Publicado originalmente en Otro Lunes / Número 09 / Año 3 / Agosto 2009.por Félix Luis Viera
. No pocas veces he dicho, y lo sostengo, que la literatura gay, lésbica, erótica, etcétera, no existen. No descubro nada al afirmar que la creación literaria tiene como basamento fundamental el “drama humano”; nada descubro cuando asevero que los temas eternos del hombre –del ser humano, valga aclarar en este caso específico– ya están preestablecidos desde el surgimiento de éste: el amor, la muerte, la lealtad, la traición, la bondad, la perversión… y los que faltan. Lo demás, y seguimos hablando del arte literario, son Asuntos. En cualquier narración o poema que se respete, pueden aparecer una o varias facetas de lo antes dicho, porque así de humanos, o a veces de inhumanos, somos. Ah… bueno… que el Asunto se desarrolle en un ámbito homosexual, por ejemplo, es otra cosa, pero los Temas son los Temas, y en este ámbito, como en cualquier otro, aparecerán.
El menos afortunado de los rótulos que mencionaba en la primera de estas líneas, es la llamada “literatura erótica”. El erotismo es un recurso creador que determinados escritores manejan; sólo un recurso que puede estar en una u otra obra de variados alcances y propósitos; pero asumir que existe un género narrativo o poético denominado “poesía”…o “narrativa erótica” (aun se imparten talleres literarios bajo este título) es algo risible. Las novelas que por ahí nos han vendido bajo esta etiqueta no son más que bodrios plagados a veces de pálidos excesos sexuales y otras de ígneas batallas carnales que pretenden una calentura insulsa, más acá del alma, de la incursión en las entretelas de la enjundia humana; es decir, no hay más que vacío.
En lo que a la novela se refiere, aun las ya establecidas como género, “policial”, “negra”, de “ciencia ficción”, “suspense”, “horror”, entre otras, son tópicos que darían para la polémica: en cada una de las obras de estos géneros –si en verdad son buenas, si en verdad son Literatura– vamos a encontrar un valor per se a partir de su incursión en la honduras del quehacer humano, que las deja fuera de las clasificaciones; o sea, vamos a hallar en ellas el sabor de una novela “a secas”.
Aislar, poner parte, es, en la mayoría de los casos, sobreproteger a lo menos vigoroso, a lo que por sí mismo no tiene el valor o el valer para medirse con el resto. Así, ¿qué estamos haciendo cuando llevamos a cabo, por ejemplo, una exaltación de “la literatura escrita por mujeres? ¿No estamos protegiéndolas frente a la que escriben los hombres?, ¿acaso ambas, las que escriben las mujeres y las que escriben los hombres no son, igual, literatura, buena, mala o regular? ¿O debemos entender que los hombres son superiores escribiendo y por esta razón es necesario estudiar, aparte, la creación de las mujeres, otorgándole de este modo cierta condición de minusválida?
Sabemos que por motivos ancestrales, es refrescante, en el terreno del arte, y en otros, ponderar el avance del género femenino. Pero no es éste el caso.
Para ciertos editores, la denominación de “literatura lésbica” o “gay” puede resultar un “gancho” para objetivos de promoción y venta, con base en el morbo de un posible consumidor. Pero estas denominaciones son un espejismo, o peor: un rótulo que pone en franca desventaja al creador de obras cuyo Asunto sea el homosexualismo; algo así como certificar que es una parcelita aislada del gran espacio terrestre literario.
Bien, puede haber una causa para exaltar la literatura de contenido homosexual: a lo largo de la historia los homosexuales de ambo sexos (si es que así se puede decir) han sido perseguidos, discriminados, maltratados de múltiples maneras por los curas, los comunistas, los nazis y, en fin, los retrógrados y reaccionarios de toda laya y de todas las épocas; maltratados y marginados tanto los que han practicado el homosexualismo como aquellos que han escrito sobre él. Pero esto es un hecho que se ubica dentro de lo social y, por lo tanto, no tiene por qué convertirse en un género literario gracias a la flexibilidad relativa que otorgan los tiempos actuales para este tipo de creación. Sea de Asunto lésbico o gay, se trata de creación, no de otra cosa; no hay por qué dar fe de un bautizo que no tiene sentido; un aviso del Asunto está bien, a manera de información, pero convertir el Asunto en Género, resulta descabellado.
