula las excentricidades de Lord Rothschild, que solía conducir por Londres un carruaje tirados por cebras comunes, relocaliza el tema en el entorno urbano exterior, en el “paisaje urbano”, para de alguna manera ampliar el cuestionamiento acerca de la autenticidad simbólica de la modernidad y precisar la vigencia latente de cierta gestualidad “primitiva”.
Terminar rastreando esos nexos en la historia del arte es una consecuencia lógica, si se conceptúa tal diálogo como una conversación en que sólo han ido cambiando los hombres con el paso del tiempo y no es extraño que el artista sea interpelado por Giuseppe Arcimboldo, “el aduanero” Rousseau, o establezca una ardua polémica con Lam, en que las colisiones no se limiten sólo a la forma o el color y se extiendan en tensas disidencias compositivas. Una especulación que abre una ventana por la que penetra en el estudio el aire fresco de la naturaleza “virgen”, ese paradigma en que se supone un sitio en el cual nunca haya pisado el hombre.
.

domingo, 2 de mayo de 2010

RENÉ BATISTA MORENO (1941-2010) E.P.D.

.
Si la naturaleza fuese sabia y pusiese todas las cosas “en su sitio”, como muchas veces me asegurara René Batista Moreno, hoy, en ese pueblo luminoso no hubiese amanecido. Las sombras de la noche permanecerían cubriendo el cielo de Camajuaní hasta las cuatro de la tarde. Pero eso sólo podría ocurrir en el espacio en que reinaba su especial sensibilidad. Yo no estaré en “el sitio” en que por fuerza debería estar, no veré iluminarse lentamente las lomas de Santa Fe y el valle profundo del pueblo, al tiempo que los amigos regresan caminando desde el cementerio donde enterraron a mi padre hace unos años. Cuando uno comienza a aceptar que no estar en los lugares a los cuales uno pertenece no es más que una contingencia, es alcanzado por uno de estos “golpes, como del odio de Dios”.
René estuvo gran parte de su vida en sitios a los cuales no estaba destinado, a los cuales no pertenecía. Niño ayudante de carnicero, puliendo en su mente versos hasta hacerlos brillar como el filo de los cuchillos. Miliciano en una “lucha contra bandidos”, sobre la cual se preguntó muchas veces quienes era realmente los "bandidos". Cajero durante largos años en una pizzería triste por no someterse a la verticalidad y la servidumbre de un periódico oficial o una institución cultural. Pero a cada sitio dio dimensiones de catedral.
En los trabajos humildes de sus primeros años forjó su aguda apreciación de la cultura popular, sus enciclopédicos conocimientos de la tradición oral campesina y una estoica humildad contra la cual se quebraron la prepotencia y el desdén. Conjuró sus decepciones y sus humanos errores de juventud con una sed insaciable de constatar la verdad, los hechos, que lo hicieron un historiador y un investigador infatigable. Hizo de su trabajo, lidiando con todo tipo de personas, sus hambres −las miserias que hace florecer la necesidad− y sus bondades de gente simple, un lugar de crecimiento espiritual en que alternaba mundanas conversaciones con los más diversos personajes del pueblo e intensas sesiones de lectura. Allí coincidía muchas veces con el poeta Joaquín Cabezas y otros jóvenes del pueblo, y no me marchaba hasta que me pedía que fuese en la noche por su casa.
“No se habla de los libros que recién hemos leído”, me decía cuando devolvía a los estantes de su mítica biblioteca uno de sus sorprendentes préstamos y comenzaba a darle mis “concluyentes” apreciaciones. “Lee esto” era la columna vertebral de su insustituible magisterio, de la amistad que en suerte me fue dada. Era costumbre mía revisar los estantes mientras conversábamos, hojear un libro, pero nunca pedirlo. La sorpresa de un raro ejemplar que desconocíamos o alguno que ya habíamos visto y ansiábamos, encontraba el momento justo al terminar de ver una película o simplemente conversar en una velada calurosa. No puedo olvidar la noche en que vimos juntos “Cenizas y diamantes” de Andrzej Wajda y me fui a casa con la obra del poeta lituano Oscar W. de Lubicz Milosz, traducida por Lysandro Z. D. Galtier. Comentar lecturas era un suceso que nos sorprendía en medio de otras conversaciones, “como debe ser” según su personal modo de relacionarse con la cultura.
Escribir más, sería redundar en mi agradecimiento y decir poco de su real grandeza. Mi amigo Arístides Vega estará hoy en mi pueblo, saludará a mis amigos de siempre y abrazará a María, su esposa, y a su hijo Alejandro. Yo, cuando termine de escribir esto, enviaré un correo a Félix Luis Viera y trataré de hacer algo que me ayude a terminar este domingo.
.

