lunes, 30 de enero de 2012

CAÍDA DE BABILONIA (y otros poemas) / Bertha Caluff



CAÍDA DE BABILONIA

                         Luz de lámpara no alumbrará más en ti,
                   ni voz de esposo y esposa se oirá más en ti.
                                       Ap 18, 23.

Nada se oirá más en ti
sino el eco en las ruinas.
Tus fuertes puertas,
tus murallas de adobe,
tus palacios.
El diluvio se ha cerrado sobre ellos
y es el fin.
En vano acudiremos a los templos,
a las inútiles súplicas.
Pero yo rezaré a Ishtar,
en vano llore
ante lo que tan caro nos fuera.


Cómo seguir navegando
en días tan tristes
si el recuerdo
de lo que fuera Babilonia
nos persigue.
Nuestras manos sostuvieron la argamasa,
nuestras espaldas
las privaciones de la fundación.


«Nada se oirá más en ti»,
repiten los toros alados.
Y cómo criaré a mis hijos
si el diluvio arrasará.


Cómo me levantaré
ante esta pérdida.




ESPEJISMO DE LA CAÍDA


¿Es que realmente
habrá caído la ciudad?
Hacia el norte cabalguemos,
contemplémosla desde allí.
Sea tal vez un espejismo,
un falso presagio de muerte.


No puedo creer que sucumbirá Babilonia,
que no quede en ella
ni luz de lámpara
ni palmera
a la que recostarse.
Huyamos,
tal vez así olvidemos
y se disipe
el infortunio imaginario.


Volemos,
divisemos sus torres,
formemos un ejército para defenderla
si su muerte
de los vivos aún depende.


Ay de sus valles solazables,
de sus ríos anchurosos,
de sus magníficos campos.
Aguas clamorosas que en todas direcciones
repartían las gracias de Ishtar.


No hubo reposo entre piedra y piedra
levantando sus paredes.


Pero aquí nacieron nuestros hijos,
en las escasas horas de la felicidad.




¿QUÉ CIUDAD ES SEMEJANTE A ESTA GRAN CIUDAD?


¿Qué ciudad es semejante
a esta gran ciudad?
La piedra de molino ha sido arrojada.
Zozobran las barcas
y los pescadores
pierden sus riquezas.
En una hora han sido consumidas
tantas riquezas,
cuanto pudiéramos imaginar.
Es el fuego quien devasta,
el mismo que antes
nos regocijara.
Llega el miedo de decir
lo que se piensa
y a las palabras temo
como a la misma muerte.


Esta ciudad parecía sin par,
cómo hallar una semejante.
Ángel, poderoso ángel,
castigas a la ciudad por sus hechicerías.
Y yo me duelo de mí,
torpe, sin valor,
cansada
de huir de los misterios.
ni luz de lámpara
¿Cómo podrán salvarse los esposos
de no serlo más,
si está anunciada la destrucción
en la hora de la justicia?


El oro, la plata, el marfil,
los frutos codiciados por tu alma
huirán en breve tiempo
como si la culpa
sobre nuestras cabezas pesara.
Nada puede brillar por su valor
si no se salvan.


No ha quedado
ni luz de lámpara
que ampare la casa y la ciudad.
Este es el precio del que funda,
de quien todo sacrifica.
.

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