Todo lo anteriormente dicho –larga introducción, lo acepto– no es más que para anunciar que la cubana Odette Alonso acaba de publicar, por la editorial mexicana Quimera, su primera novela –muy buena, por cierto–, Espejo de tres cuerpos. Su asunto es lésbico, pero esto no es lo fundamental: estamos diciendo que es una buena “novela propiamente dicha”. En Espejo de tres cuerpos nos hallamos de nuevo frente al triángulo amoroso: Ángeles, Berenice, Nidia; un triángulo amoroso que, ya lo verá el lector, por momentos se acerca al cuadrángulo.
En su estreno como novelista, Alonso –poeta de vasta y sólida obra y autora asimismo de un buen libro de cuentos– no parece una novelista de estreno si consideramos el oficio que muestra tanto en la construcción del lenguaje –que en todo momento va por el mismo centro, sobrio, sin recurrir a los recursos metafóricos que podríamos esperar de una excelente hacedora de versos–, neutro, matizado por giros, “decires”, “acepciones”, apelativos absolutamente mexicanos. De modo que, contada por un narrador omnisciente que en ocasiones, comedidamente, se pasa a personajes secundarios, esta novela no parece escrita por una cubana; algo, al menos para mí, novedoso y que demuestra hasta qué punto Odette Alonso, durante sus 17 años de exilio en México, ha captado la manera de hablar, las costumbres y la idiosincrasia existentes en la capital azteca.
Si es obligatorio clasificar esta novela, a riesgo de resultar cursi, la clasificamos como una novela de amor. Llama la atención en esta obra –que se desarrolla fundamentalmente en el ámbito universitario– la rotunda autenticidad de los personajes, los cuales, literariamente hablando, son fieles a sí hasta el final de la narración; en este aspecto, en la construcción de los personajes, no se nota ni un breve bache (y miren que uno los busca, a ver).
Ángeles, quien se estrena en el amor lésbico por causas que, aunque no aparecen escritas, se pueden deducir a partir de las acotaciones como al desgaire, de soslayo, del narrador –como debe ser– halla en el amor referido, más que esto, una pasión que la arrastrará aun al cinismo. Vence Ángeles – divorciada, profesora respetable, portadora de una ética casi canónica, madre de una hija adolescente– los atavismos, el ¿sí o sí?, el terror que siente al verse en el umbral de algo amoral según su credo, y va a dar finalmente en los pliegues de Berenice, también profesora, pero unos veinte años más joven que ella.
La otra esquina del triángulo es Nidia, para el que suscribe el personaje más amado del triángulo, puesto que es la más amadora, la más sufriente y, si bien lucha por no ser “destronada” por Ángeles en la predilección de Berenice, mantiene la dignidad suficiente a la hora de perder a quien ha amado, ama. Ya sabemos que hay relaciones amorosas “totales” que se logran y que han tenido su inicio exclusivamente en la pasión. Así sucede con Nidia. La relación entre Ángeles y Berenice no alcanza un verdadero ensamblaje humano. ¿Por qué? Porque la segunda, con sólo 25 años de edad, se nos muestra como una experta en la manipulación del objeto de su lujuria, un ser que raya en el hedonismo, a veces sumamente inteligente en sus sentencias ontológicas, a veces cursi, siempre inclinándose a la veleidad.
Entre los personajes principales se halla Raquel –hija de Ángeles–, a mi entender el que más aristas posee y el prototipo de la adolescente mexicana rebelde, abstrusa, egocéntrica y creída de sí misma. Será Raquel quien, hacia los finales de la novela, aportará un viraje que conducirá al desastre pleno.
Daniela es una mediadora, la depositaria de uno y otro “secreto”, consejera de sus amigas desde una perspectiva que podríamos llamar de “buena fe”; exhorto a analizar este personaje que, entre los no pocos actores secundarios que corren a través de las 185 páginas de la obra, juega un “inteligente” papel estabilizador en lo que a la trama se refiere. Y no podía faltar en Espejo de tres cuerpos la arpía: Teresa, bien delineada por el narrador, elemento catalizador a la que éste recurre cuando es realmente necesario.
Los personajes masculinos inmersos en Espejo de tres cuerpos tienen una actuación paralela, complementaria, dentro del corpus de una novela donde las protagonistas desarrollan sus amores de mujer a mujer como a la sombra de la transparencia pública. Entre aquéllos destaco al doctor Rogelio Galindo, director de la carrera universitaria en donde trabajan las protagonistas: atildado desde su lenguaje aséptico hasta su vestimenta y su peinado impecables; es decir, el prototipo del orden establecido, de la decencia, del “buen vivir”; el encargado de aplicar la guillotina, y la aplica, a las ovejas descarriadas del redil de las buenas costumbres.
