Publicado originalmente en La Revista del Diario (01-03-2010)
.Por Luis de la Paz.
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Crónica de un regreso, el más extenso relato de libro Regresos (Isla Negra Editores, Puerto Rico, 2004), del escritor húngaro György (Georges) Ferdinandy (Budapest, 1935), es un estremecedor, patético y devastador texto, que retrata la vida de un exiliado que vuelve a su país de origen, tras varias décadas en el destierro.
Para poner en contexto ese cuento y el libro en general, hay que señalar que su autor sufrió en la adolescencia los horrores de la Segunda Guerra Mundial y la posterior instauración del comunismo en su país. Luego, en 1956, desafiante y rebelde, como ha de ser la juventud, formó parte de las revueltas populares que demandaban libertad. Aquel sueño fue aplastado brutalmente por las tropas soviéticas que invadieron Hungría. Por esas circunstancias Ferdinandy se vio forzado a partir al exilio. Vivió en Francia, España y luego en Puerto Rico donde ejerció como profesor. Estos necesarios antecedentes personales, canalizan muchas de las sutilezas y reflexiones que se leen en los cuentos de Regresos.
Ferdinandy es poseedor de una prosa impactante, que narra con minuciosos detalles lo que sucede, dándole cabida a una realidad desolada, que asimila con escalofriante serenidad y enfrenta con sutil ironía. El autor asume con naturalidad y consciencia plena, el desarraigo y la pérdida de identidad.
En el cuento Un ruiseñor dice: “Así eran tus padres. Dos extranjeros solitarios que juntaron sus vidas. Sin darse cuenta, de que esa tierra de exilio sería para ti la patria". En El novio francés, un profesor regresa a su país y se siente fuera de lugar. “Yo tenía treinta y dos años, la edad en la que los poetas cuelgan sus alas y aprenden a caminar. Fue la primera vez que me dejaron volver a casa [...] Al cabo de once años, tuve, por fin, una visa de turista para visitar mi país". En Colegas, ambientado durante la Guerra Fría, se entrelazan dos mundos antagónicos. En el relato Crónica de un regreso, el del cierre, hay un triste aviso de que no hay regreso, que el exilio marca para siempre. El personaje de este texto se reencuentra con su madre que ya tiene 90 años. Hay oraciones sobrecogedoras: “Durante mucho tiempo creí que la mayor decisión de mi vida fue abandonar mi país [...] Hoy sé que irse no es nunca difícil... La gran decisión es la de volver [...] Volver es quizás imposible”. O esta otra descripción que evoca la infancia: “Vuelvo a casa. El sol brilla, blanco, como en aquel invierno del 1945, cuando trepamos, mamá y yo, por sobre una montaña de cadáveres congelados, frente a la sinagoga”. Más adelante, recordando la invasión de 1956: “Brindamos por esos jóvenes muertos frente al Parlamento hace cuarenta años”. Con un reposado y sorprendente lenguaje que recuerda por la simplicidad en la exposición a Agota Krisftof y hasta a Imre Kertész, el Nobel húngaro, György Ferdinandy brinda un libro desolado que ha de tocar profundamente a aquellos que han vivido en el exilio. “¡A qué serviría andarse por las ramas! Cómo podría ser la obra de un autor que en su exilio, de ya cuarenta años, perdió no solamente sus compañeros y la esperanza, sino hasta sus instrumentos de trabajo, los idiomas que en su caminata trató de usar".
.Por Luis de la Paz.
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Crónica de un regreso, el más extenso relato de libro Regresos (Isla Negra Editores, Puerto Rico, 2004), del escritor húngaro György (Georges) Ferdinandy (Budapest, 1935), es un estremecedor, patético y devastador texto, que retrata la vida de un exiliado que vuelve a su país de origen, tras varias décadas en el destierro.
Para poner en contexto ese cuento y el libro en general, hay que señalar que su autor sufrió en la adolescencia los horrores de la Segunda Guerra Mundial y la posterior instauración del comunismo en su país. Luego, en 1956, desafiante y rebelde, como ha de ser la juventud, formó parte de las revueltas populares que demandaban libertad. Aquel sueño fue aplastado brutalmente por las tropas soviéticas que invadieron Hungría. Por esas circunstancias Ferdinandy se vio forzado a partir al exilio. Vivió en Francia, España y luego en Puerto Rico donde ejerció como profesor. Estos necesarios antecedentes personales, canalizan muchas de las sutilezas y reflexiones que se leen en los cuentos de Regresos.
