domingo, 2 de mayo de 2010

RENÉ BATISTA MORENO (1941-2010) E.P.D.

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Si la naturaleza fuese sabia y pusiese todas las cosas “en su sitio”, como muchas veces me asegurara René Batista Moreno, hoy, en ese pueblo luminoso no hubiese amanecido. Las sombras de la noche permanecerían cubriendo el cielo de Camajuaní hasta las cuatro de la tarde. Pero eso sólo podría ocurrir en el espacio en que reinaba su especial sensibilidad. Yo no estaré en “el sitio” en que por fuerza debería estar, no veré iluminarse lentamente las lomas de Santa Fe y el valle profundo del pueblo, al tiempo que los amigos regresan caminando desde el cementerio donde enterraron a mi padre hace unos años. Cuando uno comienza a aceptar que no estar en los lugares a los cuales uno pertenece no es más que una contingencia, es alcanzado por uno de estos “golpes, como del odio de Dios”.
René estuvo gran parte de su vida en sitios a los cuales no estaba destinado, a los cuales no pertenecía. Niño ayudante de carnicero, puliendo en su mente versos hasta hacerlos brillar como el filo de los cuchillos. Miliciano en una “lucha contra bandidos”, sobre la cual se preguntó muchas veces quienes era realmente los "bandidos". Cajero durante largos años en una pizzería triste por no someterse a la verticalidad y la servidumbre de un periódico oficial o una institución cultural. Pero a cada sitio dio dimensiones de catedral.
En los trabajos humildes de sus primeros años forjó su aguda apreciación de la cultura popular, sus enciclopédicos conocimientos de la tradición oral campesina y una estoica humildad contra la cual se quebraron la prepotencia y el desdén. Conjuró sus decepciones y sus humanos errores de juventud con una sed insaciable de constatar la verdad, los hechos, que lo hicieron un historiador y un investigador infatigable. Hizo de su trabajo, lidiando con todo tipo de personas, sus hambres −las miserias que hace florecer la necesidad− y sus bondades de gente simple, un lugar de crecimiento espiritual en que alternaba mundanas conversaciones con los más diversos personajes del pueblo e intensas sesiones de lectura. Allí coincidía muchas veces con el poeta Joaquín Cabezas y otros jóvenes del pueblo, y no me marchaba hasta que me pedía que fuese en la noche por su casa.
“No se habla de los libros que recién hemos leído”, me decía cuando devolvía a los estantes de su mítica biblioteca uno de sus sorprendentes préstamos y comenzaba a darle mis “concluyentes” apreciaciones. “Lee esto” era la columna vertebral de su insustituible magisterio, de la amistad que en suerte me fue dada. Era costumbre mía revisar los estantes mientras conversábamos, hojear un libro, pero nunca pedirlo. La sorpresa de un raro ejemplar que desconocíamos o alguno que ya habíamos visto y ansiábamos, encontraba el momento justo al terminar de ver una película o simplemente conversar en una velada calurosa. No puedo olvidar la noche en que vimos juntos “Cenizas y diamantes” de Andrzej Wajda y me fui a casa con la obra del poeta lituano Oscar W. de Lubicz Milosz, traducida por Lysandro Z. D. Galtier. Comentar lecturas era un suceso que nos sorprendía en medio de otras conversaciones, “como debe ser” según su personal modo de relacionarse con la cultura.
Escribir más, sería redundar en mi agradecimiento y decir poco de su real grandeza. Mi amigo Arístides Vega estará hoy en mi pueblo, saludará a mis amigos de siempre y abrazará a María, su esposa, y a su hijo Alejandro. Yo, cuando termine de escribir esto, enviaré un correo a Félix Luis Viera y trataré de hacer algo que me ayude a terminar este domingo.
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4 comentarios:

Unknown dijo...

Esta sí es una crónica justa, sentida,Real, no la mierda que escribieron en Vanguardia.
Hay que pasarla para Allá.
Adelante:

Viera

Víctor Fernández dijo...

Lo siento hermano, la última vez que lo vi fue presentando un libro de Riverón, cosas de Carmita, La Luz, el Cubano, Santa Fé...su mundo grande y nuestro, donde hice yuntas de bueyes con pomos de Novatropin, mientras él le daba a las teclas de la Caja registradora y hablaba de aquellos tiempos en que Felo García retaba a todo lo que se movía del Callejón Tarafa hasta los bordes de Taguayabón.
Ya debe andar con su gente, haciendo monte,…en paz.

SENTADO EN EL AIRE Juan C Recio blog dijo...

Hermoso escrito y mejor homenaje a esa amistad, Heriberto,muy triste este domingo, y muy real todo lo que cuentas. Mañana pondré un post de una crónica por su memoria, no quise adelantar hoy nada porque el último post de nuestro amigo Veleta, no tenía ni un día colgado, pero mañana sin falta me uno a este recuento del gran amigo René Batista. Gracias por este post.
gracias

Anónimo dijo...

Eso de que resaltes los orígenes es muy bueno, porque nadie debe omitir lo que le debe a la infancia y al lugar nació y se crió, sea cual sea éste.
Fue una vida de lucha y amarguras que supo soportar con valor, y en silencio. Se pierde uno de los investigadores del folclor cubano, sobre todo del campesino, de mucha más calidad que otros que han recibido más a cambio