Espejo de de tres cuerpos, como toda obra literaria valedera, resulta subversiva en notable proporción: la exposición de los variados estamentos sociales de la ciudad de México, la doble moral, la hipocresía, la polémica sobre las asunciones religiosas, entre variados aspectos, otorgan a la novela otro de los motivos que la hacen interesante.
Es de viejo sabido que lo que decide los alcances de la creación literaria es la forma, no el contenido. Así, debemos sumar a lo dicho en las primeras líneas acerca del uso del lenguaje y la capacidad de sugerencia de Odette Alonso, su pericia para cortar el capítulo en el momento justo o para fragmentar la narración en determinados pasajes en busca de una intensidad que muy bien alcanza, lo cual se corresponde en buena medida con ciertos puntos de giros inesperados y, en dependencia, con un aceleración o ralentización del tempo. Agréguese además la ausencia de melodrama y la imparcialidad a la hora de juzgar al Otro con mano que no se ve, sino que deducimos que ahí está.
Convoco a leer esta novela, que muy bien alimento resulta para el espíritu y el conocimiento. Mas, quien vaya hacia ella no debe hacerlo con el morbo de que es una “novela lésbica” ni con el prejuicio porque lo sea. Es sólo una novela, una buena novela.
. No pocas veces he dicho, y lo sostengo, que la literatura gay, lésbica, erótica, etcétera, no existen. No descubro nada al afirmar que la creación literaria tiene como basamento fundamental el “drama humano”; nada descubro cuando asevero que los temas eternos del hombre –del ser humano, valga aclarar en este caso específico– ya están preestablecidos desde el surgimiento de éste: el amor, la muerte, la lealtad, la traición, la bondad, la perversión… y los que faltan. Lo demás, y seguimos hablando del arte literario, son Asuntos. En cualquier narración o poema que se respete, pueden aparecer una o varias facetas de lo antes dicho, porque así de humanos, o a veces de inhumanos, somos. Ah… bueno… que el Asunto se desarrolle en un ámbito homosexual, por ejemplo, es otra cosa, pero los Temas son los Temas, y en este ámbito, como en cualquier otro, aparecerán.
El menos afortunado de los rótulos que mencionaba en la primera de estas líneas, es la llamada “literatura erótica”. El erotismo es un recurso creador que determinados escritores manejan; sólo un recurso que puede estar en una u otra obra de variados alcances y propósitos; pero asumir que existe un género narrativo o poético denominado “poesía”…o “narrativa erótica” (aun se imparten talleres literarios bajo este título) es algo risible. Las novelas que por ahí nos han vendido bajo esta etiqueta no son más que bodrios plagados a veces de pálidos excesos sexuales y otras de ígneas batallas carnales que pretenden una calentura insulsa, más acá del alma, de la incursión en las entretelas de la enjundia humana; es decir, no hay más que vacío.
En lo que a la novela se refiere, aun las ya establecidas como género, “policial”, “negra”, de “ciencia ficción”, “suspense”, “horror”, entre otras, son tópicos que darían para la polémica: en cada una de las obras de estos géneros –si en verdad son buenas, si en verdad son Literatura– vamos a encontrar un valor per se a partir de su incursión en la honduras del quehacer humano, que las deja fuera de las clasificaciones; o sea, vamos a hallar en ellas el sabor de una novela “a secas”.
Aislar, poner parte, es, en la mayoría de los casos, sobreproteger a lo menos vigoroso, a lo que por sí mismo no tiene el valor o el valer para medirse con el resto. Así, ¿qué estamos haciendo cuando llevamos a cabo, por ejemplo, una exaltación de “la literatura escrita por mujeres? ¿No estamos protegiéndolas frente a la que escriben los hombres?, ¿acaso ambas, las que escriben las mujeres y las que escriben los hombres no son, igual, literatura, buena, mala o regular? ¿O debemos entender que los hombres son superiores escribiendo y por esta razón es necesario estudiar, aparte, la creación de las mujeres, otorgándole de este modo cierta condición de minusválida?
Sabemos que por motivos ancestrales, es refrescante, en el terreno del arte, y en otros, ponderar el avance del género femenino. Pero no es éste el caso.
Para ciertos editores, la denominación de “literatura lésbica” o “gay” puede resultar un “gancho” para objetivos de promoción y venta, con base en el morbo de un posible consumidor. Pero estas denominaciones son un espejismo, o peor: un rótulo que pone en franca desventaja al creador de obras cuyo Asunto sea el homosexualismo; algo así como certificar que es una parcelita aislada del gran espacio terrestre literario.