sábado, 1 de mayo de 2010

LA NOCHE DE LA AUTOCRÍTICA EN LA UNEAC

(Abril 27 de 1971)
Publicado originalmente en el blog Belkis Cuza Malé el 26 de Abril del 2010.
.
Por Belkis Cuza Malé
.
Han pasado 39 años. Como flechazos de luz recuerdo la escena. Estoy en Miramar, en la saleta del poeta Pablo Armando Fernández. Hay otros alrededor, alguien que quizás llega y dice que las agencias de prensa ya tienen un documento que ha escrito Heberto, que la Seguridad del Estado está difundiendo en esos medios. Es un documento de autocrítica. La luz que se filtra a través de las ventanas parece opacar mi visión. Pablo habla pero yo no entiendo nada, mueve las manos, va y se sienta en el mullido sillón. Maruja trae unas tazas con café. Yo me marchó más confusa que cuando llegué. No sé qué está pasando. No puedo imaginar de qué están hablando ahora las agencias de noticias, especialmente aquel señor corresponsal de France Press, que muchos aseguran era un colaborador de la policía cubana, el tal Chango, argentino.
En mi apartamento tengo de visita a mi amiga Elkes Arjona, va a quedarse por un día o unas horas, no lo recuerdo. Ha llegado de Santiago y está usando el pequeño cuarto de María Josefina. Es un día extraño del que vuelan los recuerdos. Anochece pronto o lo imagino así. Miro por la ventana y el hotel Saint John está a oscuras, mejor dicho, estamos a oscuras, la noche ha caído sobre La Habana, pues por extraño sortilegio, se ha producido un apagón, el primero del que se tenga noticia. La ciudad está completamente a oscuras. Luego lo veré como un símbolo de lo sucedido aquella noche. Hace un rato, todavía con electricidad, el teniente Gutierrez, de la Seguridad del Estado, ha llamado por teléfono y dice que dentro de una media hora estará aquí y que trae a Heberto. No puedo creerlo. Treinta y seis días incomunicado en las celdas de Villamarista, y salvo los 15 minutos que me permitieron verlo el 4 de abril, no he tenido otras noticias suyas. Ahora lo traen, y de pronto recuerdo que Elkes está en casa, y que sabrá Dios qué dirán si la ven. Por eso le pido que no salga del cuarto cuando toquen a la puerta.
La ciudad, repito, está a oscuras. Súbitamente a oscuras. Camino como sonámbula por el pequeño apartamento, hasta que siento que tocan y luego de advertirle de nuevo a Elkes que permanezca encerrada, voy y abro. Ha llegado la luz como por arte de magia hace unos minutos, y allí, de nuevo, hay unos hombres extraños en la puerta. Hombres de la Seguridad del Estado. He olvidado si el teniente Gutierrez viene de uniforme, sólo lo recuerdo como un tipo de mediana estatura, flaco, de rostro serio, que inspiraría confianza si no fuera de la policía política. Se hacen a un lado y dejan entrar primero a Heberto. Nos abrazamos, yo con más nerviosismo que nada, incapaz de creer que al fin se haya producido el milagro y Heberto esté de regreso en casa. Gutiérrez dice algo que tiene que ver con alguna cita futura y da media vuelta, le siguen los otros y se marchan.
Lo habían traído directamente a casa desde el Hospital Militar, según me contó luego. Allí pasó las últimas dos semanas de su prisión, enfermo de los riñones, a consecuencia del pentotal que le inyectaban en las venas. Todavía lo recuerdo sacando de sus bolsillos varios pedacitos de lápices con los que, dijo, había escrito la primera versión de la autocrítica, en la Seguridad. Estaba pálido y más delgado, pero casi tranquilo.
Cuando se cierra la puerta, ya a solas, se lleva el índice a la boca y me pide silencio. Vamos en busca de un papel y usamos aquellos pedacitos de lápices. Esa noche nos escribimos como si se tratara de cartas a algún ausente. Hay que mantener la boca cerrada y comunicarnos por escrito: las paredes tienen oido. Luego, a mi lado, allí en el sofá cama en el que entonces dormíamos, apretados uno junto al otro, como en uno de sus poemas, nuestros cuerpos son tablas de mutua salvación.
Al otro día, temprano, lo oigo hablando en el teléfono con María Luisa, la esposa de Lezama, y luego de una breve conversación con el autor de Paradiso, se dirige a la casa de Trocadero. Va a explicarle lo que ha pasado y lo que sucederá esa noche en la UNEAC: pero no hay necesidad de convencerlo, porque Lezama comprendió al instante lo que la Seguridad del Estado había tramado.
Sobre las siete de la tarde vamos ya en camino a la sede de la UNEAC, no lejos de nuestro apartamento en O y Humbold. No sé en qué tiempo, ni cómo, pero Heberto ha informado también ese mismo día a los poetas Pablo Armando Fernández, César López y Manuel Díaz Martínez de la situación y de lo que la Seguridad exigía a cambio de no proseguir la cacería de brujas contra ellos. El precio: la autocrítica.
Mientras atravesábamos en diagonal el parque de H, le digo que yo también quiero hablar, que voy a hacerlo. Pero me dice que no, que de ningún modo. Al final cede ante mi insistencia y soy yo, no él, quien decide que debo ser incluida en la autocrítica.