Ferdinandy es poseedor de una prosa impactante, que narra con minuciosos detalles lo que sucede, dándole cabida a una realidad desolada, que asimila con escalofriante serenidad y enfrenta con sutil ironía. El autor asume con naturalidad y consciencia plena, el desarraigo y la pérdida de identidad.
En el cuento Un ruiseñor dice: “Así eran tus padres. Dos extranjeros solitarios que juntaron sus vidas. Sin darse cuenta, de que esa tierra de exilio sería para ti la patria". En El novio francés, un profesor regresa a su país y se siente fuera de lugar. “Yo tenía treinta y dos años, la edad en la que los poetas cuelgan sus alas y aprenden a caminar. Fue la primera vez que me dejaron volver a casa [...] Al cabo de once años, tuve, por fin, una visa de turista para visitar mi país". En Colegas, ambientado durante la Guerra Fría, se entrelazan dos mundos antagónicos. En el relato Crónica de un regreso, el del cierre, hay un triste aviso de que no hay regreso, que el exilio marca para siempre. El personaje de este texto se reencuentra con su madre que ya tiene 90 años. Hay oraciones sobrecogedoras: “Durante mucho tiempo creí que la mayor decisión de mi vida fue abandonar mi país [...] Hoy sé que irse no es nunca difícil... La gran decisión es la de volver [...] Volver es quizás imposible”. O esta otra descripción que evoca la infancia: “Vuelvo a casa. El sol brilla, blanco, como en aquel invierno del 1945, cuando trepamos, mamá y yo, por sobre una montaña de cadáveres congelados, frente a la sinagoga”. Más adelante, recordando la invasión de 1956: “Brindamos por esos jóvenes muertos frente al Parlamento hace cuarenta años”. Con un reposado y sorprendente lenguaje que recuerda por la simplicidad en la exposición a Agota Krisftof y hasta a Imre Kertész, el Nobel húngaro, György Ferdinandy brinda un libro desolado que ha de tocar profundamente a aquellos que han vivido en el exilio. “¡A qué serviría andarse por las ramas! Cómo podría ser la obra de un autor que en su exilio, de ya cuarenta años, perdió no solamente sus compañeros y la esperanza, sino hasta sus instrumentos de trabajo, los idiomas que en su caminata trató de usar".
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Luis de la Paz: La Habana, 1956 Salió de Cuba durante los dramáticos sucesos de la embajada del Perú y el posterior éxodo del Mariel, en 1980. Desde entonces reside en Miami. Fue miembro del consejo de editores de la revista Mariel, de Nexos de difusión electrónica y editor de El ateje, publicación cibernética. Ha recibido el Premio Museo Cubano de ensayo, por un trabajo sobre Dulce María Loynaz. Ha publicado los libros de relatos: Un verano incesante (Ediciones Universal, Miami 1996) y El otro lado (Ediciones Universal, Miami, 1999), y la recopilación de textos y documentos Reinaldo Arenas, aunque anochezca (Universal, Miami, 2001). Un cuento suyo es recogido en Cuentos desde Miami (Poliedro, 2004) y en Palabras por un joven suicida (Silueta, 2006). Es columnista de Diario Las Américas en Miami.
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György (Georges) Ferdinandy: Budapest, Hungría (1935). Abandonó su país después de la Revolución del 56. Vivió en Francia donde se casó por primera vez y en España donde comenzó su aprendizaje del español. En su exilio tuvo muy variados trabajos: albañil, obrero en la fábrica Ford de Colonia, Alemania, vendedor de libros de arte. Hizo su doctorado en la Universidad de Estrasburgo y finalmente logró hacer carrera en la Universidad de Puerto Rico como profesor de 1964 al 2000. Entretanto produjo unos 50 libros que comenzaron en francés y ganaron el Premio Delduca y el Premio Literario Antoine de Saint-Exupery. Colaboró con la vanguardia húngara de París y en publicaciones del exilio. A partir de 1988, Hungría comenzó a publicar sus libros y ha recibido siete premios nacionales. Desde los años 90 comienza a trabajar la traducción de poetas contemporáneos, tanto del húngaro al español como del español al húngaro, y con la colaboración de María Teresa Reyes y del poeta Jesús Tomé, tienen dos antologías. Se le considera el único representante de la Generación del 56 en prosa.
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