Bien, puede haber una causa para exaltar la literatura de contenido homosexual: a lo largo de la historia los homosexuales de ambo sexos (si es que así se puede decir) han sido perseguidos, discriminados, maltratados de múltiples maneras por los curas, los comunistas, los nazis y, en fin, los retrógrados y reaccionarios de toda laya y de todas las épocas; maltratados y marginados tanto los que han practicado el homosexualismo como aquellos que han escrito sobre él. Pero esto es un hecho que se ubica dentro de lo social y, por lo tanto, no tiene por qué convertirse en un género literario gracias a la flexibilidad relativa que otorgan los tiempos actuales para este tipo de creación. Sea de Asunto lésbico o gay, se trata de creación, no de otra cosa; no hay por qué dar fe de un bautizo que no tiene sentido; un aviso del Asunto está bien, a manera de información, pero convertir el Asunto en Género, resulta descabellado.
Todo lo anteriormente dicho –larga introducción, lo acepto– no es más que para anunciar que la cubana Odette Alonso acaba de publicar, por la editorial mexicana Quimera, su primera novela –muy buena, por cierto–, Espejo de tres cuerpos. Su asunto es lésbico, pero esto no es lo fundamental: estamos diciendo que es una buena “novela propiamente dicha”. En Espejo de tres cuerpos nos hallamos de nuevo frente al triángulo amoroso: Ángeles, Berenice, Nidia; un triángulo amoroso que, ya lo verá el lector, por momentos se acerca al cuadrángulo.
En su estreno como novelista, Alonso –poeta de vasta y sólida obra y autora asimismo de un buen libro de cuentos– no parece una novelista de estreno si consideramos el oficio que muestra tanto en la construcción del lenguaje –que en todo momento va por el mismo centro, sobrio, sin recurrir a los recursos metafóricos que podríamos esperar de una excelente hacedora de versos–, neutro, matizado por giros, “decires”, “acepciones”, apelativos absolutamente mexicanos. De modo que, contada por un narrador omnisciente que en ocasiones, comedidamente, se pasa a personajes secundarios, esta novela no parece escrita por una cubana; algo, al menos para mí, novedoso y que demuestra hasta qué punto Odette Alonso, durante sus 17 años de exilio en México, ha captado la manera de hablar, las costumbres y la idiosincrasia existentes en la capital azteca.
Si es obligatorio clasificar esta novela, a riesgo de resultar cursi, la clasificamos como una novela de amor. Llama la atención en esta obra –que se desarrolla fundamentalmente en el ámbito universitario– la rotunda autenticidad de los personajes, los cuales, literariamente hablando, son fieles a sí hasta el final de la narración; en este aspecto, en la construcción de los personajes, no se nota ni un breve bache (y miren que uno los busca, a ver).
Ángeles, quien se estrena en el amor lésbico por causas que, aunque no aparecen escritas, se pueden deducir a partir de las acotaciones como al desgaire, de soslayo, del narrador –como debe ser– halla en el amor referido, más que esto, una pasión que la arrastrará aun al cinismo. Vence Ángeles – divorciada, profesora respetable, portadora de una ética casi canónica, madre de una hija adolescente– los atavismos, el ¿sí o sí?, el terror que siente al verse en el umbral de algo amoral según su credo, y va a dar finalmente en los pliegues de Berenice, también profesora, pero unos veinte años más joven que ella.
La otra esquina del triángulo es Nidia, para el que suscribe el personaje más amado del triángulo, puesto que es la más amadora, la más sufriente y, si bien lucha por no ser “destronada” por Ángeles en la predilección de Berenice, mantiene la dignidad suficiente a la hora de perder a quien ha amado, ama. Ya sabemos que hay relaciones amorosas “totales” que se logran y que han tenido su inicio exclusivamente en la pasión. Así sucede con Nidia. La relación entre Ángeles y Berenice no alcanza un verdadero ensamblaje humano. ¿Por qué? Porque la segunda, con sólo 25 años de edad, se nos muestra como una experta en la manipulación del objeto de su lujuria, un ser que raya en el hedonismo, a veces sumamente inteligente en sus sentencias ontológicas, a veces cursi, siempre inclinándose a la veleidad.