Subimos los amplios escalones de la mansión: en la puerta, lista en mano, un empleado de la UNEAC se encargaba de chequear a los que iban llegando. Sólo ciento cincuenta miembros habían sido *invitados* al espectáculo de degradación de aquella noche. Espectáculo único que pasaría a la historia como capítulo central del "caso Padilla".
La sala Martínez Villena -que hacía las veces de galería de arte, y que en tiempos de Gelats era el garaje, con apartamento de servidumbre en lo alto- estaba repleta. Pero en medio de los escritores y artistas que parecían clavados ya a sus sillas, se movían unos extraños personajes, de traje y corbata, y cuyos rostros conocía de sobra, los policías de la Seguridad del Estado. Las cámaras de cine del ICAI ya estaban debidamente situadas frente a una mesa a la entrada, de espalda al jardín, mientras el público ocupaba el resto del salón, como en un teatro.
Sereno, como calculando lo que pronto sucedería y que él parecía conocer al dedillo, Heberto permanecía a mi lado, mientras se abría el espectáculo con las palabras de José Antonio Portuondo, excusando a Nicolás Guillén por no sé qué enfermedad. Era óbvio que Nicolás no deseaba estar presente, y que debía tenerle miedo a la Historia. Portuondo, por su parte, carecía de escrúpulos al asumir su papel de presentador, en calidad de vice presidente de la UNEAC. El antiguo rector de la Universidad de Oriente, y promotor de un grupo de jóvenes poetas de la provincia, entre los que me encontraba, había sido también mi profesor de estética en la Universidad de La Habana. A pesar de ser un viejo marxista, tenía aspecto y maneras de burgués, siempre vestido con elegancia, al igual que su esposa, una señora de porte distinguido a quien recuerdo en su casa de Vista Alegre, rodeada de comodidades y cierto lujo.
Cuando Heberto tomó la palabra, un extraño silencio estremeció la sala, como si las víctimas de los Procesos de Moscú revoletearan en el techo, pero pronto dominó la escena con su fabulosa capacidad de improvisación. Las cámaras del ICAIC lo seguían como espías malévolos; los agentes secretos de la Seguridad no le quitaban los ojos de encima. Heberto hablaba sin necesidad de echar mano a papeles o a guía alguna. Parecía un actor repitiendo un texto previamente aprendido. Se repetía a sí mismo. Repetía, con pelos y señales, el libreto previamente escrito en la Seguridad del Estado y que sus carceleros habían aprobado, luego de tachar y corregirle ciertas líneas. Incluso leyó un poema escrito en prisión, dijo él, en homenaje a la primavera. Un poema absurdo que era parte del espectáculo. El tono de la autocrítica era de por sí una denuncia al totalitarismo, a la dictadura. Una acusación que cualquiera podía ver a simple vista. Una trampa, en que Heberto hizo caer al propio Fidel Castro.
Si alguien duda de las verdaderas intenciones de su autocrítica, debería detenerse y analizar a fondo todo lo allí dicho, y leer entre líneas, porque incluso tuvo la habilidad de dejar bien claro el papel de informante de la Seguridad que había jugado Norberto Fuentes en aquéllo. Tres días antes de nuestra detención, Norberto --que no era amigo de Heberto, sino mío-- se había presentado en nuestro apartamento con el pretexto de hablarle de la situación en torno al fotógrafo francés Pierre Golendorf, detenido recientemente. Y luego de tres días de conversaciones, el viernes 19 de marzo, también se apareció en el Hotel Riviera, donde Saverio Tuttino, corresponsal italiano de la Unitá, se había citado con Heberto y Jorge Edwards para despedirse.
Pablo Armando Fernández, César López, yo y Manuel Díaz Martínez, fuimos ocupando uno a uno el banquillo de los autocriticados. ¿Qué dije? Ya ni lo recuerdo, pero sí que me acusaba a mí misma de hablar mal del gobierno y ser una desafecta y una malagradecida, incapaz de ver todo lo que, como escritora y ser humano, le debía a la Revolución, y cómo había yo influido negativamente en Heberto.
Todavía resuena en mis oidos la voz del poeta haitiano René Depestre, su español afrancesado, lleno de emoción, quien entre incrédulo y asombrado, con auténtico candor, se pone de pie y saluda. ¿Cómo no iba Depestre a reconocer la farsa? La respuesta la da cuando poco tiempo después se marcha de Cuba para no volver jamás.
Las luces se van apagando, los "actores" reciben abrazos, saludos, confraternización, como si allí no hubiera pasado nada, como si las aguas bautismales nos hubieran librado para siempre del pecado cometido contra la Revolución.
Los policías se escurren entre la multitud, y el ICAIC recoge sus cámaras y artefactos y se marchan todos. Santiago Alvarez, director del Noticiero ICAIC, lleva bajo el brazo la cinta maldita de la grabación. Fidel Castro lo espera impaciente en su despacho para verla. Al menos, piensa, ha conseguido humillar a Heberto, hacerle que se trague sus propias palabras, y avergonzarnos al resto.
Pero días después la respuesta de los intelectuales europeos y latinoamericanos más importantes de la época, desde Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, hasta el propio García Márquez, lo hizo despertar de su sueño. La autocrítica de Heberto Padilla se había convertido en un boomerang, y dañaría para siempre la imagen de la Revolución en el mundo.

.