Entre los personajes principales se halla Raquel –hija de Ángeles–, a mi entender el que más aristas posee y el prototipo de la adolescente mexicana rebelde, abstrusa, egocéntrica y creída de sí misma. Será Raquel quien, hacia los finales de la novela, aportará un viraje que conducirá al desastre pleno.
Daniela es una mediadora, la depositaria de uno y otro “secreto”, consejera de sus amigas desde una perspectiva que podríamos llamar de “buena fe”; exhorto a analizar este personaje que, entre los no pocos actores secundarios que corren a través de las 185 páginas de la obra, juega un “inteligente” papel estabilizador en lo que a la trama se refiere. Y no podía faltar en Espejo de tres cuerpos la arpía: Teresa, bien delineada por el narrador, elemento catalizador a la que éste recurre cuando es realmente necesario.
Los personajes masculinos inmersos en Espejo de tres cuerpos tienen una actuación paralela, complementaria, dentro del corpus de una novela donde las protagonistas desarrollan sus amores de mujer a mujer como a la sombra de la transparencia pública. Entre aquéllos destaco al doctor Rogelio Galindo, director de la carrera universitaria en donde trabajan las protagonistas: atildado desde su lenguaje aséptico hasta su vestimenta y su peinado impecables; es decir, el prototipo del orden establecido, de la decencia, del “buen vivir”; el encargado de aplicar la guillotina, y la aplica, a las ovejas descarriadas del redil de las buenas costumbres.
Espejo de de tres cuerpos, como toda obra literaria valedera, resulta subversiva en notable proporción: la exposición de los variados estamentos sociales de la ciudad de México, la doble moral, la hipocresía, la polémica sobre las asunciones religiosas, entre variados aspectos, otorgan a la novela otro de los motivos que la hacen interesante.
Es de viejo sabido que lo que decide los alcances de la creación literaria es la forma, no el contenido. Así, debemos sumar a lo dicho en las primeras líneas acerca del uso del lenguaje y la capacidad de sugerencia de Odette Alonso, su pericia para cortar el capítulo en el momento justo o para fragmentar la narración en determinados pasajes en busca de una intensidad que muy bien alcanza, lo cual se corresponde en buena medida con ciertos puntos de giros inesperados y, en dependencia, con un aceleración o ralentización del tempo. Agréguese además la ausencia de melodrama y la imparcialidad a la hora de juzgar al Otro con mano que no se ve, sino que deducimos que ahí está.
Convoco a leer esta novela, que muy bien alimento resulta para el espíritu y el conocimiento. Mas, quien vaya hacia ella no debe hacerlo con el morbo de que es una “novela lésbica” ni con el prejuicio porque lo sea. Es sólo una novela, una buena novela.
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Félix Luis Viera: (Santa Clara, Cuba, 1945) Poeta, cuentista y novelista. Ha obtenido en dos ocasiones (1983 y 1988) el importante Premio Nacional de la Crítica concedido en Cuba a los mejores libros de cada año. En el campo de la narrativa tiene publicados los libros de cuentos Las llamas en el cielo (considerado un clásico del género en Cuba) y En el nombre del hijo; y las novelas Con tu vestido blanco, Serás comunista, pero te quiero e Inglaterra Hernández. Su novela Un ciervo herido, publicada por la Editorial Plaza Mayor en 2003, fue traducida al italiano en 2005, con una acogida extensa en la crítica literaria de Italia. Actualmente trabaja en México.
5 comentarios:
Muy buen Blog.
saludos,
Ric
Muy interesante el artículo y el foco desde donde nos propones la lectura de esta novela. Gracias, F.L.V,bienvenida tu novela Odette.
Excelente la reseña, Heriberto, parece interesante la novela. Sabes si se puede comprar aquí?
Betty
Gracias a todos. Betty, la novela se puede comprar en Amazon y en este enlace:
http://www.leslibros.com/catalog/product_info.php?products_id=924&osCsid=c9e167fc7bced7301fdc5acc371b8dae
Heriberto, querido:
Gracias por darle espacio a la reseña tan puntual de Félix Luis. Mañana en el Parque del Ajedrez hablaré justamente de las reacciones similares que ha causado la novela.
Gracias también por difundir los sitios en los que puede adquirirse. Efectivamente a "nivel mundial" son esos dos: Amazon (que aparece en español o como "Three Body Mirror": http://www.amazon.ca/s/ref=nb_ss_b?url=node%3D942318&field-keywords=odette+alonso&x=9&y=22) y en Leslibros (sitio absolutamente confiable que dirige mi buena amiga Berth de la Maza).
Gracias de nuevo y un abrazo a todos.
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